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miércoles, septiembre 3, 2025

El circo del Senado: cavernícolas en la máxima tribuna

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El Senado de la República debería ser la casa del debate serio, de la construcción de acuerdos y del respeto a la ley. Sin embargo, la actual legislatura se ha convertido en un triste espectáculo. Lejos de los argumentos y de la deliberación, lo que impera son las diatribas, los insultos y las reyertas, como si se tratara de un mercado ruidoso y no de la máxima tribuna legislativa del país.
Morena y sus aliados, con su mayoría calificada, han usado la Cámara Alta como simple extensión del Ejecutivo federal. No hay apertura al diálogo ni disposición para escuchar otras voces. Se impone la voluntad oficialista con un estilo autoritario, reduciendo el Senado a un apéndice del poder presidencial. Nadie quiere hacer política, a nadie le interesa.
La oposición, por su parte, tampoco ha estado a la altura. Lejos de construir un proyecto alternativo o presentar propuestas sólidas, su papel se ha limitado al insulto y la descalificación. Gritan más de lo que argumentan, reaccionan más de lo que construyen. Así, tanto oficialistas como opositores han demostrado que el nivel de la clase política mexicana está muy por debajo de lo que la ciudadanía exige.
Ambos bandos han terminado convertidos en liliputienses políticos: pequeños, mezquinos y enfrascados en pleitos estériles, incapaces de ofrecer soluciones a los problemas reales del país.
La tragedia de esta legislatura empezó con la designación de Gerardo Fernández Noroña como presidente del Senado. Su conducción ha estado marcada por la soberbia, la imposición y el desprecio a la Ley Orgánica de la Cámara de Senadores. Lejos de ser un árbitro prudente e imparcial, su estilo refleja el ADN de Morena en el gobierno: no dialogar, no escuchar, desoír a quienes piensan distinto y mostrar un desdén constante por la legalidad.
Lo que debió ser un espacio de debate democrático se ha convertido en un escenario de agresiones, desplantes y autoritarismo.
Videos van y vienen en redes sociales, con un Noroña envalentonado, echado para adelante, con alma y actitud amenazante, pero hubo quienes todavía se atrevieron a defenderlo.

La degradación no se detuvo ahí. El líder de la mayoría morenista, Adán Augusto López Hernández, mostró la cara más oscura de la política al concretar un indigno cambalache con el senador Miguel Ángel Yunes Márquez. El acuerdo fue claro: apoyo total a las reformas impulsadas por la presidenta Claudia Sheinbaum, a cambio de impunidad para la familia Yunes. Con ese pacto se selló la decadencia de la vida parlamentaria en esta legislatura: la ley como moneda de cambio y la democracia reducida a un trueque.
Mientras senadores y senadoras se enfrascan en peleas cavernícolas, los problemas de la nación siguen acumulándose:
• Millones de mexicanos carecen de medicamentos y mueren por falta de atención médica.
• Hospitales son inaugurados sin equipamiento ni personal suficiente.
• Niñas y niños asisten a escuelas en condiciones deplorables, soportando calor extremo o lluvias torrenciales.
• La economía informal crece porque abrir empresas sigue siendo un viacrucis.
• La violencia y la inseguridad marcan la vida diaria de millones.

El pueblo espera respuestas, pero recibe insultos. Espera acuerdos, pero recibe gritos. Espera soluciones, pero recibe circo.
La decadencia del Senado es un reflejo de la política nacional: autoritarismo en el oficialismo, frivolidad en la oposición, ausencia de proyecto en ambos. En lugar de ser un espacio donde se construye la República, se ha vuelto un ring donde gana el que más grita y se impone el que tiene más fuerza, aunque carezca de razones.
El resultado es el mismo: la voz ciudadana apagada, la democracia debilitada y la confianza pública cada vez más erosionada.
El Senado debería encarnar la altura de miras, pero hoy es la arena de los liliputienses. Y mientras los legisladores se hunden en sus pleitos, el país entero cae en los baches que ellos mismos han cavado: baches de legalidad, de salud, de educación, de justicia.
La ciudadanía merece representantes que piensen en el bien común y no en su beneficio personal. Pero hasta que eso ocurra, el Senado seguirá siendo un circo triste, donde los cavernícolas dictan las reglas y donde México entero paga la entrada.

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