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miércoles, julio 3, 2024

Si no es Lalo, es Adán

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Cuando Eduardo Rivera Pérez asumió la presidencia municipal de Puebla una de sus prioridades no fue dar buenos resultados en la ciudad, sino recuperar el control del PAN que la Organización Nacional del Yunque había perdido a manos de Rafael Moreno Valle Rosas.

La elección de la nueva dirigencia estatal, efectuada el 14 de noviembre de 2021, es decir, un mes después de que, por segunda ocasión, rindiera protesta como alcalde de la capital, fue la fecha clave para concretar el retorno de la ultraderecha que no gana elecciones.

En una muy cuestionada elección, el Ayuntamiento de Puebla volcó toda la estructura -incluido el propio Rivera Pérez, que dejó un momento su papel de alcalde para ser mapache azul- para lograr el triunfo de la planilla de Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández y Marcos Castro Martínez.

Ese fue el primer paso, pero el más importante ocurrió nueve meses después con la renovación del Consejo Estatal del PAN.

Metidos en la ansias por definir a los candidatos rumbo a la elección de 2024, nadie avizoró que al asumir el control del máximo órgano de gobierno del partido, Eduardo Rivera no tenía en mente la elección a la gubernatura ni conseguir el control absoluto del partido para agandallarse las candidaturas, sino que su máximo interés estaba en la siguiente renovación de la dirigencia estatal, a celebrarse en noviembre de este año.

Con esta jugada exitosa, el yunquista entonces delineó su camino a la gubernatura, el cual estaba condicionado a un solo factor: quién sería el candidato de Morena.

De entrada, Rivera Pérez oraba -escapulario en mano- porque la ungida fuera Claudia Rivera Vivanco, debido a su alta tasa de rechazo ante la ciudadanía. Su segunda opción era Ignacio Mier Velazco, con quien se había medido en diferentes careos y todos arrojaban una cómoda ventaja a su favor.

Para desgracia del panista, Morena escogió a su mejor candidato: Alejandro Armenta Mier. Fue allí cuando todo se descompuso. Los focos rojos se prendieron en el cuarto de guerra azul y la respuesta fue intentar echarse atrás en la nominación, además de deslizar la idea de que la mejor apuesta era la reelección al frente del Ayuntamiento de Puebla.

En el Comité Ejecutivo Nacional del PAN tomaron nota de la actitud dubitativa de Eduardo Rivera y el mismo Marko Cortés Mendoza se vio obligado a venir a la entidad para forzarlo a firmar una carta en la que se comprometía a asumir la candidatura a la gubernatura.

Fue en esas circunstancias en que el panista dejó el gobierno municipal. Ante la adversidad construyó tres posibles escenarios de lo que vendría. El más halagüeño era que ganara la elección y se quedara con todo. El peor fue que el candidato a la gubernatura perdiera la contienda, pero Mario Riestra Piña se alzara con el triunfo en la capital poblana.

Eso supondría que habría cambios naturales en la dirigencia estatal del partido.

En medio de esos dos escenarios, sin embargo, había otro que terminó por concretarse: Que Eduardo Rivera perdiera la elección, pero junto con él, perdieran todos.

Justo ahí fue que la estrategia de apoderarse del Consejo Estatal del PAN cobró toda la fuerza. En la ruta trazada, Rivera Pérez sabía que el Estatuto del partido permite que la dirigencia estatal surja por el método extraordinario de elección a través del Consejo Estatal. Para eso se requiere el respaldo de dos terceras de los comités municipales en la entidad (que son alrededor de 130), así como del 50 por ciento más uno de los consejeros.

Con el Consejo Estatal en su poder, la recolección de apoyos y firmas era el paso a seguir, pero hasta ahí también ya tenía planchado el asunto. Nuevamente con el apoyo de la estructura del Ayuntamiento de Puebla, el grupo del yunquista se encargó de sembrar a los suyos en la mayor cantidad de municipios.

Toda esta ruta es lo que ahora permitirá a Eduardo Rivera hacerse de la dirigencia estatal o, parecer preciso, extender el control de la misma por tres años más. Los diferentes grupos al interior del PAN saben que el exedil trae los números suficientes para imponerse, de ahí que no pretenden ir a una guerra perdida.

Así como lo lee.

El partido es el único refugio seguro para él y su equipo y servirá construir un canal de interlocución con el poder en turno a fin de sacar partido para su beneficio.

En un inicio todo indicaba que el mismo Rivera Pérez pretendía ungirse como presidente estatal, pero si las cosas llegaran a descomponerse todavía más, o no alcanzara la mínima legitimidad para erigirse con el líder del partido de oposición más importante en Puebla, el exalcalde ya tomó la decisión de que quien llegue al cargo sea, ni más ni menos, que su empleado en el Ayuntamiento de Puebla, Adán Domínguez Sánchez.

Este movimiento tiene varios objetivos. El principal es que el velador más caro de la ciudad sea el dique de contención ante la posibilidad de que salgan a la luz toda la corrupción del Ayuntamiento de Puebla y lleve a la Auditoría Superior del Estado a proponer la no aprobación de las cuentas públicas tanto de Eduardo Rivera como del mismo Adán Domínguez.

Como dijeran los abogados, Rivera Pérez actuaría por interpósita persona para presionar a las autoridades a una negociación que les salve el pellejo.

A cambio tienen un preciado tesoro: una oposición mansa, que acompañe todas las iniciativas de Morena en el Congreso del estado y que avale los diferentes proyectos que emprenderá Alejandro Armenta Mier.

No se confunda, querido lector: Es un hecho que Eduardo Rivera retendrá el control del partido a fin de utilizarlo como su ariete para no ser perseguido por sus trapacerías.

El Yunque ya decidió. Eduardo Rivera, en su afán de tomar todo, logró desplazar a las viejas familias como los Rodríguez Regordosa y los juramentados de la secta están dispuestos a jugársela con el exmunícipe.

Al final todos ellos piensan lo mismo, parafraseando a don Luis H. Álvarez: Perder el poder sin perder al partido.

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