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viernes, marzo 29, 2024

La vida, esa eterna canción brasileña

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Disculpará el lector este nuevo rapto de narcisismo.

Sé que para muchos el bossanova es eso que sucede en el Starbucks mientras compramos un degenerado café de cien pesos. Sin embargo, este ritmo lento de samba es para mí una especie de columna vertebral; palabras menos, mi verdadera educación sentimental se desarrolló gracias (y al compás) de eso que inventaron Vinicius, Joao Gilberto y Tom Jobim; no sin antes haber despreciado sus discos en la infancia por desafiar a mi padre; luego atendiendo sus extraños acordes disminuidos y aprendiéndome las letras en portugués para emparejarme con un rival canadiense con el que terminé teniendo una hija; y después echando mano de las piezas más raras para quitarme la fama de pequeña frívola, y así,  acabar seduciendo y enamorando al licenciado…

De ahí en adelante, el (o la) bossa-nova se volvió una obsesión. Lo escucho en todos lados: despertando en casa o en una boda, en algún bar de copas, mientras pedaleo la bicicleta, en películas de arte y en las de Mauricio Garcés, y claro, como ya he dicho, en lo que espero mi café de Starbucks.

Quienes me han leído anteriormente y siguen mis redes saben que el año pasado fue el año Chico Buarque… lo redescubrí de rebote después de ver un documental que afirma que 1971 fue EL año en el que la música transformó al mundo. Y es verdad; en esa fecha bisagra se lanzaron el Blue de Joni Mitchell, Hunky Dory de Bowie, What`s goig on de Marvin Gaye, Who`s next de The Who, Tapestry de Carole King, Shaft de Isaac Hayes y El derecho de vivir en paz de Víctor Jara, entre otros álbumes que, de no haber existido, el mundo sería un lugar más plano y aburrido.

Al analizar esa lista –y no fiándome de lo acotado que pudiera está el documental– fui a buscar qué carajos pasaba en Brasil con los musicazos que ya habían revolucionado el sonido del jazz, y me topé con Construçao de Buarque como el álbum más grande de 1971 que dio Latinoamérica.

¡Cómo no mencionarlo en esa lista!

El disco que en 2021 cumplía cincuenta años como todos los enlistados arriba había generado un espasmo en el sistema nervioso de la  sociedad brasileña en plena dictadura, pero que, al contrario de las canciones del catálogo de protesta chilena, irrumpía no con corales, marchas y consignas como lo hicieron Quilapayún o Inti Illimani, sino que se presentó a manera de crónica urbana combinada con la voz refrescante  de Buarque junto con sus experimentos sonoros que no encajaban en los cánones de la ni bossanova ni la samba pura… fue, como haría el mexicano Juan José Arreola en las letras, una varia invención.

Pero para no desviarnos en levantarle un altar a Chico y aterrizar la idea de este texto, vayamos a lo que me llevó a escribirlo.

Vi en MUBI un documental magnífico titulado ¿Dónde estás, Joao Gilberto?

El filme, como el nombre sugiere, trata sobre la obsesión de dos hombres que, en tiempos distintos, viajan a Río para buscar a Joao Gilberto, quien durante los últimos treinta años de su vida, tras haber sido uno de los pilares del bossanova (fue él quien realmente incorpora los acordes disminuidos que dan matiz a esta samba lenta) y un autor e intérprete laureado en todo el mundo, fue desapareciendo de la vida pública hasta acabar guareciéndose en algún lugar desconocido del que sólo tenían conocimiento su mánager, su ex esposa Miucha (hermana de Chico) y su hija Bebel, con quien, se dice, tuvo graves problemas por su gandallismo a la hora de la repartición del dinero de las regalías.

Total, que el coautor de Chega de Suadade (canción clave para el paradigma de la música brasileira) se volvió algo así como un espectro, un rumor, un murmullo que sólo escuchaban aquellos que tardíamente quedaban fascinados con el bossanova.

La real motivación del francés Georges Gachot para embarcarse a hacer el documental fue haber leído el libro “Oh-balalá” del escritor alemán Marc Fischer.

El encantamiento de Fischer nace como nacen muchas cosas: del desamor: mientras viajaba por oriente y un japonés puso el disco Chega de Saudade. Sin embargo, lo curioso es que la fascinación de Fischer no surgió de la canción homónima del álbum, sino de una pieza que a los oídos de los educados en el bossa pudiera pasar como un tema cándido, inocente, hasta básico. ¡Oh balalá! es un sonido onomatopéyico de cómo suena el corazón cuando alguien vive la ilusión del amor. Los acordes son esperanzadores, muy alegres; una samba clásica con los instrumentos tradicionales para la samba, aunque bastante blanca. ¿Quizás por eso enganchó al alemán?

No haré una reseña del documental. Si les gusta el bossa, vayan a buscarlo.

El cierre de esta pinza va encaminado a que el bossanova es más allá que un ritmo, es una estructura compleja que amalgama la vida con precisión, da orden y lugar a sensaciones que, de no embarcarse en sus tonadas, se convierten en acertijos inconexos.

El poeta Vinicius (y Baden Powell) sintetizan en poquísimas palabras la samba como un reflejo fiel de la condición humana en su Samba de Bençao (o samba Saravá que se ha usado en películas francesas):

 

Es mejor estar alegre que estar triste

La alegría es la mejor cosa que existe

Es así como una luz en el corazón…

 

Más para hacer una samba con belleza

Es necesario un bocado de tristeza,

La buena samba es una forma de oración.

 

Escuchar a los brasileños me ha llevado casi veinte años ininterrumpidos en los cuales no termino de descifrar sus secretos; finalmente la que escuchaba los discos de su papá a la fuerza no es la misma que hoy los pone gozosamente por las mañanas.

Terminando de ver el documental de Joao Gilberto, me di a la tarea de encontrar la secuencia, o m más bien, la secuela que deja con el tiempo el Oh-balalá, y no tardé dar con ella; es una canción de Vinicius y Jobim: Lamento no morro, que al escucharla te remite inmediatamente al Oh balalá, sin embargo, es un lamento, no un canto jubiloso con cuica y serpentinas.

Si juntas los tracks, puedes tararear sobre el lamento el oh balalá o viceversasólo con una ligera diferencia: que el corazón ya no da tamborazos de ilusión, más bien baila entre una tristeza que se balancea.

Y eso, señoras y señores, eso es la samba.

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