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lunes, julio 8, 2024

Fraile, otros de los damnificados de Eduardo Rivera

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Al interior de los partidos y grupos políticos siempre han existido las rupturas. Hay de todo tipo: grandes e irreconciliables, temporales o de coyuntura. El cisma que provocó Francisco Fraile García al poner fin a su militancia de más de 40 años en el PAN forma parte del primer tipo y son de aquellas rupturas que definen a una generación.

Y es altamente simbólico que, entre sus argumentos, el experimentado político utilizara una de las emblemáticas frases que Carlos Castillo Pereza creó tras renunciar a Acción Nacional, el 28 de abril de 1998: “Seguiré siendo panista de alma y corazón, pero no de uniforme y credencial”.

La ruptura de Castillo Pereza ocurrió justo cuando su más importante pupilo encabezaba la dirigencia nacional del PAN: Felipe Calderón Hinojosa.

Una década después se sabría que, en realidad, el escritor e ideólogo estaba cansado de las fechorías de su antiguo alumno, a quien no dudó en describir en una carta como “inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y a personas”, además de exhibir sus problemas de alcoholismo.

Francisco Fraile renunció en un momento en que el PAN poblano vive la peor crisis de los últimos 25 años, en el que pasó ser un partido ganador de tres elecciones seguidas a la gubernatura a perder absolutamente todo.

A El Pastor, como lo conocen, le tocó ver la transformación de su partido de primera mano, pero también fue el único en Acción Nacional que tuvo el tino de voltear a los jóvenes y formar a nuevos cuadros.

Quienes hoy detentan el poder en el Ayuntamiento de Puebla, encabezados por Eduardo Rivera Pérez, le deben a Francisco Fraile su formación política y la apertura de espacios para forjar a la nueva generación de políticos que tenían una sola encomienda: la construcción de un partido de vanguardia que amalgamara lo mejor de los años doctrinarios y el pragmatismo que logra triunfos electorales.

La misión, como se sabe, nunca fue cumplida debido a varios factores. Uno fue la irrupción de Rafael Moreno Valle Rosas en Acción Nacional. Pragmático hasta la saciedad, con mano dura, aunque con capacidad de negociación, hizo a un lado a la ultraderecha que no sabe ganar y les demostró que no sólo se podía llegar a Casa Puebla sino también construir un proyecto presidencial desde Puebla.

Tras la muerte del exgobernador, junto con su esposa Martha Erika Alonso, el PAN se vio en la orfandad. Quienes se quedaron al frente, entre ellos Genoveva Huerta Villegas, ofrecieron los mejores resultados de la época posmorenovallista que concluyó con retomar el poder en la capital poblana, tener una importante bancada en el Congreso del estado y crear un corredor azul en la zona conurbada.

Pero todo se descompuso cuando Eduardo Rivera llegó a la alcaldía de Puebla.

De entrada, puso como meta recuperar el control de la dirigencia estatal del PAN y no tuvo el menor rubor de utilizar la estructura del Ayuntamiento de Puebla para conseguirlo. Su candidato siempre fue Marcos Castro Martínez, pero una decisión nacional instruyó a que se aplicara el principio de paridad de género, de ahí que no les quedó otra opción que recurrir a Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández.

Luego vino el apoderamiento del Consejo Estatal del PAN y el control total estuvo de su lado.

Después de la experiencia que el PAN tuvo con Moreno Valle, Eduardo Rivera decidió aplicar una sola cosa que hacía bien el exgobernador: la exclusión. El problema es que el entonces alcalde nunca acompañó esa medida con operadores eficientes y eficaces que lo ayudaran a reconstruir al partido, fortalecer su estructura, prepararlo para la guerra y disputar a muerte la elección de 2024.

La estrategia fue suplida con ocurrencias y una guerra intestina entre Marcos Castro y Augusta Valentina que hirió de muerte la gobernabilidad del partido.

La inclusión de los cuadros más competitivos fue suplantada con una política sectaria en la que el único que cabía era el grupo de Eduardo Rivera. La disidencia fue silenciada, los opositores perseguidos y/o expulsados, y se les fabricaron todo tipo de mentiras para perjudicar sus carreras.

La necesaria reconstrucción de la imagen del partido como una opción ciudadana viable fue coronada con las acciones de un gobierno fallido, incapaz de hacer frente a la inseguridad o la demanda de servicios públicos, a pesar de que ya habían sido gobierno una década atrás.

Ahí donde la ciudadanía demandaba gobiernos eficaces, Eduardo Rivera y su grupo le ofreció un Ayuntamiento plagado de escándalos de corrupción, timorato y evasivo de su responsabilidad. El colmo fue cuando el gobierno estatal de Morena denunció públicamente que, ante la claudicación de la autoridad municipal para combatir la delincuencia, la Secretaría de Seguridad Pública estatal tomarían las riendas.

La bola de nieve fue creciendo hasta que reventó el 2 de junio pasado, en la que la oposición que encabeza Eduardo Rivera Pérez fue exhibida en su justa dimensión.

Y si eso no fuera poco, al día siguiente de la elección vendría todavía lo peor cuando Augusta Valentina, en su obsesiva guerra a muerte con Marcos Castro, dio el pistoletazo de salida para la renovación de la dirigencia estatal que debe realizarse hasta noviembre. Para coronar la sinrazón no tuvo empacho en destapar como el candidato idóneo al responsable de sumir en crisis al partido: Eduardo Rivera.

Desde que Eduardo Rivera tomó el poder en 2021, Francisco Fraile fue un observador meticuloso de los pasos de su antiguo pupilo. Intentó una y otra vez un diálogo, sumarse de lleno a la construcción de un verdadero proyecto ganador, pero se convirtió en una voz que clamaba en el desierto.

Eso fue acompañado de un doble agravio. Por un lado, Augusta Valentina decidió aplicar un trato de menosprecio a pesar de la importancia política de Fraile, quien varias veces buscó un acercamiento y en la misma medida fue ignorado.

Por otro lado, Eduardo Rivera sencillamente no quiso hacer absolutamente nada para cobijar a quien le abrió las puertas del PAN, lo cobijo, instruyó, protegió y proyectó su carrera. Fraile comprobó en carne propia —al igual que Castillo Peraza con Felipe Calderón— que su pupilo se había convertido en el hombre que no cumple acuerdos, “inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y a personas”.

Fiel a su estilo, Eduardo Rivera Pérez nunca querrá reconocerlo, pero la renuncia de Francisco Fraile García a su militancia de más de 40 años al PAN representa una definición de la generación que encabeza.

¿Cómo estarán las cosas para que tu mentor político decida quemar sus naves y renunciar a su militancia?

Irónicamente, el político que dio entrada a Eduardo Rivera a una vida en el PAN es quien terminó por sufrirlo todo el tiempo.

O, como dijera Soledad Loaeza, la mejor historiadora de Acción Nacional: “Lo cierto es que el partido que ayer daba lecciones de democracia ha dejado de pensar y está en manos de una joven generación que está más atenta a las encuestas que a la reflexión filosófica, que oyó con entusiasmo a Carlos Salinas, pero que no supo escucharlo”.

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