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miércoles, octubre 1, 2025

Sheinbaum: sorpresas a un año

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Publicado originalmente por Viri Ríos en El País, compartimos este reportaje por su relevancia e interés periodístico:

El arranque de todo sexenio está marcado por análisis apresurados y veredictos que pronto se desgastan. El de Sheinbaum no fue la excepción. Durante meses, se repitieron diagnósticos y dogmas sobre su capacidad de mando y su margen de maniobra. Por un tiempo parecieron incuestionables.

Sin embargo, al cumplirse un año de sexenio, varios de esos supuestos muestran fisuras y conviene someterlos a revisión crítica. Me centro en tres: la idea de que la presidenta sería una copia de Obrador, la sospecha de que su popularidad sería frágil y la convicción de que nunca lograría consolidar una estrategia para influir en su propio partido.

Juicio 1: La “calca” de Palenque

Basta ver los hechos. En un año de su sexenio, Sheinbaum no solo no ha repetido al pie de la letra las políticas de Obrador, sino que ha sorprendido a los propios morenistas al impulsar estrategias diametralmente opuestas a las de su antecesor.

El ejemplo más evidente es la política de seguridad. En ella, Sheinbaum ha dado un vuelco completo. Lejos quedaron los días de “abrazos, no balazos”. Por el contrario, la presidenta empoderó a uno de sus hombres de mayor confianza, Omar García Harfuch,para emprender una ofensiva frontal contra los ingresos del crimen organizado, para crear cuerpos policiales de élite y mejorar la coordinación con las fiscalías.

La diferencia con el expresidente es abismal. Según datos de México Evalúa, en los primeros 100 días de gobierno —antes incluso de la toma de posesión de Trump—, los operativos contra grupos criminales aumentaron 597%, el número de detenidos creció 1.216%, las armas decomisadas se dispararon 5.811% y los aseguramientos de droga se incrementaron 1.000%. Día y noche.

Otro cambio decisivo de Sheinbaum está en la política exterior. Durante el sexenio de Obrador, México se desdibujó en la arena internacional porque el expresidente veía la diplomacia como una exquisitez innecesaria.

En su primer año, Obrador no realizó un solo viaje al extranjero. Sheinbaum, en contraste, ha estado presente en el G20, el G7 y la CELAC, se ha reunido con cinco jefes de Estado y ya tiene una fila de mandatarios interesados en visitarla.

La presidenta no solo es respetada fuera del país, sino reconocida como una de las negociadoras más hábiles frente a Trump. Sus llamadas con el presidente estadounidense han generado titulares en todo el mundo. Su forma de contener, sin rupturas, la olla de presión de la relación bilateral México-Estados Unidos es motivo de asombro global.

Sheinbaum también ha reinventado la política de desarrollo económico del país. Hacía décadas que México no se tomaba en serio la aplicación de una política industrial. La presidenta lo está intentando. A diferencia de Obrador, que se conformaba con una relación cordial con los grandes empresarios, Sheinbaum impulsa una estrategia de proteccionismo doméstico, sustitución de importaciones y proyectos de infraestructura para fortalecer la proveeduría local. El contraste es agudo.

Juicio 2: La popularidad frágil

Un segundo aspecto, dado por sentado por la mayoría de los analistas al inicio del sexenio, era que Sheinbaum tendría una popularidad más endeble. La hipótesis parecía lógica: México es un país sexista y la presidenta es mujer.

Para sorpresa de tantos, la popularidad de Sheinbaum no solo resistió, superó a la de su maestro. En su primer año, Obrador perdió nueve puntos de aprobación. Sheinbaum ganó tres.

Estimo que este fenómeno se explica por dos ingredientes distintos.

Por un lado, dentro del obradorismo, Sheinbaum ha sostenido su popularidad al asegurar la continuidad de las políticas más exitosas del expresidente. Los programas sociales siguen ocupando e incluso se han ampliado para mujeres de 60 años y niños en edades escolares más tempranas. Sheinbaum también creó un programa de atención médica a adultos mayores casa por casa. La política social es el atributo más valorado por quienes aprueban la gestión de la presidenta.

Más aun, para satisfacción de los obradoristas acérrimos, Sheinbaum encarna con sobriedad la política de territorio, humildad y austeridad que diseñó el expresidente. Su liderazgo, sereno y sin estridencias, transmite calma y refuerza la percepción de que el proyecto quedó en buenas manos.

Por el otro lado, entre los votantes opositores, Sheinbaum ha sorprendido positivamente por su carácter. Con menos exabruptos y mayor disposición al diálogo que Obrador, la presidenta es vista como una líder más incluyente con el empresariado y las clases medias. La mayoría de los mexicanos la perciben como una mujer honesta (64%), líder (66%) y con capacidad de dar resultados (54%).

A diferencia de Obrador, quien confrontaba directamente a periodistas e incluso llegó a exhibir su información personal, la presidenta mantiene sus conferencias mañaneras en un tono más profesional y pragmático. Hace apenas unas semanas, llegó incluso a disculparse por responder de forma abrupta a un reportero. Un gesto impensable en el sexenio pasado y que le valió varios puntos entre opositores.

Juicio 3: Morena, el monstruo indomable
Finalmente, un aspecto que merece revisión tras el primer año de Sheinbaum es su relación con Morena donde muchos anticipaban que ella jamás lograría influir.

En este punto, hay verdades difíciles de obviar. Morena es un monstruo de mil cabezas: un paraguas que cobija intereses tan diversos que resulta imposible someterlos por completo. Algo similar ocurría con el PRI hegemónico, que —como hoy revelan nuevas revisiones historiográficas— tuvo mucha más desobediencia interna de la que se le reconoce.

Aun así, resulta revelador observar cómo, a lo largo de su primer año, la presidenta ha ido encontrando formas de mover a ese monstruo.

Su estrategia ha pasado por tres fases.

En los primeros meses adoptó un modo laissez-faire. Renunció a su militancia y dejó el camino abierto a sus dos líderes: Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán.

Hacia el octavo mes su estrategia cambió. Sheinbaum envió una carta formal a Morena llamando a frenar los excesos de algunos de sus miembros: desde el turismo legislativo de Fernández Noroña hasta la ostentación de Ricardo Monreal y los escándalos de gasto preelectoral de Andrea Chávez. Este fue el inicio de una etapa en la que la presidenta buscó influir de manera más activa.

Lamentablemente, su manotazo no bastó. Por ello, de manera más reciente, la presidenta parece haber inaugurado una estrategia distinta: la neutralización.

Congreso Nacional de Morena, el 20 de julio.
AUREA DEL ROSARIO (EL PAÍS)
Sheinbaum ha dejado que los morenistas se expongan a escándalos de corrupción de alto calibre sin salir a rescatarlos. Limitándose a declaraciones mínimas de respaldo. Todo indica que la apuesta es dejarlos hundirse en su propio lodo para debilitarlos y, con ello, aumentar el control de Sheinbaum del partido.

Hasta ahora, la estrategia parece rendir frutos: la popularidad de la presidenta se ha mantenido y la identificación de los votantes con Morena ha caído. Ese contraste empodera a Sheinbaum al hacerla más indispensable para la vida futura del partido.

Habrá que seguir la evolución de esta estrategia en su segundo año de gobierno. Si muestra eficacia, es probable que la presidenta consolide cada vez más capacidad de influencia en Morena.

El poder con claroscuros

Concluyo con una reflexión importante. Entre analistas, existe la costumbre de atribuirle las decisiones más controversiales del sexenio, no a Sheinbaum, sino a sus operadores políticos o rivales. Así ocurrió, por ejemplo, cuando se aseguró que la presidenta no deseaba entregar Derechos Humanos a Rosario Piedra o que se oponía a la reforma judicial y a la eliminación de organismos autónomos.

Muchos analistas incluso sostienen que las decisiones más polémicas de la presidencia se definen “en Palenque” y que Sheinbaum, supuestamente, pulcra y obediente, se limita a aceptarlas.

Esa lectura me parece profundamente equivocada. Viendo lo que ha pasado este primer año y la calidad del liderazgo de Sheinbaum, habría de dejar a un lado los análisis misóginos y aceptar que las decisiones de su gobierno las toma ella. Es hora de reconocerle el poder con todos sus claroscuros.

Sheinbaum no es una mujer mojigata que heredó el poder. Es el poder.

 

 

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