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viernes, mayo 3, 2024

Miguel Barbosa y la región calabresa que apareció en Tehuacán

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El tañido de una campana huérfana y el Vals de la Muerte, de la película El Padrino, hizo que, por unos minutos, quienes se encontraban en el panteón municipal de Tehuacán se sintieran como en una escena que rememoraba a uno de los pueblos calabreses o sicilianos, que tanto le gustaban a Miguel Barbosa Huerta y pretendía visitar una vez que concluyera su encargo como gobernador.

Ese viaje significaría cumplir con uno de sus sueños que nació después de cientos de horas de observar, una y otra vez, la majestuosa obra cinematográfica de Francis Ford Coppola.

Una pasión que compartía con su compañera de vida, Rosario Orozco Caballero.

Ese viaje es una de miles de cosas que Miguel Barbosa ya no realizará.

Su repentina muerte, en el mejor momento de su gobierno y carrera política, provocó un torbellino y el luto de Puebla.

A las puertas del Mausoleo de la familia del mandatario, El Vals de la Muerte —que se reproducía a través de una bocina— no se escuchó con la nostalgia desgarradora que se transmite en la película.

Ayer, en Tehuacán, la tierra de Barbosa, sonó como pieza triste.

Como una melodía dolorosa.

Un vals de despedida de quien no quieres que se vaya, por lo tanto, melancólico y trágico.

El tañido de la campana del mausoleo imprimió un tono más dramático a la escena.

La Cantabria y Sicilia de alguna forma estaban allí, con esa soledad de la tierra que está cansada de llorar por sus hijos muertos.

El cuerpo de Miguel Barbosa fue sepultado en el mausoleo familiar. Y digo que es un mausoleo porque su edificación evoca precisamente eso.

Hasta allí, doña Rosario y sus hijos llevaron el cuerpo del mandatario para su descanso.

Fue la despedida final que rememoró los acordes de la pieza trágica.

Así lo atestiguaron cientos de familiares, amigos, hombres de poder, pobladores, periodistas que estaban en el panteón municipal. Los mismos que anteriormente lo habían acompañado a la Catedral de Tehuacán para que se celebrara el rito mortuorio y espiritual de la iglesia católica.

El Vals de la Muerte, de Nino Rota, no fue la única pieza musical que se escuchó durante la larga jornada que acompañó al sepelio, pero sí la más emblemática.

Los presentes también escucharon la voz de Luciano Pavarotti y la Nessu Dorma de Turandot.

A sus oídos llegaron, en tiempos distintos, los acordes Carlos Puebla y Chabuca Granda.

Mago de Oz y su Hoy Toca Ser Feliz fue reproducida varias veces porque ese era el grito de batalla que acompañó a Miguel Barbosa desde la batalla de 2018.

En otro tiempo, José Alfredo Jiménez llenó el silencio y un mariachi cerró con Un puño de tierra.

Pero el Vals de la Muerte fue el único que inundó la escena de melancolía y recordó la tragedia.

Tehuacán fue, por unos minutos, un pueblo calabrés o siciliano que asoma a través del tañido de una campaña huérfana.

Quién iba decirlo.

Aun muerto, Miguel Barbosa llevó a todos a la tierra que soñó con pisar algún día.

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