Francisco García Olmedo es un connotado biólogo molecular de la Universidad Politécnica de Madrid, novelista y poeta, emparentado con el célebre Federico García Lorca. Es miembro de la Academia Europaea. Se hizo merecedor del Premio de la Real Academia de Ciencias en 1989 y el Premio a las Ciencias de la CEOE, en 1991. Es autor, entre otros, de los ensayos La tercera revolución verde (Debate, 1998), Entre el placer y la necesidad (Editorial Crítica, Colección Drakontos, 2001), y El ingenio y el hambre (Crítica, 2009); del poemario Natura según Altroío (Huerga y Fierro, 2002), y de la novela Notas a Fritz (Tabla rasa, 2004). Si tuviera que definir la esencia de su escritura, diría que es, en sus propias palabras, “como el oscuro caballo bocifuego que cuenta los pasos, salta y se equilibra, mientras inicia el siguiente salto y no sabe quién le monta ni a qué destino aspira. Así, espuela en el ijar, fusta en la grupa, palma en el cuello, se deshace el tiempo de una azorada vida”.
Complicidad
Topología sobre Dinámica
Si percibimos el agua en el diluvio o sentimos su leve caricia entre los labios, pensamos que todos los destinos le son propicios. Pero el paisaje, aunque herido, siempre logra cautivarla. Cada molécula vive las tres dimensiones de su libertad mientras el río cumple su ley hacia el mar. Así el quebrado vuelo del pájaro, aparente azar que disimula rendida querencia por el humedal. Y así la Vida, mera ilusión de contingencia, contenido y contexto bailando un alocado vals mientras conspiran para encubrir la dictadura de la forma que cambia sobre el movimiento.
Si la ciencia…
Si entendiéramos del todo a los veleidosos volcanes no habría lugar para las falsas alarmas. Las erupciones procederían con orden hasta su clímax tan pronto como la muchedumbre hubiera abandonado la aldea. Pero siempre habría un beodo en su estupor, un tozudo labriego o un poeta extasiado que eligiera sin querer la inmortalidad del molde de ceniza.
Óptica
Colón, cabeza abajo, soportaba su columna, la fuente era cúpula de lágrimas ingrávidas y la palmera, escoba perpleja ante un suelo inmenso de nubes grises.
El hombrecillo, la cabeza escondida bajo el tupido terciopelo, extraía fragmentos de futuro a cada instante luminoso para acabar dispensando pálidos reflejos de pasado inmediato. Sus palabras conjuraban un pájaro diminuto que hacía trampas con el tiempo y el espacio sobre el papel sensible.
Con el sol a la espalda, iba batiendo el horizonte sin repetir ángulo ni luz, despreciando retales de lo que habría de venir, cartulinas descartadas, imágenes como palabras –robadas– con las que fui aprendiendo una forma de mirar el mundo. Un misterio de la óptica: ese retrato de otro yo en el que hasta ahora no me había reconocido.
Universos repetidos
A Francisco Ynduráin*
Sólo la aniquilación de la materia daría fuerza a nuestro grito para que adelantarse a la luz hacia los múltiples universos de nuestros hermanos de silicio.
Sólo después de la extinción que nos acecha les llegaría el testimonio de nuestra inocencia, la prueba de que nuestros errores fueron inocuos y nuestros desvelos, inconsistentes.