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sábado, abril 20, 2024

San Francisco: el origen y el fracaso de la modernidad

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Les decían los tripas blancas y en los señoríos de Tlaxcala, Tepeaca, Cholula, Totimehuacan y Huejotzingo sabían que estaban en busca de tierras. 

Su primera opción fueron los aliados tlaxcaltecas, pero nunca imaginaron el rechazo de los principales. 

Fue entonces que voltearon sus ojos a lo que se llamaría el Cuextlalcoapa, un valle que para algunos era una zona de conflictos limítrofes entre los señoríos; pero para otros, una porción que compartían todos. 

Fue en el año 13 Carrizo, según se asienta en los Anales de Puebla, Tepeaca y Cholula, cuando el Cuextlacoapa vio a luz “a causa de los tripas blancas que vinieron de Castilla; quisieron asentarse (…) en Tlaxcala, pero no aceptaron los viejos, los principales, por la corriente del río de allá que ahora llaman de Los Ángeles y Nuestra Señora Conquistadora”.  

¿Quiénes eran los tripas blancas? Un grupo de 40 personas que fundarían lo que hoy conocemos como la Ciudad de Puebla: 8 conquistadores encomenderos, 7 conquistadores casados con indias caciques, 4 sacerdotes, 7 conquistadores pobres e inválidos, 12 pobladores artesanos y dos viudas con hijos. 

Los tripas blancas eran, por decirlo de una forma, la modernidad que sentaba sus reales en una región con siglos a cuestas de tradiciones ricas en espiritualidad, guerra y ciencia.  

El sitio que consiguieron no podía ser mejor. 

Un río principal y dos afluentes para abastecerse de agua para el cultivo y el consumo. 

La fundación, contrario a lo que se piensa, no provino de una declaratoria ni reconocimiento de la Corona española. 

En todo caso fue una mezcla de pactos políticos y fervor religioso. 

Algunos historiadores sugieren que la presencia de indias caciques era parte del trato político que los señoríos asumieron con los españoles y dio paso a una nueva forma de relación. 

El fervor quedó sellado en el cerro conocido como Huitzilapa, cuando Fray Toribio de Benavente, Motolinía, celebró el 16 de abril de 1531 la misa que fue considerada como fundacional de la nueva ciudad.  

Por fin, los tripas blancas tenían un pedazo del mundo al cual sujetarse.  

Un pedazo de tierra que con los siglos se volvió el oscuro objeto de la codicia.  

 

***

Millones de litros de tinta han corrido para explicar el tipo de modernidad que representaba la Nueva España. Hubo discusiones para determinar si los indios tenían alma a fin de que fueran considerados como sujetos con derechos. 

Otros, en esa modernidad, se olvidaron de las discusiones filosóficas y legales para asumirse en el plano de los negocios y el comercio.  

Explotación de minerales, especias, animales, tejidos.  

Todo era susceptible de arrebatar y venderse.  

Esa modernidad se decantó por un sincretismo en todos los sentidos.  

La Ciudad de Puebla, poco a poco, tomó un cariz particular en el nuevo mundo que estaba en construcción.  

La zona fundacional en la que el padre Motolinía celebró su misa tuvo que mudarse a otra zona en 1563 a raíz de las inundaciones. 

Con el paso de los tiempo, Puebla se consolidó como una ciudad colonial por excelencia, la segunda más importante después de la Ciudad de México.  

A su favor jugaron su ascendencia española y ser la capital administrativa del mundo eclesiástico. 

Ya no eran los 40 fundadores.  

La ciudad, ante su crecimiento, demandaba más servicios, más productos, más de todo. 

Los colonos sabían que el agua era buena y la aprovecharon. 

En la zona fundacional, por ejemplo, se abrieron molinos, curtidurías. 

Los siglos pasaron.  

Puebla fue testigo y partícipe fiel de los movimientos mundiales que forjaron a la humanidad: el barroco, las nao chinas, el comercio de especias, la ilustración y, principalmente, la industria textil. 

Fue en esta ciudad en donde se construyó la primera fábrica de ese tipo de Latinoamérica y en donde Esteban de Antuñano demostró que el agua era buena.  

Y el río de la zona fundacional era un sitio privilegiado para las fábricas de hilos.  

Allí se instalaron La Oriental, San Juan de Amandi, La Concepción.  

 

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El agua que puede ser buena también puede ser corrompida por el hombre. 

Desde su formación en La Malinche, el río de San Francisco partió en dos a la ciudad de Puebla.  

Del lado de la zona fundacional, por ejemplo, vivían los españoles, indígenas caciques y todos aquellos que participaban de la alta alcurnia. 

Del otro lado, es decir, en donde ahora se encuentra la Catedral y el Ayuntamiento, era una zona para los indígenas que conservaron la estructura de barrios. 

Un río con agua buena dividía a dos ciudades. 

*** 

La modernidad que trajo la industria textil a Puebla también se vio reflejada en espacios públicos. 

En Las Calles de Puebla, el alemán Hugo Leitch, sostiene que en la zona fundacional se creó en 1788 el Paseo Nuevo o Paraje de Almoloya. 

Ese fue el primer antecedente del Paseo de San Francisco. 

Después se le conoció como el Paseo Viejo debido a la inauguración del Paseo Nicolás Bravo. 

Las fábricas compartían espacios con calzadas, negocios, los famosos Baños de San Juan Bautista. 

El tiempo reafirmó que la zona fundacional era tan importante como el sentido de pertenencia.  

 

***

Todo transcurrió como se acostumbra en una ciudad importante: con altas y bajas, guerras y revueltas, enfermedades, pestes, pobreza, riqueza, cultura y una creencia religiosa a prueba de fuego. 

En el siglo XX, específicamente en la década de los 80, un nuevo aire de interés se despertó en la zona fundacional, el cual fue impulsado por la declaratoria de Puebla como Patrimonio Cultural de la Humanidad.  

Cientos de edificios que resguardan el barroco y los estilos arquitectónicos de siglos quedaron a salvaguarda. 

Pero la década de los 80 también fue el semillero de una nueva corriente que pegó con fuerza en todo el orbe: el neoliberalismo. 

México llegó a ese modelo de la mano de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari. 

Puebla no estuvo exenta de esa dinámica. 

Al pasar de los años, una ironía atraviesa nuestra historia: Manuel Bartlett Díaz, hoy conocido como férreo defensor de la soberanía nacional, fue el responsable de impulsar, desde el gobierno del estado, la privatización de la zona fundacional de Puebla. 

El Proyecto del Paseo del Río San Francisco nació muerto porque nunca fue socializado ni aceptado socialmente.  

La propuesta original incluía la intervención de 27 manzanas distribuidas en 25 hectáreas para la instalación de desarrollos inmobiliarios y comerciales, centros de convenciones y el rescate del patrimonio.  

Lo que nunca quisieron reconocer públicamente es que la zona fundacional quería entregarse a manos privadas.  

Después de muchos años de pleitos jurídicos, amparos y protestas, la gestión bartlista acotó la intervención a siete manzanas que abarcaban algunos barrios y construyó el centro de convenciones en una superficie de 16 hectáreas, en las que se encontraban 52 inmuebles particulares, el 34 por ciento expropiado.  

El proyecto fue heredado a la administración de Melquiades Morales, quien vio una oportunidad de oro no sólo para consolidar el negocio sino para llevar al extremo las cosas. 

El 21 de octubre de 2004, este reportero publicó en La Jornada de Oriente, el “Reglamento de condominio y administración de las siete manzanas que integran el Condominio de Paseo Río San Francisco de la ciudad de Puebla”. 

Ese documento, autorizado por el Fideicomiso del Paseo de San Francisco, confirmaba que un grupo de particulares eran copropietarios de 120 mil metros cuadrados de calles, andadores, inmuebles, servidumbres de paso en la zona.   

El escandaloso papel reveló que en esas siete manzanas estaban “Los Lavaderos de Almoloya, La Plaza de la Amargura, ubicada en la calle 12 Norte; los andadores de la avenida 14 Oriente, el paso de servidumbre del Centro de Convenciones, ubicado en el bulevar Héroes del 5 de Mayo… el jardín de Las Trinitarias, ubicado en la calle 12 Norte y 14 Oriente, así como el anexo al templo de La Macarena; los andadores ubicados en el callejón de la 10 Norte y calle Arroyo, de Xonoca, el que comunica a la calle 12 Norte, avenida 14 Oriente y callejón de la 10 Norte”. 

También incluía el estanque de Los Pescaditos, las plazas La Oriental, Hornos, Pinturas Murales y de la Madre. 

En otras palabras: la zona fundacional había pasado a manos de unos cuantos. 

 

***

Mario Marín Torres llegó a la gubernatura de Puebla y el disfrute del poder le duró poco.  

Eso no le impidió el permitir la construcción de un centro comercial, un estacionamiento y otros inmuebles en la zona fundacional. 

Tras el fallido gobierno priista llegó Rafael Moreno Valle Rosas y, entonces, todo terminó por irse al caño. 

Desde la Secretaría de Finanzas y Desarrollo Social, que ocupó con Melquiades Morales, el yuppie mandatario conocía de primera mano el Proyecto de San Francisco, sus alcances, consecuencia y, sobre todo, sus jugosas ganancias. 

Fue así que todos los inmuebles que incluían las siete manzanas de la discordia no solo fueron ratificados como propiedad de particulares sino que se les auspicio a presumirlo.   

Los Lavaderos de Almoloya se convirtieron en un atractivo del costosísimo hotel Rosewood.  

Lo mismo ocurrió con el jardín de Las Trinitarias que dejó de ser patrimonio de la ciudad para ser un lugar de celebración de bodas, XV años, primeras comuniones.  

Un punto que siempre presumió Moreno Valle fue que en su gestión Puebla estaría a la par de la modernidad.  

Ahí está su modernidad. 

 

***

Todo transcurría en Puebla como si no pasara nada. 

Rafael Moreno Valle nos engañó con la ilusión de progreso, las obras faraónicas y el sueño de tener un presidente de la República poblano. 

Todo eso se vino abajo junto con el helicóptero en el que perdió la vida. 

Fue entonces que salió a la luz el gobierno diseñado como modelo de negocios del morenovallismo. 

Lo que era de los poblanos —dígase patrimonio, arcas públicas— fue puesto en manos de particulares. 

Y no de cualquier particular. 

Todo negocio entregado tenía como telón de fondo una componenda política en la loca carrera presidencial. 

Fue Miguel Barbosa el que tuvo la compleja y difícil tarea de abrirnos los ojos. 

Nos mostró los datos, las cifras, los negocios, la corrupción. 

El tufo de la rapacidad nos provocó arcadas.  

Poco a poco, Miguel Barbosa ha ido desmontando el viejo régimen.  

Como era entendible, en cualquier momento llegaría al patrimonio de la ciudad. 

Y el tiempo ya llegó. 

Hoy, aquella misa a cargo del padre Motolinía, celebrada el 16 de abril de 1531, que dio nacimiento a la nueva ciudad que sería conocida como Puebla de los Ángeles, volvió a tener sentido. 

El sitio para los tripas blancas que dejó de llamarse Cuextlacopan y cambió a Paseo de San Francisco dejó de ser usufructo a particulares. 

Las cosas regresaron a donde siempre debieron estar.  

Y para eso, solo se necesitó a un poblador oriundo de la Sierra Negra que pusiera fin al abuso. 

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