Nací y crecí en Huauchinango. Es mi patria chica, aunque la vida y el estudio me llevaron hace muchos años a otros caminos. Sin embargo, como todo buen huachi, llevo en la piel la neblina de la sierra, el olor del café recién tostado y el orgullo de ser serrano. Hoy, desde la distancia, me duele profundamente ver a mi tierra bajo el agua, cubierta por la tormenta que ha azotado a toda la Sierra Norte de Puebla.
Las laderas se desgajan, los ríos se salen de cauce y los caminos se rompen como si fueran de papel. En cada mensaje que llega hay un eco de tristeza: familias que lo han perdido todo, casas sumergidas en lodo, puentes colapsados, carreteras interrumpidas y comunidades enteras incomunicadas. No son solo cifras: son rostros, amigos, parientes, paisanos que luchan por sobrevivir en medio del desastre.
Mi querido amigo Mario Alberto lo dijo bien: parece que no tenemos autoridades municipales. En contraste, el gobernador Alejandro Armenta no dudó en enlodarse los pies para llegar a las colonias más afectadas de Huauchinango y de los municipios vecinos, llevando un aire de alivio y presencia solidaria. Su visita fue símbolo de lo que hace falta: empatía, acción y cercanía real con la gente.
Hoy Huauchinango está bajo el agua, pero también bajo el peso del abandono. La electricidad llega solo a zonas mínimas, las comunicaciones se cortaron y el aislamiento se impone como una segunda desgracia. Aun así, entre el lodo y la oscuridad, soplan vientos de solidaridad.
Desde quienes ofrecen un plato de comida hasta los que, con pala y pico, ayudan a remover los escombros, todos se vuelven parte del mismo corazón serrano. La lluvia no cesa, y no es el chipi-chipi de siempre, ese que nos arrulla; es una furia torrencial, de esas que nuestros abuelos temían y respetaban.
Llegará el momento en que el sol vuelva a brillar sobre la sierra, cuando el viento se lleve el olor a humedad y el verde renazca entre los cerros. Entonces sabremos que la tarea apenas comienza. Habrá que reconstruir no solo las casas, sino los ánimos.
Muchos estamos lejos de la tierra, pero estamos cercanos de corazón, espero profundamente que nuestros paisanos puedan superar pronto esta tragedia y que las ayudas lleguen de todos lados, convocaremos a los amigos que viven fuera, para que todos hagamos la suma de esfuerzos que huauchinango necesita.
Será tiempo de estar ahí, hombro con hombro, aportando cada uno lo que tenga: tiempo, recursos, manos, fe o palabra. Porque solo juntos —con la fuerza de nuestras raíces y la nobleza de nuestra gente— podremos levantar de nuevo a Huauchinango, nuestra tierra, nuestra casa, nuestra historia.