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lunes, agosto 25, 2025

Rufino Tamayo: el moderno pintor del siglo XX

Un día como hoy, 25 de agosto de 1899, nació en Oaxaca Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, uno de los pintores mexicanos más universales, quien a lo largo de su trayectoria creó más de 1,300 óleos, 465 obras gráficas, 350 dibujos, 20 murales y un vitral.

Sus obras se encuentran alrededor del mundo: en México, en sedes emblemáticas como el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología y el Conservatorio Nacional de Música; en el Dallas Museum of Fine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO en París. Su obra es expuesta también en recintos como los museos de Arte Moderno de México y Nueva York, el Guggenheim y la Phillips Collection en Washington.

Hijo de un zapatero y una costurera, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo se pensaba como un “mexicano internacional”, quien se nutría “en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda”.

“Lo fundamental es que soy un hombre igual a los otros hombres, dotado, igual que ellos, con las mismas aspiraciones y preocupaciones. Uno más entre los hombres de este mundo dividido por prejuicios y nacionalismos, pero unido por la participación común en una misma cultura, la cultura humana, cualesquiera que sean las formas locales e históricas que adopte”, decía sobre sí mismo.

Trabajaba arduamente. De hecho, aconsejaba: “Si te gusta pintar, pinta todos los días, y si puedes, ocho horas diarias”. Con ello consiguió un estilo propio que le valió su renombre dentro de la historia cultural del siglo XX.

El pintor evolucionó: pasó de sus pinturas pequeñas a grandes murales de carácter social y se atribuyó a sí mismo una identidad: “Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla… Esto quiere decir que, en última instancia, no son las características que mi nacionalidad me ha impuesto lo verdaderamente importante en mi ser –o en el de cualquier otra persona”.

Rufino Tamayo experimentó con arte abstracto, con lo cotidiano, lo fantástico, lo mexicano y lo universal. Abordó la perspectiva lineal con cierta influencia cubista. No tenía banderas ni escuela, era un creador libre con un estilo de colores en el que superponía varias capas sin que ninguna perdiera su carácter y luminosidad, lo que dejaba asomar a un pintor moderno e innovador.

Su obra le ha valido la admiración de otros artistas, incluso de la literatura, como Octavio Paz, quien consideró las obras de Tamayo como expresión de un “realismo humilde”, sin predicación política o metafísica, evitando signos o mensajes, y a la cual definió como “una respuesta personal y espontánea a la realidad de nuestra época. Una respuesta, un exorcismo y una transfiguración. Incluso cuando se complace en el sarcasmo, esta pintura nos abre las puertas de una realidad perdida para los esclavos modernos y para sus señores, pero que todos podemos recobrar si abrimos los ojos y extendemos la mano”.

Los trabajos de Tamayo se tornan profundos y enigmáticos gracias a todos los seres y cosas que en ellos habitan: desde bailarines, serpientes, jaguares y perros, hasta luces y sombras que recobran múltiples sentidos.

Solía pensar que “el cuadro no está en verdad terminado hasta que no se resuelve el problema que le dio origen. Ningún pintor que lo sea pinta igual durante toda su vida”. Por ello, escapó de la línea que seguían sus contemporáneos, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, y mostró conceptos propios y nuevas técnicas.

Rufino Tamayo fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, nombrado Doctor Honoris Causa por las universidades de Manila, la Nacional Autónoma de México, la de Berkeley, la del Sur de California y la Veracruzana, así como Caballero de la Legión de Honor de Francia.

Además, recibió el Gran Premio de Pintura de la II Bienal de São Paulo, fue nombrado comendador de la República Italiana, Hijo Predilecto de Oaxaca, y el rey Juan Carlos de España le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. El Senado de la República hizo lo propio con la Medalla Belisario Domínguez y también fue miembro honorario del Colegio Nacional, entre otras distinciones.

Sus obras no fueron lo único que lo hicieron famoso, también su generosidad. Realizó numerosas donaciones a asilos y diversas instituciones, y llevó a cabo la creación de dos museos: uno de arte prehispánico en Oaxaca y el Museo Tamayo, dedicado no a él, sino al arte contemporáneo internacional.

Pese a la bronconeumonía que lo arrancó de este mundo a los 92 años, el 24 de junio de 1991, Rufino Tamayo dejó una huella imborrable, un recuerdo que se niega a desaparecer.

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