El primer día que Mario Alberto Mejía y yo nos sentamos a dar forma a un nuevo medio de comunicación para Puebla, el tiempo se nos fue en un solo tema: el periodismo español.
Sentados frente en una lujosa oficina, repleta de escritorios vacíos y con una secretaria como testigo (una secretaria en una redacción que ni siquiera existía todavía), dimos rienda suelta a la admiración que compartíamos por El País, Pedro J, El Mundo, Javier Cercas.
Hablamos de la transición española, de las tertulias televisivas, de lo lejos que nos encontramos de ese ejercicio en México y Puebla.
En fin. Sin decirlo, nos dijimos que soñábamos con un periodismo que oliera a esa pasión, a esa buena prosa y esa forma tan peculiar de entender y explicar el mundo.
¿Cómo llegamos a ese día? Como surgen todos los buenos proyectos: de una mezcla de ansia por hacer cosas diferentes y buena suerte. Los astros se alinearon, pues.
Cansado de coordinar un periódico en el que la cabeza no entendía nada de periodismo (y sigue sin entender), una buena tarde presenté mi renuncia. La carta llevaba meses de cansancio y decepción que había logrado sortear gracias a que allí encontré a un equipo sensacional de editores, diseñadores, reporteros.
En cuanto regresé a mi oficina, atrapado por un sentimiento de alivio, abrí Twitter y encontré una sorpresa: Mario Alberto había publicado su columna en Puebla On Line pese a que era, o pensábamos que seguía siendo, el director de Sexenio.
¿El director de un medio publicando su columna en otro medio?
Allí supe que traía algo nuevo entre manos.
No perdí ni un segundo y le marqué a su celular. Lo primero que escuché del otro lado de la línea, a parte de los saludos cordiales, fue: “en ti estaba pensando justo en este momento”.
Me reí y le puse al tanto que acababa de renunciar al medio que dirigía. “Eres mi primera y única opción, pero no sabía si querías dejar el periódico”, me confió divertido.
Y la historia dio un giro de 180 grados que nos llevó a caminar más de seis años, a través de tres periódicos y tantas guerras que desde hace tiempo perdí la cuenta de cuantas son.
No miento si afirmo que con Mario Alberto he tenido, hasta ahora, los mejores años de mi vida periodística, pero eso es poco en función del extraordinario amigo que encontré en la vida, con una generosidad sin límites ni medida; del que aprendí que para salvar la azarosa vida del poder siempre es necesario regresar a lo más sencillo: la familia, la buena literatura, los amigos; convertir el momento de la comida en un arte y aderezarlo con las mejores charlas; los hijos, los amores…
Así pues, lo que comenzó con una llamada, derivó en una amistad doblada de complicidad y cariño. ¡Qué mejor lugar para trabajar! (Y si a eso le agregamos que me dejaba hacer lo que mi rechingada gana me diera, pues circulo perfecto).
Ni a él ni a mí nos toca calificar lo que hemos hecho. Eso —gracias a Dios— sigue siendo la patente de Corzo de nuestros lectores. Pero lo que sí puedo afirmar es que fue una extraordinaria y divertida apuesta que buscaba hacer simplemente lo que más nos apasiona.
En ese camino, me tocó ver, como testigo en primera fila, al periodista que el poeta rescata de caer en las partes más oscuras del poder y lo regresa con un golpe de realidad escrito en buena prosa; y al periodista que constantemente le recuerda al poeta que la vida es más compleja que un verso que sale del alma (y que de algo se debe trabajar para darle al poeta la vida que demanda).
No fue una tarea fácil entender al periodista que aportó al periodismo poblano una nueva narrativa (esta parte incluye las furibundas peleas, los teléfonos colgados mutuamente y la confianza de marcar 15 minutos para encontrar un punto en común, ofrecernos disculpas sinceras por los exabruptos y recordar que una redacción sin apasionadas peleas o debates no puede ser una buena redacción).
Esa apuesta, sin embargo, me llevó a encontrar algo mejor: a un amigo al que hoy le doy gracias infinitas por todos estos años de caminar juntos.
Un nuevo proyecto ha llegado y he tenido que tomar la decisión que a nadie le gusta: dividir el corazón en dos para seguir adelante en la vida.
Dejó la coordinación de un medio, pero me llevó para mi vida al amigo extraordinario que nunca pensé encontrar, el mismo cuya generosidad me abruma por todo el amor que me ha expresado y al que espero corresponder en la misma medida algún día.
Me voy y siento que me duele como si me despidiera de tres periódicos a la vez, los mismos en que he tenido el privilegio de conocer a reporteros extraordinarios, editores sin igual, talentosos diseñadores y un equipo que le ha dado a mi corazón muchos motivos de alegría y preocupación cuando algo les ocurre.
Hoy puedo decir que soy un hombre al que Dios ha bendecido en todo momento y con esa seguridad solo puedo pronunciar una palabra: Gracias.