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viernes, abril 19, 2024

Teteles, un movimiento de sordos

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Nadie en su sano juicio puede poner en duda el alto valor e importancia social, cultural e histórica de las Escuelas Normales Rurales del país. Surgidas ante la necesidad de llevar educación a todos los rincones del país, el régimen cardenista abrió la vía para que los pobres tuvieran una instrucción escolar y la recibieran de sus mismos hijos, nietos, sobrinos o integrantes de su propia comunidad.  

El nacimiento de este tipo de formación docente estuvo plenamente marcado por el contexto de una lucha en defensa de los sectores más marginados, la eterna búsqueda de la justicia social y el respeto a los derechos humanos.  

Las normales, pese a su nobleza, fueron identificadas desde un inicio como una amenaza para el estatus quo del régimen surgido del Partido Nacional Revolucionario, el Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, el Partido Revolucionario Institucional.  

Inspiradas en una ideología socialista y comunista, a las que se agregaron posteriormente los movimientos maoísta y troskista, las normales rurales cedieron el paso a la formación de maestros con un amplio bagaje social, de defensa de las comunidades y, sobre todo, de organización comunitaria.  

Y, bueno, ya sabemos que si al régimen priista le detestaba algo era precisamente que los mexicanos se organizaran, pues representaba un peligro para su política asistencialista y excluyente. Máxime que las regiones donde se asentaron las normales eran controladas por los viejos cacicazgos heredados del porfirismo y fortalecidos por el priismo.  

Los caciques hacían y deshacían a su antojo las comunidades pobres. Eran sus feudos, sus tierras. Los seres humanos que las poblaban eran peores que esclavos negros de los estados sureños de Estados Unidos. Los Figueroa en Guerrero son uno de los tantos ejemplos de bestialidad que sufrían las comunidades.   

La cerrazón del régimen y la defensa de los cacicazgos llevó irremediablemente a la radicalización de las normales como una medida de protección y defensa. Por eso no es extraño que esas escuelas formadoras de maestros fueran los semilleros de sectores radicales de izquierda que mutaron en grupos guerrilleros.   

Al seno de las normales se fraguó la aparición del Grupo Popular Guerrillero, los grupos armados de Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, el Ejército Popular Revolucionario y sus demás escisiones. El éxito en la conformación de bases sociales llevó a las normales a ser un auténtico problema de gobernabilidad para el régimen priista que, fiel a su esencia, los combatió como sabía: a palos, balas, matanzas, persecuciones, guerra sucia, exterminio, violación sistemática de los derechos humanos, radicalización de la pobreza, olvido y marginación.  

Pese al embate del Estado, las normales lograron sobrevivir. Actualmente, en México hay 16 normales rurales con aproximadamente 4 mil 500 alumnos, adheridos a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, en el que convergen las expresiones más radicales de la izquierda mexicana y, quizás alguna latinoamericana, con una praxis que se asemeja más al estalinismo que a la construcción democrática de una organización estudiantil.     

Así pues, la Normal Rural “Carmen Serdán”, de Teteles de Ávila Castillo, en Puebla, no es un ente aislado. Todas las normales son un organismo vivo y cohesionado. Una escuela no se explica ni se entiende sin la otra, a pesar de las diferencias geográficas y políticas.  

Su miedo a que el sistema neoliberal las exterminara acrecentó más su cohesión, pero también su radicalización. El problema es que esa respuesta sólo provocó un mayor aislamiento del sistema educativo nacional. Al saberse heridas de muerte, la apuesta de los normalistas se trasladó a la búsqueda de Estados de excepción.   

Eso es lo que se busca actualmente en este tipo de instituciones. Normales que sean un autogobierno al margen de las instituciones, con la capacidad de influir en las decisiones públicas, financiadas al capricho y contentillo, así como beneficiarios de privilegios e impunidad.  

Y eso terminó inevitablemente exponiendo el lado más oscuro de los normalistas y, sin quererlo, validaron el discurso del establishment que los consideraba como un cáncer que debe extirparse sin compasión, como un peligro por sus ligas con la delincuencia organizada y los grupos guerrilleros.  

Poco se sabe, desgraciadamente, del gran impacto que generan en sus comunidades de origen, las bondades de los trabajos y organización comunitarias, así como la defensa a rajatabla de los derechos humanos de los pueblos que por décadas han sido rehenes de diferentes poderes que van desde los políticos hasta los criminales.   

En Puebla, las estudiantes de la normal de Teteles están en una trampa dialéctica: demanda diálogo, pero buscan romperlo a toda costa. ¿Por qué? Porque el modelo ideológico de las normales rurales se ha radicalizado a tal extremo que le impide coexistir con las actuales instituciones que conforman el Estado mexicano.  

Con el gobernador Miguel Barbosa Huerta se toparon con un estadista que no teme el diálogo con este tipo de expresiones ideológicas. Cuando las normalistas pidieron por primera vez un diálogo, fueron atendidas. Renuentes a creer que la situación se podía solucionar de una manera tan sencilla, recularon pensando que se trataba de una escaramuza. Craso error.   

Por segunda ocasión, solicitaron diálogo. Fueron atendidas y se sentaron las bases para el cumplimiento de sus demandas. Se enlistaron las obras impostergables para la calidad de vida de las estudiantes en el recinto, se analizaron planes de apoyo adicionales en todos los sentidos. El gobernador incluso participó en una posada decembrina con ellas, algo inédito en la historia política de la entidad.  

¿Qué pasó? Que los trabajos eran suspendidos si así lo disponían las normalistas sin explicaciones ni argumentos. Regresaron a las marchas y protestas, no cejaron en su persecución contra las alumnas que se negaban a participar en actos delictivos como el saqueo de camiones de carga y toma de casetas.  

Cuando parecía que el gobierno barbosista y las normalistas alcanzaban un acuerdo, el sector más radical se encargaba de echarlo abajo. La nefasta influencia de estudiantes de otras normales rurales que advertían la posibilidad de una trampa, sembraron desconfianza. A la par presionaron para hacerles ver que la normal de Teteles forma parte de un organismo indivisible. No se manda sola, ni actúa con independencia y mucho menos puede estar por encima de lo que dicte la nomenclatura normalista.   

La praxis comunista del todo o nada.   

Esta cerrazón por la influencia externa que advirtió un riesgo en la apertura gubernamental no era gratuita. Que un gobierno estatal pacte, apoye, dialogue e impulse un trabajo conjunto con las normalistas representa una afrenta que pone en riesgo al resto del sistema ideológico normalista. ¿Si una normal puede llegar a acuerdos, por qué otras no?  

A tal grado llegó la voluntad del gobierno del estado para demostrar que iba en serio en la construcción de un diálogo que aprobó la entrega de un autobús para la normal. Una de las demandas más valiosas que tiene todo grupo normalista.   

¿Qué ocurrió? Que los normalistas más radicales se pararon frente a Casa Aguayo, a la vista de todos fabricaron bombas molotov y mandaron el mensaje que el control lo tenían los estudiantes y que la autoridad haría lo que ellos quisieran.  

Grave equivocación.   

Hace unas horas aparecieron videos terribles sobre la forma en que el sector más radical de las normalistas de Teteles cobró venganza contra las alumnas que se negaron a participar en una manifestación. Las golpearon, humillaron y defenestraron.  

¿Acaso la defensa de los derechos humanos no es una de las principales banderas de los normalistas rurales? ¿Qué no la lucha contra el régimen era por la defensa de la libertad de expresión, de ideas, tránsito y protección de la vida? ¿Acaso no existen miles de historias de persecuciones, degradaciones, violaciones sistemáticas en contra de los estudiantes y sus comunidades por atreverse a pensar diferente?  

Sé que el complejo y azaroso conflicto de las normales rurales del país va más allá y se necesitarían cientos de páginas para profundizar en eso.   

Pero, una cosa ha quedado en evidencia con el arribo de Miguel Barbosa al poder y su disposición para construir un diálogo con las normalistas: Los líderes estudiantiles y quienes los controlan se convirtieron en un movimiento de sordos que se niega a aceptar que está más solo que nunca y, por desgracia, sin un futuro halagüeño. 

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