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Puebla
jueves, noviembre 21, 2024

Puebla poética

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Puebla se va abriendo, entre el sonido del transporte público y el humo de una panadería cercana. En este cielo predecible, las luces se configuran programadas de negro a gris y luego un blanco azuloso; a veces, por la tarde, cerca del volcán, que logro ver desde la azotea del edificio y del pequeño balcón del apartamento, espero que la luz de la tarde traiga alguna sorpresa crepuscular.  

Puebla se va abriendo, como las piernas de una mujer que a esta hora deja que el gallo pique en la divina herida de todos los tiempos, con lenguas atravesadas en las plazas, en las calles, en las aceras, en los rincones.  

La gente en México usa su lengua para pronunciar, amar, meter en problemas a más de uno. Lengua con saliva espesa, no hay freno, ni tiempo, sensación y de nuevo lengua que saborea otra lengua, labios, puerta adentro de otro cosmos, sonrisa final que confabula el destino, luego todo se vuelve drama.  

Llega la muerte y cae encima atropellada por el salvajismo del hombre que usa su lengua como un instrumento inefable. La lengua que corta y se vuelve filo, puñal, pistola, descuartizamiento. Sangre que viaja en el temblor de las piernas, del corazón, del piso.  

Puebla se va abriendo, con el eco de los muertos que vagan cerca de la catedral, con las casas coloniales y las señoras mayores atendiendo a turistas con ropas indígenas.  

En la calle, las muchachas de muchas partes del mundo lucen chores pequeños, de esos que tiene la esperanza de salvar a la humanidad, sus piernas parecen un gran collage en un performance, se pierden con el paso de la brisa fría que se lleva la arena, la sal y el granizo.  

Puebla se va abriendo, con el sonido de las campanas de la iglesia, con el despertar de las europeas que vienen a pasar sus vacaciones de gozos, otras más devotas vienen a rezar sobre las vivas sábanas, donde se revuelcan en un altar de albercas llenas de cervezas y santos. 

Puebla se va abriendo, con los estudiantes de un futuro que se desintegra solo, deberían ayudarnos a detener lo que se aproxima: el hielo que vendrá del norte, el agua del golfo que un día se desbordará, los rayos del sol que nos dejarán en el rostro una cicatriz en forma de luna. Puebla se va abriendo, con el té que reposa sobre la mesa, con la casa del frente y la débil cornisa que se cae cuando llega el terremoto. Se va abriendo, con una sábana oscura sobre nosotros, una nueva luz para los incautos.  

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