En una señal de aparente contención, el presidente Donald Trump ha optado por no contestar públicamente a la última medida arancelaria impuesta por China, mientras deja abierta la puerta a una posible negociación con el gobierno de Xi Jinping, en medio del creciente conflicto comercial entre ambas potencias.
Durante las últimas semanas, Washington y Pekín han intensificado su confrontación económica con una escalada de aranceles sin precedentes: Estados Unidos los ha llevado al 145% en algunos productos clave, mientras que China ha respondido con tasas de hasta 125%. Las represalias cruzadas han comenzado a golpear el comercio bilateral y a presionar a grandes corporaciones que dependen de cadenas de suministro en Asia.
A pesar del aumento de tensiones, Trump declaró que está dispuesto a sentarse a negociar, aunque no detalló condiciones ni plazos. Analistas económicos advierten que este viraje podría deberse más a la presión interna —inflación alta, déficit comercial y descontento ciudadano— que a un gesto real de distensión.
Por su parte, Xi Jinping ha manifestado que su gobierno no busca intensificar el conflicto, pero se mantendrá firme si considera que se vulneran los intereses chinos. Mientras tanto, algunas empresas estadounidenses, como Apple y Tesla, ya han iniciado procesos de reubicación fuera de China para evitar los efectos de esta guerra económica prolongada.
El conflicto amenaza con tener repercusiones globales, tanto en la estabilidad económica como en la política internacional. Observadores temen que el deterioro en la relación comercial pueda trasladarse a otros frentes sensibles, como el de Taiwán o el control tecnológico.
Por ahora, el silencio de Trump ante la última acción de Xi sugiere que la Casa Blanca evalúa un nuevo enfoque. Lo que resta por ver es si esta apertura será suficiente para evitar una ruptura más profunda entre las dos principales economías del mundo.
