Un hombre que logró salir con vida del campamento de entrenamiento del crimen organizado en Teuchitlán, Jalisco, relata lo que vivió durante los dos meses y medio que estuvo ahí. En esta entrevista realizada y publicada por Milenio, describe las condiciones extremas, los entrenamientos a los que fue sometido y las prácticas de violencia dentro del lugar.
—¿Qué más ocurría ahí adentro en este lugar en Teuchitlán?
—Ahí era entrenamiento duro, correr, lagartijas, abdominales, saltos coordinados.
—¿Quién los entrenaba, los del mismo cártel?
—Adiestradores que tenían ellos, exmilitares. A mí me tocó el adiestramiento de militares estadounidenses y de dos colombianos.
—¿Y se daba cuenta por cómo hablaban o por qué les contaban de dónde venían?
—Por el idioma y por el color de piel también.
—Y todas esas pruebas que me decía, que los obligaban a matar personas, a destrozarlos… ¿qué más les hacían a las personas?
—Las quemábamos y, aparte, cuando fileteábamos la pierna, toda esa carne la cocinaban ahí para dárnosla de comer.
—¿Eso comían ustedes?
—Sí.
—¿Todo el tiempo que estuvo, esos dos meses y medio, comió la carne de otras personas?
—Sí, exacto.
—¿Siempre era ese el alimento o además había otra cosa?
—Había otro tipo de alimentos como huevo y una vez a la semana pollo.
—Pero también la carne de otra persona…
—Exacto, nos la daban al vapor con cebolla.
—¿Y sabía que se estaba comiendo la carne de una persona?
—No, no sabíamos hasta después. Nos dijeron ya cuando terminamos el adiestramiento, nos dijeron todo eso.
—Se ha hablado de animales que había ahí, donde lanzaban los cuerpos. ¿Esto es cierto? ¿Había animales que se comían a las personas?
—No, animales no. Pero había perros, había dos perros.
—¿Y a los perros les aventaban también la carne (humana)?
—Sí, a los perros también. Eran dos perros grandes, uno tipo lobo, un Alaska, y otro como bulldog. Sí estaban gordos, grandes. Sí, también les daban carne (humana).
—Después de todo lo que se ha dicho sobre este lugar, ¿se le puede llamar un campo de entrenamiento, de adiestramiento de este grupo criminal, o un campo de exterminio?
—Sí, exacto.
—¿Ahí desaparecían a las personas? ¿A los que no pasaban esas pruebas?
—Sí, exacto.
—¿Y llegaron todos bajo esta promesa de empleo? ¿Bajo engaños?
—No todos, algunos fueron por voluntad propia.
—¿Sí había personas que querían emplearse en eso?
—Sí.
—¿Qué pasó con el resto (de personas)? ¿Sobrevivieron? ¿Pudieron huir o no se puede saber?
—Yo sé que la mayoría salió del adiestramiento.
—Si salieron, digamos que los que terminaron asesinados ahí eran los menos…
—Exacto.
—¿No eran tantas personas muertas?
—No, no eran tantas. Por ejemplo, cuando yo estuve allá, eran 230 personas. 30 quedaron ahí y las demás terminaron el adiestramiento. Pero 20 de las 200 ya no las volví a ver. Ya las demás se reparten en plazas.
—Pasan el adiestramiento, van a las plazas y ya los ponen a trabajar…
—Sí, ya sea Guanajuato, Lagos de Moreno, Zacatecas, Puerto Vallarta, Ixtapa, Aguascalientes, San Luis Potosí.
—¿Todos sabían para qué grupo criminal trabajaban?
—Sí.
—¿Desde el adiestramiento les dicen para quién?
—Sí, exacto. Como nos tienen con pistola, pues todos aceptamos.
—¿Aceptas o te matan?
—Ándale, exacto.
—¿Cómo dormían? ¿Cómo vivían además de lo que ya me contó de la alimentación, del entrenamiento? ¿Pero tenían tiempo para descansar?
—Sí, descansábamos los domingos, no nos daban adiestramiento. Nos pedían dinero para comprarnos comida.
—¿Y se podía dormir en ese lugar? ¿A pesar de todo el miedo?
—No, casi no, porque nos acostaban en el suelo. En la cabaña grande que encontraron, ahí es donde dormíamos, en el suelo, como ‘cucharita’, todos acurrucados, y hacía frío de vez en cuando.
—¿Les daban algo para taparse?
—Una cobija para muchas personas, casi no alcanzábamos. Nos tendían unos tapetes de lona, ahí nos daban el adiestramiento de armas: cómo tirar, cómo pararse, cómo reducir silueta, todo eso.
—¿Se sabe si había más lugares así, de estos campos de entrenamiento? ¿Les dijeron sobre otros?
—Sí, nos dijeron.
—¿Había más? ¿En la zona o en el país?
—En la zona y en el país: en Michoacán, en Tala, Jalpa, en todos esos lugares.
—¿Y el proceso debe ser similar?
—Sí, es el mismo.
—Sobrevive la mayoría, como me comenta, otros no, ¿por malos comportamientos o porque se niegan a hacer algo?
—Unos porque no aguantan el dolor, porque es muy desgastado. Y aparte te dan adiestramiento con gotcha, duele mucho. Algunos no aguantan y ahí quedan.
—¿Y había personas que, como usted, vieron un trabajo anunciado para guardias de seguridad? ¿Qué otros empleos ofrecían?
—Albañil, electricista, cocinero… es lo que más o menos vi.
—¿Cómo logró escapar?
—Cuando estaba en Zacatecas logré escapar porque nos mandaron a, ellos le dicen ‘de compras’, a robar autos y robar celulares. Yo me negué porque les dije que a nosotros no nos habían dicho eso cuando salimos, que no íbamos a robar ni andar haciendo eso, sino que íbamos a estar ahí de sicarios. Pero ya cuando salías, te obligaban a otra cosa.
—¿De sicario es salir a matar?
—Sí, de sicario es salir a matar, exacto.
—Eso sí les decían, eran claros en eso, ¿pero no todo lo demás, como robar vehículos?
—Sí, exacto, puro vehículo de lujo.
—Y por lo que me dice, ¿hay presencia en todo el país? ¿Sí los repartían, no?
—Sí, exacto, con autorización de autoridades. Porque ahí donde estábamos en el rancho se oían fuerte los balazos y estaba cerca del pueblo. Yo creo que debieron de haber escuchado por ahí algo.
—¿Y nadie hizo algo?
—Nadie, hasta personas que había trabajando en el campo no hacían caso, pues.
—Ver las fotografías que ahora se comparten, ¿qué recuerdos le trae? ¿Ver esas fotos de los zapatos, las prendas?
—Me trae recuerdos de que yo estuve ahí, que la libré, por decir así, y que no todos esos zapatos que encontraron ahí son de personas muertas.
—¿Puede ser que estén vivos?
—Puede ser que estén vivos, porque como comenté, ahí para hacer el adiestramiento no permitían tenis. Algunos están con vida en sus plazas, nada más que no los dejan salir porque los tienen en casas de seguridad.
—¿Contra su voluntad muchos de ellos?
—Sí, la mayoría sí.
El testimonio de este sobreviviente revela la brutalidad de los campamentos de entrenamiento del crimen organizado. Su historia muestra el nivel de control y violencia al que son sometidos los reclutas, muchos de ellos captados con falsas promesas de empleo.
A pesar de haber logrado escapar, su relato deja en claro que muchos otros siguen atrapados en este sistema, sin posibilidad de salir. Las evidencias encontradas en el rancho Izaguirre de Teuchitlán son solo una muestra de una realidad mucho más amplia y aterradora.
Este testimonio es una ventana a un mundo que opera en la sombra, con la complicidad de autoridades. Mientras estos lugares sigan existiendo, cientos de personas seguirán siendo víctimas de un destino impuesto por la violencia.