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jueves, noviembre 21, 2024

Las luchas de la Arena Puebla un show catártico

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Volcano se movía de un lado al otro dentro del ring, parecía una ballena de fuego que no sabía a qué presa acabar, los demás luchadores estaban tirados en la lona, los Rudos no tenían vida con la paliza que les estaban dando los Técnicos y Volcano era el luchador a quien le tocaba cerrar esa batalla con broche de oro. Al papá de mi amigo lo veía abstraído, no bajaba la mirada para no perderse un detalle. Me contó mi amigo que su papá en sus años mozos fue un gladiador de la Arena Puebla, ahora tiene 78 años y viene todos los lunes religiosamente con su hijo, porque no hay algo más preciado entre ellos que ver volar en vivo y directo a los luchadores.  

Volcano se abalanzó contra las redes y en el rebote logró darle golpes con el antebrazo a sus incautos enemigos. Las cuerdas suelen ser lo mejor y lo peor para ellos, lo mejor para aquellos que hacen saltos y giros, agarran con sus piernas como si fueran una tenaza el cuello de los enemigos y le dan vueltas sobre su mismo eje y caen como pájaros en aterrizaje perfecto; lo peor es que si el movimiento no sale como lo tienen planeado las consecuencias son nefastas.  

Entre los luchadores van construyendo historias de enemistad, a veces, salen volando del ring y caen en los pasillos, en las primeras o segundas filas del público. El público de las gradas grita en contra de unos y de otros como si en esa catarsis dejaran el pellejo de vivir una vida con la que no están conformes, pero eso sí, sueñan con volver el próximo lunes porque la fanaticada es fiel, tienen sus propias normas, sus propias leyes, sus propios mitos y leyendas de personajes, es el infierno y el cielo para los turistas.  

“Chinga a tu madre” le gritó tres veces una chica bien bonita a unos de los luchadores como si en ese grito dejara la rabia de su existencia, como si le chispeara al luchador la desgracia, con esos 23 años ella flotaba de tanta hermosura desde su asiento muy cerca del ring, agarraba aire y les volvía a gritar como si fuera una venganza vieja, como si en ese grito dejara bien claro que sus palabras se convertirían en un lugar especial, porque de pronto, muchos del público mandaban a chingar a la madre de todos, aquella lógica de improperios se convertía en una pelea ideal donde el que no pelaba en el ring también peleaba aunque fuera soltando pestes por la boca.  

En “El Templo del dolor” todo puede pasar, ese lunes 3 de julio daban los combates estelares entre el Volador Jr. Vs El Hechicero, Magia Blanca Vs Templario, Stigma Vs Pegaso, se comentaba sobre el épico mano a mano entre Atlantis Vs Satánico, que están tan rucos que ya no sabíamos si lo que veíamos era una lucha o unos besos con forma de lucha, más allá de la carga simbólica e histórica que implicaban estar juntos sobre el ring. En el evento especial de tríos eran Volcano, Capitán Suicida y Rey Samuray Vs Zandokan Jr, Difunto y Furia Rojas, también pelearon esa noche Praver, Perverso y Black Tiger Vs Disturbio, El Cholo y Apocalipsis y para terminar Xelhua, Amnesia y Astro Vs El Malayo, Rey Apocalipsis y Fenix So.  

Los nombres de los luchadores de por sí ya viene con una marca de misterio y violencia, porque el Arena Puebla es un espectáculo de violencia; una violencia aceptada que tiene 70 años y pasa por debajo de la mesa, se vuelve un espacio donde el público puede ser violento de la boca para afuera, donde cada quien puede sacar lo que lleva dentro como le dé la gana. Como les pasó a 5 señores de unos 50 años que estaban justo a mi lado, vivían la experiencia poseídos por la furia que les causaba el performance de la lucha y gritaban deseándole la muerte a los gladiadores, pero también al público que estaba arriba en las gradas, los mandaban a callar, los tildaban de pobres, marginales. En cada ronda de cinco cervezas, en cada grito que daban, resonaba la vida y muerte, a veces con ironía, otras veces, como si en la Arena Puebla viviéramos en la mera realidad.  

Todos los lunes, de 8 a 10 pm, los luchadores empiezan su show. Por los predios de la Arena Puebla, en el Centro Histórico,  cerca de la Av. 13 oriente con esquina de la calle 4 sur: los vendedores de cemitas se les multiplican las ventas, los fabricantes de máscaras ven la oportunidad de tapar el rostro de alguien, la gente deambula por las calles como si fuera un feria, el ambiente se pone de festejo, consumo, la familia vive intensamente un evento corporal que implica fuerza, destreza, apariencia de golpes, piruetas que se configuran como un imposible, imaginar tantos ensayos, caídas y lesiones porque a eso vinieron al mundo, a darnos una satisfacción efímera y al mismo tiempo aleccionadora sobre un cuerpo que va en caída libre.   

Vulcano se para en una esquina sobre la cuerda más alta, la gente grita, le dice que se lance, inminentemente sabemos que es lo que viene, sus tres enemigos están en el medio de la lona y se lanza aquella mole de 180 kilos sobre esos cuerpos que quedan vueltos trizas. Se levanta Volcano, Capitán Suicida y Rey Samuray, se agarran de las manos y suben los brazos, el público aplaude, grita, abuchea, celebra cada quien, desde su asiento, el eterno triunfo del entretenimiento disfrazado de verosimilitud. 

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