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jueves, octubre 10, 2024

Poesía a La tabla

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En 2019 se llevó a cabo una peculiar celebración. No se recordaba a ninguna persona en especial ni se conmemoraba alguna batalla victoriosa. Se trataba de celebrar la confección de una tabla. Pero no es un objeto ordinario. Conforme fue construyéndose, la tabla de los elementos comenzó a mostrar un patrón, como si quisiera decirnos algo con respecto al orden del Universo. La verdadera ouija estaba en nuestras manos. El alfabeto de todas las cosas había sido develado por avezados químicos, cuyo conocimiento y datos los resumió el siberiano Dmitri Ivanovich Mendeléyev.

Pocos saben que, además de haber confeccionado la tabla periódica de los elementos químicos, Mendeléyev estuvo muy interesado en las relaciones entre arte y ciencia. Tanto que, alrededor de 1877, solía recibir los miércoles en su apartamento de San Petersburgo a estudiantes de ambas disciplinas. Incluso fue nombrado miembro de número de la Academia Imperial de Artes. Entonces conoció a una joven estudiante, Anna Popova. El célebre profesor de química tenía 43 años de edad; la aspirante a artista, 19. Pronto Dmitri buscó el divorcio, pero la ley rusa bajo el reinado del zar Alejandro III dictaba que debía de esperar siete años antes de volver a contraer matrimonio.

Fueron días aciagos de principio a fin ese año de 1880, a pesar de que una gran noticia había llegado a sus oídos: se acababa de descubrir el escandio, elemento que él había pronosticado en su tabla bajo el nombre de eka-boro. La respuesta del químico alemán Lothar Mayer, quien también había estado trabajando en una tabla periódica similar a la suya, no se hizo esperar. Inició una disputa, lo cual puso furioso a Dmitri. Deprimido, intentó renunciar a su puesto en la universidad. La ley le recordó que no debía atrasarse con la mesada de su ex mujer. Para colmo, su querido maestro, Voskresensky, murió pocas semanas después. En noviembre de ese año fracasó en su intento de ingresar a la Academia de Ciencias. Ni siquiera el nacimiento de su segunda hija, Lyubov, ablandó el corazón de los jueces eclesiásticos, quienes también le prohibieron segundas nupcias avaladas por la iglesia ortodoxa. El extravagante e impulsivo cuasi profeta de la química contemporánea venido de Siberia llegó a pensar en el suicidio, según cuenta Anna Popova en sus memorias.

 

POEMAS DE ROALD HOFFMANN

Traducciones de Luisa Pastor y Antonio Martínez

 

LOS HOMBRES Y LAS MOLÉCULAS

Voladizos grupos metilo, golpeados en un interminable movimiento anarmónico.

Una molécula nada, propagando su funcionalidad, dispersando sus centros reactivos.

No toda colisión, no toda precisa trayectoria, a través de la cual estas complejas bolas de billar llegan a sus predecibles lugares de encuentro conducen a la reacción.

La mayoría de esos encuentros acaban siendo un inocuo golpe lateral, sin más. Un intercambio de momentum1, una mera desviación.

Y lo mismo pasa con nosotros.

La colisión debe ser certera.

Los ojos necesitan de una cerradura y atisbos de un intento de penetración. El entorno cuenta.

Un suave cepillo de mohair o un roce de manos.

Una brisa perfumada.

Los hombres (y las mujeres) no son tan distintos de las moléculas como ellos piensan.

Rafael Cauduro, Trascabo con dos mujeres. Glicée de papel de algodón/textura de acrílico/ madera, 60×60 cm, 2019.

1 La palabra momentum, que viene del latín y significa movimiento, hace referencia a un concepto físico de suma importancia puesto que combina los dos elementos que caracterizan el estado dinámico de un sistema: su masa (m) y su velocidad (v). Ya en el siglo XVII, Huygens y Newton, entre otros, prefirieron llamar “cantidad de movimiento” al producto m·v por entender que dicho término proporcionaba una descripción física más adecuada del resultado de una colisión. No obstante, en nuestra versión se ha optado por mantener el término más clásico, que es el utilizado, además, por Hoffmann en el poema original.

 

A PRIMERA VISTA

Una vez sintetizado, este imperturbable polvo de color malva podría parecer infinito;

sin embargo, cuando gente de los pueblos vecinos o de allende el mar, pone al fuego sus ollas

tratando de reproducirlo, lo obtenido es que ese compuesto, inesperadamente,

cristaliza en otro, que podría pasar por el mismo si no fuera porque (según los delatores rayos X)

algo se ha alterado un poco; en un tango de atracciones y ausencias,

las moléculas se han agrupado en un patrón cambiante. El resultado es genial, pero en adelante

hay que olvidarse de obtener ya el primero; o eso parece, ya que las manos de los fabricantes originales, antes

pacientes, comienzan a debilitarse. ¿Acaso se ha esfumado el deseo?

En todos los matraces el que precipita es el segundo. ¿Quién, oh, quién es el culpable? Sí, trata de disponerlo

todo para la llegada del otro, como si los cristales semilla volasen suspendidos por el mundo.

Pero aquel primero no fue más que un accidente, un efímero acierto en el paisaje del azar,

mellado como el filo de un cuchillo, la única parte del espacio fásico

del que nunca se obtendrá nueva muestra, el polimorfo que se desvanece…tú.

Ixrael Montes, Darmstatio. Grana cochinilla, carbón y acrílico/lino/madera, 60×60 cm, 2019.

Tres años después las cosas comenzaron a mejorar. En un arrebato, se casaron en abril por la iglesia. El padre Kutnevitch, quien aceptó realizar la ceremonia pública por un considerable donativo, fue expulsado de inmediato. Mendeléyev abandonó la polémica con Meyer al aceptar, junto con éste, la medalla Humphrey Davy de 1882, otorgada por la Sociedad Real del Reino Unido. Enseguida cambió de intereses químicos, incluso comenzó a aconsejar al ministro Witte sobre una diversidad de asuntos concernientes a la educación, la economía y la industria de Rusia. Witte concertó una visita de Mendeléyev al zar, pero otros asesores de Alejandro III recomendaron que no debería “recibir al estrafalario y bígamo profesor”. El zar, quien era conservador pero no tonto, replicó:

“¡Tráiganmelo! Él podrá tener dos esposas, ¡pero yo solo tengo un Mendeléyev!”

A fin de celebrar, la Secretaría de Cultura, el Conacyt y la UNAM premiaron el proyecto de La Cabra Ediciones, editorial dirigida por María Luisa Passarge y Rogelio Cuéllar. Consistió en invitar a 108 artistas, más el retratista de Mendeléyev, a interpretar cada uno de los elementos químicos que conforman dicha tabla. Para describir su naturaleza, encontrar los puntos de cruce con el arte y la literatura, relatar sus maravillas (a veces sombrías). Me invitaron a mí y a un pequeño grupo de destacados escritores, científicos y divulgadores: Roald Hoffmann, Juan Villoro, Gerardo Herrera Corral, Daniela Franco Bodek, José Franco, Verónica García Montalvo, Susana Porcel, Manuel Amezquita Valencia, Tomás Rocha, Noé Zúñiga Villarreal, Rolando Isita Tornell y José Gordon, quienes nos regalaron textos memorables.

Pandemia de por medio, en fecha reciente el gobierno de Hidalgo tuvo la sensibilidad de recuperar la edición impresa, patrocinando la publicación de 700 ejemplares, finalmente hechos. Arte y ciencia se reúnen de manera sorprendente en este libro de La Cabra Ediciones. (CCh.)

 

CENTRÍFUGO

En un mundo
de seductivos arranques,
y no solo
al volante, todo lo que puedes hacer
es conservar el plástico,
el equilibrio,
y construir,
a mano,
la más elevada forma
en tu interior.

Pedro Friedberg, Lutecio. Tinta y acrílico/lino/madera, 60×60 cm, 2019.

SERPENTEO

Los politiofenos,
cual angulas a la bilbaína,
se entrelazan, se estrechan,
¿de qué otro modo podrían moverse,
si no, en ese concurrido Edén?

Miguel Ángel Alamilla, Azufre. Óleo/lino/madera, 60×60 cm, 2019.

ROALD HOFFMAN

Químico de la Universidad de Cornell, obtuvo el premio Nobel de la especialidad en 1981 por sus trabajos seminales acerca de la transformación estructural de las moléculas reales y probables. Entre sus numeroso libros se encuentra Catalista. Poemas escogidos, Huerga y Fierro, Madrid, 2002.

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