“El peor de los sistemas políticos se gesta cuando el pueblo es manipulado y decide sin información.
Es el último estado de la degradación del poder o sea, degeneración de la DEMOCRACIA.
Y se nutre del rencor y la ignorancia. A esto se le llama OCLOCRACIA.”
POLIBIO
Un tótem se define como un símbolo tallado en madera o en piedra; un objeto que llega a ser sagrado y que sirve como emblema de un grupo de personas.
El totemismo puede apreciarse en el desarrollo de sociedades de muchas partes del mundo, a lo largo de varias eras. Este tipo de ícono puede tener asociado un gran número de significados y atributos para los seres con los que se vincula.
Se cree que, específicamente, para algunas tribus norteamericanas – la palabra proviene de la cultura Ojibwa –, los animales tallados a lo largo del tótem poseen cualidades representativas de facultades espirituales o fuerzas sobrenaturales. Entre las especies adoradas se encuentra el lobo, el águila, el halcón, el bisonte, el tejón y el oso.
Dejé volar un poco mi imaginación. ¿Qué tipo de tótem pudiésemos tallar los mexicanos si quisiéramos simbolizar con animales a nuestras seis últimas “icónicas figuras presidenciales”?
Nuestro Nacional-Surrealismo – trataré, en algún momento, darle una explicación a este juego de palabras –, nos hace ser tan creativos e irreverentes… A veces tan kafkianos o dantescos que el resultado puede llegar a ser cómico, cruel, afable, irónico, benévolo, hiriente o jocoso. O todo lo contrario….
Los seres humanos, absolutamente todos, tenemos nuestras luces y sombras. Nos desenvolvemos tratando de salir de nuestras penumbras existenciales. Sólo que hay algunos que tienden más hacia la luz… y otros, hacia la oscuridad. Y otros se niegan a ver la Luz…
Carlos Salinas de Gortari. Tal vez sea el hombre que mejor supo rodearse. Su gabinete me parece el mejor de los tiempos recientes. Llegó a tener una idea clara para construir un México moderno. Nos puso a soñar. Sin embargo, su grandísimo error fue no saber dominar a su propio Satán. A su maldito ego, que le acabó jugando unas pésimas trastadas. Su sexenio es como una criatura que cae presa de sus propias artimañas.
Ernesto Zedillo Ponce de León. Se enfrentó a una grave crisis. La capoteó como un buen torero. Privilegió a las oligarquías a costa de las mayorías. Técnicamente, no lo hizo tan mal. Pero gobernar un país no es solo conducirlo por el camino de la técnica. Creo que un vendedor de paletas heladas, le hubiera puesto más corazón. Su período gubernamental es como un animal sin alma.
Vicente Fox Quezada. Arribó al poder con un bono democrático tremendo. Con la esperanza de un cambio verdadero. Un cambio real. Tuvo la oportunidad del siglo. Darle a México una nueva constitución. La del Siglo XXI. ¿Qué hizo? Su simpatiquísima y afable mujer y él mismo, se encargaron de desperdiciar horripilantemente, vergonzosamente, esa grandiosa oportunidad. Incendiándola en la hoguera de sus propias vanidades y perjudicando terriblemente el futuro de nuestra nación. Su sexenio es como un animal sin rumbo.
Felipe Calderón Hinojosa. Obtiene la presidencia a partir de una elección seriamente cuestionada por uno de los contendientes y por una parte importante de la población. Tuvo un escenario de seguridad muy complicado. Su periódo pudiera ser recordado como uno de los más violentos de los últimos cincuenta años. Predominó el uso de la fuerza por sobre el trabajo de inteligencia. Aunque existen elementos positivos en materia económica, hubo una tendencia desfavorable hacia los trabajadores. Su período sexenal es como un animal obsecado.
Enrique Peña Nieto. Se sobrepuso a un sinfín de polémicas y cuestionamientos de su Gobierno en el Edomex, donde el balance de los Derechos Humanos era ciertamente tenebroso y su agitada vida sentimental era blanco de chismorreos. A pesar de que su aptitud y capacidad para el cargo al que aspiraba, fue severamente cuestionada, el electorado le tendió la mano para que regresara el viejo PRI, con la consigna de una renovación de fondo. El resultado: Un escándalo inmoral. El sexenio más corrupto, deshonesto, putrefacto, de la Historia pos-revolucionaria de México. Su sexenio es como el animal que sustrae cosas.
Andrés M. López Obrador. Considerado el primer presidente mexicano realmente de izquierda, comenzó su mandato de seis años apoyado por la mayoría absoluta que su coalición disfruta en las dos cámaras del Congreso. Entre gestos de renuncia a algunos atributos dispendiosos del cargo presidencial y prometiendo “no traicionar al pueblo”, al tiempo que dice respetar “el orden legal establecido”, su discurso ha logrado lo que nunca se había visto. Partir a México en dos. En lugar de buscar unir a los mexicanos en torno a un proyecto de nación, ha hecho todo lo contrario. Es cuestionado por su tremendo populismo y aciaga demagogia. Su sexenio ha sido como un animal que sabe camuflarse.
En este “imaginario cultural” del México contemporáneo, los animales a tallar –no limitados, claro está– en ese tótem, pudieran ser:
Un asno, una hiena, un cuervo, una rata, un mapache, un buitre, una rémora, un lobo con piel de oveja o una sepia –creo que sería válido y hasta razonable crear quimeras, o por qué no, imaginar unos alebrijes… sobre todo en algunos casos–.
El orden, la denominación y la interpretación de la irónica alegoría que pudiese desprenderse de esta “insensata especulación” se la dejo a usted, respetable lector.
La prudente consideración de esta “irreflexión”, es cuestionarnos donde estamos parados. Y hacia dónde vamos. Porque no estamos lejos de terminar tallando un tótem con horribles monstruosidades o inclusive, a nuestro propio Leviatán.
Hace poco escuché unas entrevistas de Zedillo y de Calderón. Criticaban al actual gobierno y aunque en algunas cosas pudieran tener razón, exigen temas o hacen propuestas que ellos mismos no las hicieron cuando tuvieron la oportunidad.
¿Sería mucho pedir que los expresidentes dejaran sus diferencias atrás y se unieran para pedir unidad en torno a México? ¿Es realmente, mucho desear?
¿Sería mucho pedir que dejáramos de criticar y de decir que todo está mal y mejor concentráramos nuestras energías en proponer cosas positivas alrededor de un proyecto nacional que incluya a todos los mexicanos?
¿Es mucho pedir que las élites empresariales, intelectuales, educativas se den a la tarea de proponer una temática para construir un proyecto alternativo de Nación al que estamos viviendo y que tenga como consigna principal dejar ideologías partidistas a un lado, que tanto daño hacen?
¿Es tan difícil pedirle a la ciudadanía que haga una toma de conciencia de que todos somos necesarios para que este país cambie?
¿Es tan complicado qué dejemos de criticar como si todo siempre fuera malo; decir siempre que no a todo y mejor empezar por aportar cada uno de nosotros una visión más positiva y optimista de nuestro entorno?
Debemos cuestionarnos. Es fundamental generar una conciencia nacional con el fin de unirnos en torno a un proyecto MEXICANO. Una idea de Patria que nos conecte. Respetando las diferentes formas de pensar, pero construyendo una aspiración común cuya finalidad sea el bienestar de los mexicanos alrededor de un país más justo, equitativo, ecuánime y responsable.
Si no lo hacemos, si no debatimos, si no participamos, una oclocracia pueda empoderarse completamente del país.
La oclocracia no es “el gobierno del pueblo”, como la democracia, sino “el gobierno de la chusma y de los peores”. El sistema degenera hasta abandonar la razón y el bienestar general para ejercer como un cuerpo corrupto que conduce a la destrucción, la pobreza, el desprestigio, la injusticia y a entronizar la maldad y el abuso en el ejercicio del poder.
En El Contrato Social del filósofo francés, Jean Jacques Rousseau, se define esta oclocracia como “la degeneración de la democracia”. El escocés James Mackintosh, lo hace como “la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso; el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”.
La oclocracia propicia el robo a los que trabajan y reparte ese dinero entre los vagos, al mismo tiempo que permite a los dirigentes oclócratas una vida de suntuosidad y excesos. Los demagogos traicionan, engañan, mienten, despilfarran, se endeudan sin prudencia.
Arruinan a los buenos ciudadanos; odian la prosperidad y prefieren gobernar siempre sobre incultos y pobres porque a ellos es mas fácil engañarlos y someterlos que a las personas pensantes, que aprecian la libertad y que cumplen con sus obligaciones.
El arma más efectiva de los políticos de la oclocracia es la ignorancia de los ciudadanos. Su objetivo siempre es el mismo: conseguir y mantener el poder.
Para ellos, son odiosas y detestables, las leyes que limitan el poder. Siempre procurarán burlarlas o cambiarlas. Los demagogos corruptos buscan cambiar las Constituciones y las han sustituido por decretos, códigos o leyes indecentes que ellos mismos se han encargado de dictar.
Han logrado el control de una masa que cada día piensa menos; que ha dejado de reflexionar y que es empujada hacia el vasallaje y la esclavitud por el poder, degradando a la sociedad en general y marginando a hombres y mujeres honrados y trabajadores.
No hay otro camino para erradicar la oclocracia que la denuncia y participación constante de una ciudadanía responsable. Mantener la libertad, recuperar el control de los medios de educación y de comunicación deben ser unos de los objetivos trascendentes para implantar una auténtica República, no degenerada, que imponga la sensatez, la racionalidad y la bondad.