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domingo, septiembre 21, 2025

Homenaje al gran Sampedro (por otro Sampedro)

Tomado del suplemento cultural Laberinto del diario Milenio, compartimos este artículo por su relevancia e interés periodístico:

Por Juan Gerardo Sampedro

Para mi hermano José de Jesús, a quien tanto quiero y extraño

Válgame y sálvame, amiga del Zen. Y yo que jamás pienso en las consecuencias, actúo casi siempre por eso que llaman impulsos y Corre, Conejo… Curioso que uno se adentre a circunstancias así como así. Nada es gratuidad:

La verdad que no muestran, amiga del Zen, amiga del Zen…
La verdad que no muestran, amiga del Zen, amiga del Zen…
La verdad que no muestran, amiga del Zen, amiga del Zen…

Pues sí, sí, amiga del Zen:

Yo que siempre me he sentido extraño, no soy, no lo soy. Debe sucedernos a todos pero no todos nos damos cuenta, no todos. Somos los que viven en laberintos de espejos, los que se deforman a diario y hacemos lo que otros llaman locura. Válgame y sálvame, amiga del Zen. Vino a visitarme el surrealista Echávarri y él no hace más que tomar Coca tras Coca. Entonces nos fuimos a buscar una en mi auto sólo por la especial preferencia que él tiene por el hielo y las cocas de máquina pues qué más si eso es su ansiolítico porque rechazó el Alprazolam. Entonces, bobo de mí: ahí a donde decidimos entrar el personal que atiende canta parabienes de cumpleaños aunque la gente no cumpla años. Y ellos llegaron, ya deformados, no soltaban la cara de pandas; le pusieron un sombrero de cartón a una señora y comenzaron los cantos desafinados… Vaya, vaya, amiga del Zen, amiga del Zen, no entiendo ahora qué paso pero me uní, bobo de mí, a los deformes pandas que estaban cantando y me puse a cantar igual, bobo de mí. La mujer debió sentirse enorme e importante: abrió los ojos al tamaño de una luna de sangre y no me los quitó de encima porque estoy convencido que yo ya estaba deforme como todos en ese lugar donde se cantaban parabienes de cumpleaños aunque nadie cumpliera años. Echávarri el surrealista había pedido además una sopa de tortilla y más y más Coca de máquina y hielo pero nunca le llevaron la sopa de tortilla y él lo olvido porque a cambio le traían más Coca y más Coca de máquina y hielo. Ufff, se dispersaron los pandas deformes y la señora de ojos de luna de sangre me dijo oye, oye, tú quédate aquí un momento y yo me senté frente a ella.
–Ven, ven: no rodeos –tenía las manos largas y sordas como los animalejos que actúan en la oscuridad–. Veo que ese hombre que te acompaña toma Cocas y Cocas: es menos deforme que tú. Ah, ah… Tú eres de los que se deforman apenas despunta el alba, lo sé, los ubico. ¿O tú eres tú? ¿No, verdad? No hables, no digas nada, no digas nada y déjeme pagar lo que he consumido y déjeme que te hable de un favor que sólo tú podrás hacerme, eres el único que puede, el único. Mmmm, deforme eterno –dijo. Sé, bobo de mí, que la señora de ojos de luna de sangre, sabía que no somos lo que queremos ser: a lo largo del día, al paso de las horas, todos seremos los otros y nunca los verdaderos. Pero las personas van abandonando sus capuchas de a poco y otras no, lo hacen de madrugada como lo hago yo, bobo de mí:
–No rodeos, no rodeos, sólo ven conmigo; dile al hombre que toma cocas y cocas que te aguarde cinco minutos, al fin que ni se dará cuenta de nada –dijo.

Nosotros no somos nosotros, amiga del Zen, amiga del Zen
Nosotros no somos nosotros, amiga del Zen, amiga del Zen
Nosotros no somos nosotros, amiga del Zen, amiga del Zen

Y ah, bobo de mí, no puede negarme ni explicarle un pimientón a Echávarri. Él pedía cocas y cocas. Y hielo.

–Si me da un poco de tiempo, si me dejara un poco más claro qué es lo que quiere, señora, quizá yo… –le dije viéndole esos ojos de luna de sangre.
–No rodeos, no rodeos, ven conmigo. Bajando al estacionamiento lo sabrás.
–Le acaban de hacer cantos los pandas deformes, señora, y usted ni siquiera festeja nada, supongo.
–¡A callar, a callar!

Los parquímetros estaban abajo en un, largo sótano, húmedo como la legua de las bestias. Y me pregunté, amiga del Zen, por dónde entran o salen los autos y se lo dije a la señora de los ojos de luna de sangre. Ella no levantó la cara y respondió aquí todo vuela y se van buscando lo que no hallan por esos huecos que tú puedes observar allá arriba. Y aún dijo más: ¿Cómo, deforme de mil años, puedes preguntar banalidades?

Dijo, amiga del Zen ¿Banalidades?
Dijo, amiga del Zen ¿Banalidades?
Dijo, amiga del Zen ¿Banalidades?

Ahh, Ufff. la señora de los ojos de luna de sangre era la más extraña de los deformes que he conocido y ¡oh!, bobo de mí, no me negué a seguirla, no lo hice y ni siquiera sé qué me hizo unirme a los pandas a cantarle parabienes. Y luego “No rodeos, a callar, sígueme”, terrible, bobo de mí:

Hasta entonces no pensé, o no recordé, que Lou Anne nos alcanzaría.
Lou Anne era una muchacha hermosa. oh, amiga del Zen, que me amaba como a las estrellas sobre los cielos oscuros. Bobo de mí, no tomé en cuenta que ella estaba por llegar: se había retrasado en una boutique buscando no sé qué cosas. Así que se lo dejé en claro a la señora de ojos de luna de sangre.
–Yo soy de pocas palabras y eso no me importa –volteó la cabeza hacia mí como lo hacen las mantis religiosas.
Interminable esa escalera de granito que bajaba hacia el estacionamiento. Auuuu, zodiaco, altera mi ego y pensé volver por donde vine. Ella ya estaba de pie frente a un Chevy casi desvencijado y yo pensando obsesivo en Lou Anne. Válgame y sálvame, amiga del Zen. La señora de ojos de luna de sangre vestía cubierta hasta los talones y llevaba aún el sombrero de cartón que le pusieron al hacerle esos cantos de parabienes. Auuuu, ufff, estaba descalza, ohhhh, zodiaco inmutable, abrió la palma de la mano y me mostró a un alacrán que dejó sobre la carrocería del Chevy desvencijado. Al parecer estaba familiarizada, no mostraba rasgo de asombro, ninguno:

Uno solo rasgo de asombro no, uno solo no
Uno solo rasgo de asombro no, uno solo no
Uno solo rasgo de asombro no, uno solo no

–Nos podrán servir, les tengo afecto y paciencia, son buenos aliados –dijo.

Y yo sin comprender. Y yo sin comprender, Lou Anne. Yo vuelto un beato menso, amiga del Zen:

Le miré a los ojos de luna de sangre. Su expresión: otra y la misma.

–¿Cómo irse de aquí? –alcancé a preguntarle.
–¡A callar!, he dicho que hay que volar hacia esos huecos de arriba pero aquí quien entra no sabe a dónde va. ¿Sabes qué hay más allá de esa engañosa luz que se filtra? Nadie lo sabe, ni yo. Haz lo que te voy a ordenar y si lo haces bien podrás irte sin alas, caminando. Oye, ven, ven, acércate.
–Está bien, ¡ahh, está bien! qué se supone que debo hacer, augggg–dije.
–Menos palabras, menos palabras, hombre de estúpida timidez visible.
–Debo buscar a Lou Anne…
–¿Puedes callarte? –hurgó algo en su bolso. Revolvió todo y sacó un revólver–. Aquí guardo recuerdos estúpidos y el corazón que yo misma me extraje no sé cuándo –confesó.

Ahhh, zodiaco, zodiaco: al momento que sacó la mano del bolso su brazo estaba lleno de alacranes que subían y que bajaban / que bajaban y subían.
Me entregó el revólver:
–Si yo pudiera no hubiera buscado a nadie pero cuando te presentí cantando supe que eras el indicado. Anda, anda ya. Ve: ese hombre que aparentemente duerme sobre el volante es sólo un muerto que de vez en cuando habla. Espera, espera –me indicó–. Esto que tengo es para él. Entonces abrió la portezuela del Chevy destartalado y permitió que aquellos alacranes subieran obedientes por el cuello del hombre.
–¿Qué demonios hace?
–A callar y a obedecer. Dispárale, hazlo en la nuca, no falles, timorato. No lo pienses más y deja el arma ahí, en medio de sus piernas, no lo muevas… ¿Esperas algo?

¡Pummm Pummm Pummm!

Lo hice, amiga del Zen, lo hice.

No supe más nada, la señora de ojos de luna de sangre subió por donde bajamos y yo atrás de ella. Me pareció eterno. Pasé al baño y me levé la cara y las manos, una vez y otra vez.

Ella gritaba / ella gritaba disparates / disparates
Ella gritaba / ella gritaba disparates / disparates
Ella gritaba / ella gritaba disparates / disparates

¡Bah! yo nada más estaba cantando parabienes entre los pandas y el surrealista Echávarri otra Coca, otra Coca y más hielo…

Y los pandas se dispersaron y la mujer de ojos de luna de sangre no se quitó nunca el sombrero de cartón. Y vino todo, vino todo eso.

Augggg luna de sangre / Augggg zodiaco / Augggg amiga del Zen
Augggg luna de sangre / Augggg zodiaco / Augggg amiga del Zen
Augggg luna de sangre / Augggg zodiaco / Augggg amiga del Zen

Y

¡Ohhhh! entonces entró Lou Anne que se retrasó en la boutique. Se desprendió de un sobretodo marino y tomó asiento. Vio el menú:
–No pidas sopa de tortilla –le sugerí– al surrealista Echávarri le trajeron cocas, más cocas y hielo.

Seguimos platicando de muchos temas.

Ufff, amiga del Zen / Ufff, zodiaco /
Ufff, amiga del Zen / Ufff, zodiaco /
Ufff, amiga del Zen / Ufff, zodiaco /

Ahhh, todos se arremolinaban en la entrada hablando de un hombre asesinado en el estacionamiento subterráneo, ¡Ohhhh! Lou Anne, Augggg surrealista Echávarri mejor vayámonos de aquí. Ya, ya ¡A callar! ¡A callar!

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