Todavía con nerviosismo y gran preocupación, el domingo 12 de octubre tomamos la carretera para viajar a Chicontla, la tierra de mi familia, asentada en la ribera del río Necaxa.
Los días anteriores, con la entrada de la tormenta tropical Jerry en la Sierra Norte de Puebla, parecía que se soltó el diluvio universal. Y fue precisamente hace 26 años, en el mes de octubre de 1999, cuando el río Necaxa parecía “un torrente de búfalos acuáticos que todo lo destruyen a su paso”.
Hay deslaves en el trayecto de Huauchinango hasta la entrada a Necaxa. Luego pasamos Dos Caminos y seguimos el trayecto sin incidentes hasta Mazacoatlán.
Empezamos a descender y pasamos por la famosa Garganta del Diablo. Voy contando los deslaves: 8 derrumbes y un torrente de piedras hasta el puente, donde está la cueva que usan los brujos para hacer sus ofrendas. Y arriba, un arañazo en el cerro de Zihuateutla al pie de Ocomantla. Por lo demás parece un día normal en Ahuaxintitla y Atequexquitla y en el arroyo que corre al costado derecho de la carretera.
En La Unión, Zihuateutla, veo dos camiones del Ejército Mexicano en apoyo del Plan DN-III-E en un costado de la casa de Armando Lechuga. Y otros dos estacionados frente a la farmacia Nazareth.
De pronto me llega un recuerdo. Yo era un niño de 9 años. Saliendo de la escuela, era la costumbre aventar la mochila de libretas en la puerta de la casa y correr con los compañeros para darse un baño en el río. Una piedra grande, a la que le decíamos “La almohada”, nos servía como trampolín para echarse los clavados y, sumergidos, esperar a quién llegaba más lejos. Antes del mes de junio, que empezaban las lluvias, era un río tranquilo, aunque a mí me parecía inmenso.
Desde La Unión empezamos a transitar el camino a Chicontla. Nada en La Cumbre, no hay deslaves. A mi derecha se ve imponente el cerro de la Chiche. Abajo, corre el río Necaxa acariciando las orillas de un pueblo que aparece arrancado de un cuento: Cacahuatlán. Al salir de una curva ya se aparece Patla y a lo lejos mi destino: Chicontla.
Bajamos hacia Patla, hacemos un alto para tomar la foto. El puente de Tecpatlán fue dañado en uno de sus extremos, pero no se derrumbó. Sin embargo, el muro de contención fue dañado por la unión de la fuerza de las aguas del río y el arroyo de Tecpatlán.
Un camión de volteo lleva material para la reconstrucción del muro en Patla. Los pobladores se han organizado para darle mantenimiento y evitar que el torrente llegue al pueblo empujado por el arroyo de Tecpatlán.
Llegamos a Chicontla. Busco a mi hermano Víctor Hugo y nos vamos a comer a la fonda de “La cuata”. Nos ofrecen una carne de puerco en salsa verde riquísima; las tortillas de maíz hechas a mano me parecen un manjar. Son las tres de la tarde. Vemos pasar hacia el sur un camión de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Llegan al lugar Hermilo Garrido y Álvaro “Balo” Lechuga. Les pregunto si no les espantó la creciente, como siempre Hermilo responde con una graciosada diciendo unos versos de cuando estaba frente al río crecido montado en su caballo:
“Río que caudaloso vas
si me meto me llevarás
pero como no soy tan pendejo
mejor me echo para atrás”.
Nos hizo reír a todos. A las 3:40 “llegó la luz” en Chicontla, después de tres días sin la energía eléctrica. Esta vez los trabajadores de la CFE sí andan activos.
Nos trasladamos hacia el río. Subimos al puente vehicular y observo el daño que la corriente le causó al puente colgante. Todavía el afluente de agua es bastante, pero ha disminuido. Mi hermano dice que le faltó como metro y medio para que el torrente de aguas cafetosas alcanzara el puente. Con el celular hago varias tomas.
Sentado en unas piedras, Domitilo Castillo, presidente auxiliar del pueblo, nos cuenta algunas cosas. “La gente estuvo despierta toda la noche, no se podía dormir de la preocupación. Aquí andaban pendientes. Estábamos mirando la creciente desde el puente cuando una piedra grandota golpeó un muro y sentimos como un temblor de tierra”.
Nos acercamos a otro grupo para saber su experiencia. Giovanni Méndez dice que logró sacar 400 cartones de cerveza de su depósito ubicado cerca del río la noche del miércoles 8 de octubre, pero dejó dos refrigeradores que al otro día encontró flotando en el cuarto. Efraín Romero (a) El Patancha dice que no durmió de la incertidumbre, puesto que su casa se encuentra a 300 metros del río.
Luego, ingresamos a la casa del difunto Antonio Riévoles (a) El perro de agua, quien salió nadando de su casa aquellos días aciagos de 1999, “arañado como Santocristo” pidiendo ayuda para rescatar a su familia y fueron salvados con apoyo de los militares. Ahora, la casa fue destruida en uno de sus muros y se encuentra volando sobre la corriente. A mí la imagen me pareció una pintura surrealista que podía llamarse “La casa voladora”.
Ya en el pueblo, enfrente de la casa de mi madre, Refugio Macín me comenta que el presidente los mandó a hacer guardia al puente para estar pendientes de la creciente. “A mí me tocó ir de 9:00 a 12:00 de la noche. Pero no podía dormir y volví a las cinco de la mañana. Se oía un pinche tronadero de piedras que arrastraba el río como si fuera un derrumbe”.
Ya iba a oscurecer cuando decidimos regresar a Huauchinango. Mi hijo Miguel Ángel manejaba la camioneta con destreza. Yo me recosté sobre el asiento, me coloqué el cinturón de seguridad, cerré los ojos y agradecí al Creador por su benevolencia.