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jueves, noviembre 21, 2024

Un Mundo “(in)feliz”…

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“El bienestar de la humanidad debe consistir en que cada uno goce

el máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás”.

                                                                            Aldous HUXLEY

 

Leo a Nietzche y siento un nudo en el estómago.

Su profundo antinihilismo me lleva a cuestionarme la trágica, decadente y desesperada actitud de la humanidad en estos tiempos.

Para Nietzsche, la fe ciega en la religión es igual de peligrosa y falaz que la fe ciega en la ciencia, simplemente es un cambio de dios, pero igual de engañosa. Es necesario afirmar la vida, no negarla.

El gran filósofo alemán, con gran claridad, argumenta:

“La política divide a las personas en dos grupos: los instrumentos y, en segundo lugar, los enemigos”.

“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: Yo, el Estado, soy el pueblo”.

Estamos siendo testigos de una crisis brutal en la democracia ­– varios de mis escritos han estado dedicados a esta reflexión– donde tiranos, mentirosos y demagogos surgen como hongos venenosos en el planeta.

La esencia del pensamiento de Nietzche, de cuestionar la interpretación de las ideas moralistas del mundo, tiene en la actualidad, una vigencia escalofriante.

De igual manera, alrededor de toda esta intensa deliberación, gira indudablemente, la grave interrogante sobre el papel que vienen jugando las oligarquías y las élites en el planeta.

La aristocracia de Platón y Aristóteles hace referencia, primariamente, al sistema político encabezado por personas cuya elevada virtud, experiencia vivencial, capacidad intelectual y sabiduría.

Eso, hasta el día de hoy se ve sumamente lejano. Han existido esfuerzos, pero estamos distantes de ese porvenir, donde nos gobiernen y dirijan “los más sabios”.

Con sus respetables excepciones, las oligarquías actuales, al igual que la mayoría de los gobiernos, son una perversión de esa idea de “aristocracia aristotélica”. Al ignorar o subestimar la comprensión de la existencia misma, son en gran medida, corresponsables, de la situación actual del planeta.

Leo a Tocqueville y me asalta una jaqueca espantosa.

Estamos viviendo en un mundo inmensamente rico y al mismo tiempo, paradójicamente, de gran pobreza espiritual.

Cuando menciona el ilustre historiador francés: La salud de una sociedad democrática se puede medir por la calidad de las funciones realizadas por los ciudadanos privados”, nos damos cuenta de que estamos siendo casi todos, estúpidamente indiferentes a lo que nos está pasando.

Como cuando también dice: “La riqueza de los países no depende de la fertilidad de su suelo, sino de la libertad de sus habitantes”. Y cuestiona, lo que muchos grandes economistas y sociólogos, conscientes y despiertos, siguen comentando al día de hoy: “Lo más importante para la democracia es que no existan grandes, enormes y desproporcionadas fortunas en manos de pocos”.

Leo a Veblen y siento un desgarrador ardor en la garganta.

El notable economista estadounidense, Thorstein Veblen, cuyo pensamiento ha sido considerado vanguardista y estar al mismo nivel que el del propio Tocqueville o de Karl von Clausewitz, nos habla sobre ese mismo tema, que ha sido guardado en el armario, pero que es de una sensata pertinencia.

En su libro La teoría de la clase ociosa, crítica satírica a la sociedad norteamericana, Veblen define el “consumo ostensible” y la “emulación pecuniaria”.

¿Qué dijo Veblen? Que la tendencia a competir es inherente a la naturaleza humana. Cada uno de nosotros tiene una propensión a compararse con los demás, y busca manifestar por este o aquel rasgo externo, una pequeña superioridad.

Veblen no afirmó que la naturaleza humana se reduce a este rasgo. No lo juzgó desde un punto de vista moral. Lo vio. También señaló que esta forma de rivalidad simbólica se observa en todas las sociedades.

Afirma que todas las sociedades producen con bastante facilidad la riqueza necesaria para satisfacer sus necesidades de alimentos, vivienda, educación de los niños, convivencia, etc.

Sin embargo, generalmente producen una cantidad mucho mayor de riqueza que satisface estas necesidades. ¿Para qué? Porque se trata de permitir que sus miembros se distingan unos de otros.

Veblen luego señaló que la mayoría de las veces existen varias clases dentro de la sociedad. Cada uno de ellos se rige por el principio de rivalidad ostentosa.

¿Qué sucede en una sociedad desigualitaria? El despilfarro material de la oligarquía, plagada de una competencia ostentosa, sirve de ejemplo para toda la sociedad. Y acaba generando un enorme desperdicio.

Cada uno a su nivel, dentro del límite de sus ingresos, busca adquirir los bienes y signos más valiosos. Los medios de comunicación, la publicidad, las películas, las telenovelas, las revistas de “celebridades” son las herramientas para difundir el modelo cultural dominante.

El consumo excesivo de bienes suntuarios se ha convertido en una dilapidación de recursos sin substancia. Es una desgraciada sinrazón. Sobre todo, cuando miramos la pobreza lacerante y la bestial degradación del medio ambiente.

“La avaricia rompe el saco” Proverbio popular–.

Leo a Camus… es como si me arrancaran una uña.

La sociedad está ciega. “El mundo está siendo dominado por personas que rechazan el sufrimiento de ser y de morir”, sentencia el escritor francés.

“El mundo carece de dirección; el hombre a partir del momento en que lo acepta debe imprimirle una, que desemboque en una humanidad superior”

¿Estamos haciendo algo para que la dirección de nuestra humanidad realmente cambie?  ¿O nuestro silencio es estrepitosamente condenatorio?

Leo a Baudrillard y es como sufrir un terrible dolor de muela.

Estamos cojos y mancos: “La humanidad perdió el destino y vive un simulacro” o “Vivimos en un mundo donde hay más y más información y tiene menos y menos sentido”.

Cuando el sociólogo francés escribe: “Mundialización y universalidad no van de la mano, son más bien excluyentes. La mundialización se da en las técnicas, en el mercado, en el turismo, en la información. La universalidad es la de los valores, los derechos del hombre, las libertades, la cultura, la democracia…”, no me queda más remedio que intentar despertar del sueño alucinante y materialista que nos han inculcado.

Leo a Kafka… siento asco y ganas de vomitar.

Como Gregorio Samsa, pienso a veces, que nos hemos convertido en unos escarabajos. El miserable y anodino vacío que estamos creando de nuestra sociedad, nos puede llevar a arrastrarnos vergonzosamente, para después, ¿buscar qué? ¿Una redención?… Será demasiado tarde…

¿No podemos tomar conciencia de nuestras malas acciones, antes de que se nos vengan encima? ¿No podríamos dejarnos guiar por el sentido común antes de que nos desbarranquemos?

Me rebelo… pero cuando Kafka escribe: “Vivimos en una era tan poseída por los demonios, que pronto solo podremos hacer el bien y la justicia en el más profundo secreto, como si fuera un crimen”, ratifico lamentablemente que en eso se está transformando nuestro presente reciente y próximo futuro.

Me succiona la frustración… ¿acabaré actuando como menciona el ilustre escritor checo?… dejando que los problemas, me devoren.

Hemos construido un “castillo” lleno de recovecos y laberintos. Gustamos de la complejidad.  Nos disfrazamos de personajes fatuos y superfluos. Nos han enseñado que debemos proteger a nuestro “niño interno” de tantas argucias y maldades. ¿Será tan difícil quitarnos el velo, mandar a volar la máscara y buscar la autenticidad del Ser?

“Creer significa liberar en sí mismo lo indestructible. O mejor: liberarse. O mejor aún: ser indestructible… o mejor aún: ser”.

¿En algún momento alcanzaremos a despertar del espejismo del que nos hemos rodeado y divisaremos un rayo esperanzador que cubrirá esa mala vibra y nos ayudará a regenerar nuestra dimensión terrenal?

Bueno, ¡hasta el propio Kafka muestra un poco de optimismo y esperanza!, cuando dice: “No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.

Leo a Bukowski y siento un punzante dolor de oído.

El filósofo impertinente nos llena de su soez e irreverente lenguaje, que va directo a la herida con diafanidad lacerante. Es como si el verdugo nos azotara con el látigo de condena. O como si nos dieran un mazazo buscando sacarnos de la aciaga confusión y mediocridad en la que nos hemos estacionado.

Inmersos en una locura, que es la propia vida, como dice el escritor teutón. “Alguna gente no enloquece nunca… qué vida verdaderamente horrible deben tener”.

Y complementa cuando habla de que la experiencia es la que afecta el área que divide el cerebro y el alma.

“Los locos son aquellos que pierden la mente por completo y pasan a ser alma. Los que pierden el alma por completo y pasan a ser mente, son intelectuales. Y los que pierden ambos pasan a ser los aceptados”.

¿La aceptación es hoy una desvergüenza, una arbitrariedad existencial? ¿Hemos llevado a nuestra sociedad a una tropelía desmesurada carente de humanidad?

¿Tener compasión por el prójimo ha pasado de moda? En cambio ¿ser déspota, mentiroso, demagogo y populista es lo que la torpeza de una mayoría acepta con el fin de no adentrarse en el pozo de sus propias profundidades?

Me doy una cachetada para tratar de entender la simple y sabia frase del irónico y loco poeta de los marginados: “Empiezas salvando al mundo, salvando un hombre a la vez. Todo lo demás es un grandioso romanticismo o simple política.”

Leo a Baudelaire… se me inflaman el corazón.

Los necios, los torpes, los tontos, los soberbios… infiltran en sus venas y alma el peor de los depravaciones. Como dice el poeta maldito: “el más irreprochable de los vicios es hacer el mal por necedad”.

Pero “qué importa que procedas del cielo o del infierno” exclama el poeta incomprendido. Lo que cuenta es qué hagamos algo con nuestra existencia. Y nos cuestionemos hasta el dolor.

Nos invita a soñar. “La capacidad de soñar es una habilidad divina y misteriosa”. Y nos empuja a descubrir la soledad.

Porque el “maldito poeta” sabe que, si no tenemos los cojones de enfrentarnos a nuestro propio Satán, a nuestros demonios, no lograremos comprender jamás qué destino se nos ofrece. Aunque vayamos dando tumbos. Aunque caigamos mil veces… la soledad nos espera paciente: “Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo entre multitud atareada”.

Porque ante esa sed insaciable de vanidosa acumulación de riquezas pasajeras, no importará que sea un Angel de Dios o de Satán… la aciaga muerte nos espera, estoicamente.

Oh dolor, dolor! El Tiempo devora nuestras vidas

Y el oscuro Enemigo que el corazón nos muerde

Crece y se fortalece con la sangre derramada!

Leo a Huxley y siento una patada en la espinilla.

Expone el filósofo británico con fina elegancia: “Si muchos de nosotros seguimos ignorándonos, es porque el autoconocimiento es doloroso y preferimos el placer de la ilusión”.

¿Dónde nos encontramos parados? O mejor dicho ¿dónde estamos derribados? ¿en qué trinchera nos hemos escondido?

¿Estamos esperando que una mano invisible venga y nos saque de nuestra esquizofrénica y devastada situación?

Como bien dice Huxley: “el amor ahuyenta al miedo y recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no solo al amor…también a la inteligencia, la bondad; todo pensamiento de belleza y verdad y sólo queda la desesperación muda. Y al final, el miedo llega a expulsar del hombre, a la humanidad misma”.

Los miedos nos sumergen en un inagotable flujo de desventuranzas y atropellos. ¿Lograremos sobreponernos a la fatalidad desesperanzadora que nos espera, si continuamos con dudas y perturbaciones, por no querer enfrentar y trabajar nuestros miedos y demonios? ¿Continuaremos dándole la espalda a la luz de la compasión y la tolerancia?

Por eso Huxley, nos ilumina el sendero en nuestras penumbras existenciales cuando expresa: “Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo”.

“El cambio realmente revolucionario deberá lograrse, no en el mundo externo, sino en el interior de los seres humanos”.

Un Mundo Feliz precisamente de Huxley, reseña la utopía e ironía de ese mundo imaginario. ¿O será más bien que el nuestro se le ha quedado corto a la premonitoria novela, donde la artificialidad en la que vivimos… nos está terminando por ahogar?

Tomo prestado el prólogo de esa sugestiva obra como mi conclusión:

“El remordimiento crónico, y en ello están acordes todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes llevar a cabo una morosa meditación de tus faltas. Revolcarse en el fango, no es la mejor manera de limpiarse”.

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