La reina Isabel II se escapó a bordo de un poderoso helicóptero de la Secretaría de la Defensa Nacional prácticamente sin acompañantes. Su destino fue la Presa de Necaxa, en la sierra norte de Puebla. Corría el año de 1985. Miguel de la Madrid gobernaba México y Carlos Salinas de Gortari encabezaba la poderosa Secretaría de Programación y Presupuesto.
El chisme salió de los vigilantes de La Mesa, una exclusiva zona residencial con casas muy británicas que se hallaba en la zona de la Presa, misma que tenía capital de la Corona inglesa pese a que López Mateos había nacionalizado la industria eléctrica en los años sesenta.
Los vigilantes cuentan que una mañana bajó el helicóptero y que del mismo descendió la monarca británica. Ya la esperaban dos Suburban prietas con choferes del mismo color. La reina, muy discreta, se puso ropa de montaña en una de las residencias en las que habitaron en su momento ingenieros ingleses y canadienses, quienes dirigieron la construcción de la Presa. A dichas casonas llegaron a vivir con sus familias. Pasados los años, las dejaron en poder de otros ingenieros, hasta que las casas terminaron en manos de los dirigentes del Sindicato Mexicano de Electricistas, quienes hoy las las utilizan para sus parrandas.
La reina Isabel II, pues, bajó a la Presa, escuchó a unos ingenieros militares y regresó por piernas a la Ciudad de México.
Esa gira oficial incluyó visitas a Acapulco, Lázaro Cárdenas, Puerto Vallarta y La Paz. La reina y su comitiva estuvieron del 17 al 25 de febrero de 1985. La estadía de la reina en Necaxa, dicen los chismosos, duró unas dos horas.
Por ahí andaban los fantasmas de don Porfirio Díaz y José Vasconcelos, entre otros, quienes acudieron a la inauguración en 1905.