Por segunda noche consecutiva, la localidad de Ballymena, en el condado de Antrim, fue escenario de disturbios racistas marcados por una creciente tensión xenófoba. El saldo provisional incluye 32 policías heridos, cuatro viviendas incendiadas, varios vehículos destruidos y cinco personas detenidas.
La violencia estalló el 9 de junio, tras la detención de dos adolescentes rumanos, sospechosos de intento de violación contra una joven local. Una vigilia en apoyo a la víctima derivó en protestas xenófobas, centradas especialmente contra la comunidad rumana.
Grupos de residentes, movilizados a través de redes sociales, culparon a migrantes por la “inseguridad”. Desde entonces, se han reportado ataques a viviendas de migrantes, en lo que la Policía del Norte de Irlanda (PSNI) calificó como violencia racial organizada.
Durante la noche del martes, cientos de personas lanzaron cócteles molotov, fuegos artificiales y piedras contra las fuerzas de seguridad, que respondieron con cañones de agua y proyectiles de impacto.
“Enfrentamos actos de odio racial. No serán tolerados”, declaró Jon Boutcher, jefe de la PSNI.
Los disturbios se extendieron a otras ciudades como Belfast, Carrickfergus, Coleraine y Lisburn, donde ocurrieron incidentes de hostigamiento a migrantes. La situación obligó al despliegue de refuerzos policiales desde otras regiones del Reino Unido.
El secretario para Irlanda del Norte, Hilary Benn, pidió separar la indignación legítima por un presunto crimen de la violencia racista. “La justicia debe avanzar por vías legales, no mediante turbas organizadas”, enfatizó.
Organizaciones de derechos humanos exigieron protección urgente para familias migrantes, muchas de las cuales fueron evacuadas por temor a nuevos ataques.
Aunque la investigación del presunto crimen sexual continúa, las autoridades remarcan que ningún delito justifica el racismo ni la criminalización colectiva de una comunidad.
