Desde hace cinco años, cada 24 de enero celebramos el Día Internacional de la Educación, proclamado por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Este año, al pronunciarse sobre la importancia de la educación como derecho, por un lado, y actividad humana, por otro, la UNESCO reconoce la presencia de conflictos armados a nivel internacional y oleadas de violencia, intolerancia y discriminación en muchos países. De ahí la invitación a la Sociedad y los Estados, en general, y a las educadoras y los educadores, en particular, para comprometerse con la paz, en el entendido de que para ello se necesitan “bases sólidas de gobernanza inclusiva, democrática y participativa, del diálogo, la solidaridad, el entendimiento mutuo y la cooperación, del desarrollo sostenible, la igualdad de género y la realización general de los derechos humanos y las libertades fundamentales”, como puede leerse en la nota conceptual sobre el día..
En esta lógica, es presumible que una educación de calidad accesible y equitativa, que cuente con intenciones y directrices claras así como recursos suficientes, puede contribuir a la reducción de conflictos y una convivencia armónica, ya que al dotar a los educandos de conocimientos suficientes y desarrollando sus competencias podrán asumirse como sujetos sociales y agentes de paz, lo cual no sucede por arte de magia. De ahí las exigencias: que los Estados Miembros de la ONU mantengan la educación como prioridad y no pierdan de vista la agenda 2030, que se refuerce en la educación la importancia de la paz, que se incremente la financiación de la educación en general y para la paz en particular, así como “destacar y celebrar el papel pacificador de jóvenes y educadores en y mediante la educación en pos de sociedades justas, inclusivas y pacíficas” y “congregar a las personas influyentes y a la sociedad civil en general para impulsar un movimiento destinado a colocar a la educación en el centro de los esfuerzos locales, nacionales, regionales y mundiales de consolidación de la paz”.
En otras palabras: hay que tomar en serio la educación. Se dice fácil. No lo es. Tener más escuelas no significa tener más y mejor educación. Ampliar la matrícula no significa más y mejor educación. Rediseñar organigramas y ensanchar la burocracia no significa más y mejor educación. Y es que, aunque el uso indistinto de las palabras en los discursos triunfales sugiere que son sinónimos, lo cierto es que no es lo mismo Educación que Escuela, Cobertura y Administración. Desde luego, la educación formal requiere educadores y educandos, espacios para la interacción, recursos educativos y equipos de apoyo. Terrible sería que no los hubiera.
Hace ya varios años, en el prólogo a su libro Creer en la educación. La asignatura pendiente, la filósofa Victoria Camps, apelando al necesario retorno de la esperanza perdida, a la superación del desánimo y a la acción como correlato de la crítica, postula como hipótesis a discutir que ya no creemos en la educación. No todo el mundo, desde luego, pero en gran medida la hipótesis suena aceptable. Habrá quien diga que se equivoca, porque diariamente las escuelas se llenan de escolares y ese es un claro gesto de confianza. Pero, ¿qué mueve a los dirigentes? ¿Qué ilusiona a los estudiantes? ¿Cuál es la expectativa de los padres? ¿Qué tan responsable se siente el personal de apoyo por los logros académicos? ¿Con el regreso a las aulas se subsanaron todas las deficiencias que propios y ajenos señalaron durante la educación confinada a causa del COVID-19? ¿Qué deseamos como sociedad? Ok. Sigamos en paz. No vamos a pelearnos aquí y ahora, ya habrá tiempo para intercambiar argumentos. Por lo pronto, me gustaría recuperar un puñado de ideas de ese libro:
“La educación está estrechamente vinculada a la ética entendida como la formación del carácter de una persona”.
“La formación de la persona siempre ha sido un asunto más práctico que teórico”.
“Educar quiere decir, entonces, dedicarnos a arreglar lo que desarregla un poder superior que produce bienes sólo para ser consumidos y empuja a consumir rápido con el fin de continuar produciendo”.
“Ser autónomo es ser capaz de pensar por uno mismo”.
“Las cosas que hacen felices a las personas -la autoestima, la autonomía, el tiempo libre, la amistad- no se obtienen con dinero”.
“Invocar el esfuerzo como uno de los remedios para la educación perdida significa denunciar una educación excesivamente blanda y condescendiente”.
“Educar no es entretener ni jugar, sino adquirir habilidades y conocimientos además de aprender a convivir”.
“La educación es importante porque evita la simplificación del concepto de libertad”.
“La imitación es un elemento inseparable de la educación”.
“Un presupuesto insuficiente significa, no nos engañemos, que la educación no es políticamente prioritaria por mucho que nuestros dirigentes aseguren que sí lo es”.
Como puede verse, la educación es una tarea intencionada y compleja que involucra distintos procesos y necesita una serie de recursos. Vale la pena creer en la educación. Apostar por ella. En este sentido, quiero aprovechar la reciente celebración del Día Internacional de la Educación para reconocer a los agentes educativos por su contribución diaria, su trabajo constante, su visión de futuro. Un abrazo sincero a las educadoras y los educadores, que se empeñan en comprender los problemas educativos y buscar soluciones, diseñar condiciones para el aprendizaje, propiciar y gestionar interacciones sociales constructivas, acompañar a los aprendices en la toma de decisiones, valorar los logros, contagiar su pasión por el conocimiento e inspirar con su liderazgo. Mi felicitación a todos los que de una u otra manera están comprometidos con la educación dentro y fuera de las escuelas, que la vida los premie. A los burócratas que obstaculizan los procesos formativos con su ignorancia, no. A quienes han olvidado su vocación y se dejan llevar por la rutina, no. A quienes mienten y lucran con la confianza de los estudiantes, no. A ellos no.
