A mi Carmenchu
La inmensa muerte abrazó tu cuerpo,
TODO,
Y de súbito el silencio lo consumió,
Así;
Cruel,
Brutal,
Feroz.
Dejé de oír el chillido de tu andadera,
Tu voz de apariencia joven,
Y se detuvieron todas tus letras,
Junto con tus arrugas.
Dijiste, y al ” chico rato”
No decías,
estabas gélida,
Enmudecida.
Dijiste “me voy a ir al mar”
Y la sabia chica te dijo:
” Ora, si ni usted, ni yo sabemos nadar”
Y poco más,
Te ibas y no dijiste,
Te volviste a peinar
Para no recibir con espanto al infinito.
Tú
Que siempre prestaste oídos,
—tus oídos mal trechos —
A nuestras risas,
Y
Nuestros llantos.
Nosotros
Que Vimos tus naufragios de amor,
El desatino y sin sabor
De tu roto amor de mujer,
Y con ese hilo delgado y enredado, nos tejiste,
Y nos diste una vida,
La nuestra,
La de tus 3 hijos.
Un día,
Uno cualquiera
De
R
E
P
E
N
T
E
Tu corazón reventó,
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Y los días se nos volvieron
Un dolor perenne,
Milenario,
De esos que se arraigan,
De los que no se van.
De nada sirvió tu inmensa resistencia de no mirar a la muerte.
Inquebrantable tu fuerza, vencida.
Y estamos, de facto, como niños perdidos entre la muchedumbre.
Perdidos
Sin la madre.
Cómo solo se puede estar, después de ti.
Ya nadie tocará tu ventana,
Y de nada valdrá aferrarse a tu olor.
Yo tengo miedo de que me oigas Llorar por ti,
Porque no te va a gustar
Mi tristeza
No te va a gustar “má”
Toca perderse y aprender a reinventarse un mundo, posterior a la madre.
“Alzo los ojos; y no hay nada”
NADA
Por aquello de que somos humanos, demasiado humanos.
Carne de tu carne.
Y luego veo TODO
Porque ahora eres de siempre.
Para Siempre…