Repetir, repetir y repetir discursos sobre valores y actitudes no es formación, es adoctrinamiento. Vivir los valores es cultura y la cultura conforma, sí, pero quedar satisfecho con cacaraquear definiciones y salpicar saliva sobre los conceptos es sembrar ahuehuetes en el desierto. Desarrollar competencias básicas para el puesto que alguien desempeña no es formación, es entrenamiento. Trabajar competencias básicas y competencias complejas para desempeñar con un alto grado de pericia el puesto actual así como un puesto distinto (al que se puede ser promovido) no es formación, es capacitación. Fortalecer competencias complejas asociadas al liderazgo y la toma de decisiones no es formación, es desarrollo.
Formación es más que información. La formación no se queda en series de datos curiosos e interesantes o en la realización de tareas que se suponen necesarias y que se asumen a priori como carencias en los colaboradores. Dicho sea de paso: esa vieja costumbre de adoptar como premisa que el ser humano es de suyo deficitario, no solo contradice las teorías actuales sobre el talento humano, por falsa es perniciosa para cualquier organización. La formación trasciende el “no hace falta que tomen notas, voy a dejar la presentación para que se la compartan”, el “esto es algo que seguramente ya hacen pero no sabían cómo se llama”, el “imagínense qué podrían hacer con esto en su contexto”, el “yo vengo y les digo, pero es que en realidad ustedes son los expertos” y el “vamos a tomarnos una foto para la evidencia”.
Sobre el tema corre aún mucha tinta y para constatarlo basta darse una vuelta por la librería en las secciones de Administración, Psicología, Filosofía y Educación. Hay de todo, desde teorías robustas hasta manuales un tanto reduccionistas que solucionan cualquier problema con un A, B, C. Así que no está de más insistir en un aspecto fundamental: si no se consideran la cotidianidad y la biografía en la construcción léxica ni se incluyen en el discurso, la noción misma de formación se ve empobrecida, pierde lo que la discusión seria y el tiempo le ha dado. Para pronto, dicho de un modo dominguero y fácil de recordar: no hay Bildung sin Lebenswelt.
Precisamente, hace unos días, al pasar por la librería encontré en la mesa de novedades un texto sobre el tema. Formación, la Bildung. Historias y usos actuales, coordinado por Miguel Ángel Pasillas Valdez y Elí Orlando Lozano González, publicado por la UNAM, la FES Iztacala y Newton Edición y Tecnología educativa (2021), editorial ésta que, mediante la coedición, ha permitido difundir los resultados obtenidos por investigadores educativos de varias instituciones del país, en los últimos años.
La Bildung es el leit motiv del libro. La expresión, como bien se indica en el prólogo, “apela a la autorreflexión del sujeto, a la toma de consciencia de su tiempo y de sus posibilidades”, combina teoría y práctica, tiene un carácter constructivo, implica la apertura y el encuentro con el otro y por ello entraña una fuerza emancipatoria.
El libro, se añade en la introducción, es resultado de un proyecto de investigación titulado Teorías, problemas y experiencias en torno a la formación de profesores del nivel superior, financiado por el PAPIIT (Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica). Se sostiene en la convicción de que la formación “es un trabajo individual sobre sí mismo, en medio de la cultura” y pretende contribuir a la reflexión y favorecer el cambio en las organizaciones a sabiendas de que la transformación pasa por la comprensión de la realidad con una mirada crítica.
Los dos primeros capítulos aportan elementos para la comprensión de la formación desde la historia del concepto y considerando la globalización como referente actual. Si bien se reconoce que la expresión tiene raíces en la mística e instituciones medievales (cuya reminiscencia puede hallarse en las Ratio Formationis con las que algunas instituciones religiosas suelen referirse al currículum o plan de estudios), la atención se concentra en el diálogo entre la Ilustración y el Romanticismo. La racionalidad y la integralidad. Aunque si nos ponemos estrictos, la formación es un concepto romántico con toques de idealismo.
No es extraño que las referencias teóricas incluyan a Herder, Wilhelm von Humboldt, Hegel, Gadamer y Adorno, quien “entiende la formación como la apropiación subjetiva de la cultura, donde el sujeto se moldea por medio de la red de significados, valores y prácticas propios de su comunidad, pero al mismo tiempo la cultura se transforma con las prácticas formativas de los mismos individuos, es decir, la cultura se configura al mismo tiempo como vehículo de la experiencia individual, y como objeto de transformación por parte de los sujetos”.
En el capítulo 3, “Usos del concepto ‘formación’ en la investigación educativa” los autores señalan que el tema es actual, relevante y problemático, aunque poco discutido. O sea, un “concepto paraguas” en el que cualquier cosa cabe. De hecho, al analizar las ponencias del Congreso Nacional de Investigación Educativa (2017 y 2019) aprecian que en su mayoría “el concepto de formación es usado sin mayor rigor” y en todo caso se presenta como algo que se puede dar y recibir, ofrecer y consumir. De ahí que califiquen las aportaciones, recurriendo a Bourdieu, como “sociología espontánea” o un corpus discursivo “donde predominan las prenociones, los prejuicios y el uso popular del concepto”.
En estrecha relación con lo anterior, el capítulo 4 analiza “los usos y significados cotidianos”, que sugiere la existencia de un uso de sentido común y un uso especializado del término. El hecho es que “los sujetos conocen algo del objeto, hablan de eso, se relacionan entre ellos y con el objeto mismo”. En esta investigación se pretende saber mediante el estudio de redes semánticas que vinculan Formación, Educación y Docencia qué entienden los agentes educativos, en especial los docentes de educación superior, por ese “eso”. O sea, el sentido y la representación.
El libro es atractivo, entretenido e interesante. Útil para la reflexión y la discusión. Los últimos dos capítulos se enfocan en casos concretos, el primero relacionado con la asignatura Atención Educativa a los Adolescentes en Situaciones de Riesgo que se imparte en la Escuela Normal Superior de México y el itinerario de dos profesores en la enseñanza de la psicología. En general, entre las aportaciones de este trabajo encuentro la vuelta al sentido amplio y complejo del término Formación, la constatación del uso y abuso del término, la utilidad de la filosofía para saber de qué hablamos cuando hablamos de ‘algo’, la consciencia de que toda representación social es histórica y por tanto situada, la oportunidad para discutir.
Hay también puntos para el debate, por ejemplo: cuestionar si de verdad la Globalización tiene la culpa de que la gente quiera vender gato por libre y ofrezca como ‘formación’ cualquier patraña. ¿Esto se evita con nacionalismos? O si, suponiendo sin consentir, que las competencias limitan la educación, ¿las incompetencias serían una mejor opción? Algunas conclusiones me parecen apresuradas, pero es bien sabido que corresponde a cada lector la última palabra.
Y ya para concluir, me gustaría volver al capítulo primero y retomar una idea sobre la escuela, ahora que dejamos el confinamiento. Si bien, la escuela “transmite saberes, contribuye a llevar a cabo la indispensable socialización de las generaciones, y posibilita al mismo tiempo el progreso de la civilización y el florecimiento de la cultura, también es un medio de control; también permite la continuidad política de la sociedad al reproducir los consensos básicos para establecer el conformismo de los sujetos que se incorporan a ella”.