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jueves, abril 18, 2024

Crónica de un taxista retirado que vende ropa usada en San Felipe Hueyotlipan 3

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Para don Pepe fue más difícil ser taxista en Puebla que en la Ciudad de México. En los noventa fue parte de la flota de taxis autorizados de la CAPU y vivió historias muy fuertes, como la de un pasajero que se confundió de destino al pagar en la taquilla y se puso pesado al no reconocer el barrio al que llegaban. “El güey se había equivocado de zona. No era mi problema. Yo amablemente le dije que con gusto lo llevaba al otro lugar, pero me tenía que pagar más, era lógico; solo que este señor se enojó y, de la nada, me sacó una pistola, me la puso en la cabeza y me amenazó: ‘Te quieres morir, ¿cabrón?’. Le pedí que nos bajáramos del auto a resolverlo como hombres, porque en mi unidad no iba a permitir una tragedia.

Cuando se bajó, lo agarré del brazo en el que traía la pistola y lo machuqué con la puerta. Se le cayó el arma y la agarré. Ahí ya me vio con miedo, lo vi nervioso y le dije, ‘mira, cabrón, yo no soy como tú, voy a regresar tu arma a la CAPU y voy a pasar el reporte. Si la quieres, vas a tener que ir por ella y demostrar, por la vía legal, que es tuya’. Así que lo dejé en la calle y, de regreso al sitio, levanté mi reporte. Mi joven, en el DF no me tocó vivir esas cosas”, asegura.

Don Pepe toma carrera y por su boca empiezan a salir más “anégrotas”, como les dice. Le doy cuerda y se emociona. Me cuenta cuando llevó a una reportera de Televisa a cubrir la erupción del volcán Popocatépetl; de un chavo especialista en jaripeo que le dejó una propina de 500 pesos gracias a sus habilidades de conducción o de cuando le tocó trasladar a un adolescente alcoholizado al hospital.

Luego de una pausa, recuerda lo que parece ser su historia favorita: “esta no me la va a creer, mi joven. Una vez estaba cerca de San Pablo Xochimehuacán y subí a una señora embarazada. Me dijo que la llevara a una clínica de San Manuel, ahí la esperaba una partera; pero el viaje era bien largo. La señora empezó a quejarse y quejarse y luego a gritar. Mi joven, no me lo va a creer, pero ¡se le salió el chamaco! Tuve que estacionarme y agarrar a la criatura para ayudarla. La señora me decía que me iba a pagar el lavado de vestiduras y yo le decía que sí, aunque era lo de menos. No sabe lo que era ver ahí chorreando de sangre al bebé y su cordón umbilical. Entonces le pisé al taxi y llegamos a la clínica. Me dio una propina y me dijo que su hijo se iba a llamar José, que quería que yo fuera su padrino”, ríe mucho cuando lo dice, yo también.

“Estaba dispuesto a que la señora fuera mi comadre, mi joven, pero ya no me buscaron”. Pienso en la buena fiesta que hubiera sido ese bautizo si don Pepe preparaba su clásico Limón con limón, ella se lo perdió. Su casi-ahijado tendría unos veinte años. Nos preguntamos dónde andará ese joven al que vio nacer, “si siguiera de taxista a lo mejor ya lo hubiera conocido, ¿se imagina?”.

Sus historias me dan elementos para preguntarle por qué dejó el mundo del taxi, parecía ser feliz recorriendo las calles. Lo hago.

“Mi joven, eso se lo tengo que contar, porque me sucedió una tragedia”. Me fijo en los ojos de don Pepe, tienen un color raro que tiende al azul y parecen velados por una pequeña tela que los cubre. Intuyo ahí, no antes, que tiene una enfermedad. Se llenan de lágrimas que no caen. Espero con paciencia que agarre fuerza para contarme. Tose un poco y cambia la velocidad del relato.

“Fue hace como 20 años. Había una señora que me llamaba por teléfono cuando necesitaba que la llevaran a algún lado. Un día fui por ella para dejarla en la misa de siete y media en Huexotitla. Acordamos que yo la iba a recoger cuando saliera del templo. Esas misas tardaban una hora, más o menos. Tenía tiempo para un viajecito, entonces me salí a dar la vuelta. Iba por la 9 sur, más o menos a la altura de la 17 oriente. Vi a unos chavos, bien trajeados, hasta con corbata. Me hicieron la parada, me dijeron que iban a Villa Frontera y los subí. Me quedaba muy bien, iba a tardar más o menos el tiempo que duraba la misa en ir y regresar”, don Pepe traga saliva y finge distraerse con una moto que pasa, sabe que se libró de morir varias veces.

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