La lucha en el PAN poblano por los despojos que quedaron tras la masacre electoral del 2 de junio escaló a un nivel pocas veces visto en un pleito interno partidista.
La filtración de un video en el que aparece el secretario general, Marco Castro Martínez, en las oficinas del partido de la mano de una mujer que supuestamente trabaja como guardia de seguridad del recinto y sugiere una relación íntima, es la muestra de la bajeza a la que el grupo de Eduardo Rivera Pérez puede llegar en su afán por administrar el cadáver político que quedó.
El video, más allá de ser una vileza, tiene un contexto que lo hace más significativo por la carnicería que se desató al interior de la burbuja del candidato perdedor a la gubernatura.
Aclaro que en ningún momento pretendo vincular a las personas que aparecen en esta columna con la filtración del video, pero sí es evidente que quienes se hicieron de la grabación tienen acceso a las cámaras de videovigilancia del partido, de ahí que todo se trate de un fuego amigo despreciable en todos los sentidos.
Algunos dirán que al estar en una oficina que opera con recursos públicos, vía las prerrogativas que le asigna el Instituto Electoral del Estado, la grabación del secretario general se convierte en tema de interés público. Es correcta esa apreciación, pero quienes decidieron usar políticamente la cinta para perjudicar a su enemigo cayeron en un terreno farragoso que sepulta la argumentación y el debate público sobre el destino que debe tener Acción Nacional después de esta grave crisis, los mecanismos para enfrentarla y su necesaria refundación.
En otras palabras: todo ha caído en un vil asunto de faldas y braguetas. Así el nivel de los panistas.
En el PAN es sabido que tanto Marcos Castro como Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, actual dirigente estatal, mantienen desde hace tres años una guerra a muerte por el control del partido.
Al concluir la gestión de Genoveva Huerta Villegas al frente del CDE, el Comité Ejecutivo Nacional emitió la convocatoria para la renovación de la dirigencia, en la que se estableció el principio de paridad, es decir, que una mujer debería continuar al frente del partido.
En el grupo de Eduardo Rivera Pérez la noticia cayó como balde de agua fría debido a que todo estaba preparado para que Marcos Castro se convirtiera en el nuevo dirigente. Fue así que no tuvieron otra opción que subir a Augusta Valentina a la planilla.
Como se sabe, Eduardo Rivera aprovechó todo el aparato de gobierno municipal para mapachear a favor de sus candidatos y derrotó a Genoveva Huerta.
Pero ese triunfo marcó el inicio de una confrontación que, con el paso del tiempo, llevó al PAN poblano a un grave problema de gobernabilidad ya que en los hechos había dos dirigentes estatales: Augusta Valentina y Marcos Castro.
El segundo operó prácticamente los temas más importantes, se hizo del control de la estructura y los órganos más importantes, entre ellos el Consejo Estatal y la Comisión Permanente.
La derrota definitiva en esta lucha ocurrió durante la campaña electoral de este 2024 cuando la Organización Nacional del Yunque, a instancias de Eduardo Rivera, designó a Marcos Castro como el principal operador político y protector de la cofradía y sus intereses al interior del partido.
Mientras esa guerra se desarrollaba al interior del PAN, en el Ayuntamiento de Puebla también tomaba forma otra confrontación que terminó por reventar con la llegada de Adán Domínguez Sánchez como presidente municipal suplente.
La lucha por la designación de quién supliría a Eduardo Rivera provocó una eclosión al interior de la Comuna. Los principales damnificados fueron los hermanos Guadalupe y Bernardo Arrubarrena García, quienes promovían como reemplazo al empresario y fallido candidato a diputado local Rafael Cañedo Priesca.
Con la entronización de Adán Domínguez, los celos al interior de la burbuja riverista se hicieron más evidentes y, a pesar de la debacle electoral del 2 de junio, Marcos Castro se mantenía como el hombre fuerte al interior del PAN.
Esa fortaleza, sin embargo, se ganó el beso del diablo el 3 de junio cuando Augusta Valentina, en su afán por obstaculizar a como diera lugar a Castro Martínez, propuso públicamente que Eduardo Rivera tomara el control del partido en noviembre, justo cuando se renovará la dirigencia estatal.
Al adelantar el proceso interno, Augusta pretendía que las fuerzas al interior del riverismo se movieran a favor de una persona que no fuera Marcos Castro. Y lo consiguió. Eduardo Rivera por un momento pensó que no le caería nada mal el cargo, pero después se dio cuenta que podía ir a la puja por un cargo de medio pelo a nivel nacional.
Fue así que el secretario general prácticamente fue borrado de la contienda y apareció el nombre de Adán Domínguez. Después se le sumó el del insípido y desconocido Francisco Mota.
Con el banderazo de salida, el alcalde suplente comenzó a tejer su llegada al PAN, pero pronto se topó con pared. La reunión a la que convocó a consejeros estatales panistas para -según- exponer los logros de la gestión municipal fue un fracaso rotundo. (Enrique Guevara Montiel, principal responsable de organizar el encuentro tuvo a bien responsabilizar al secretario general del vacío, aunque en realidad lo hizo para desviar la atención de su torpeza y evidente incapacidad).
El mensaje que se envió ante el fracaso fue que Adán Domínguez podrá ser el consentido de Eduardo Rivera pero es un político incapaz de generar un consenso al interior del PAN, principalmente con los aliados políticos que tienen sus propias fichas en el Consejo Estatal, de ahí la notable ausencia de panistas como Edmundo Tlatehui Percino, Humberto Aguilar Coronado, Mario Riestra Piña, Carolina Beauregard o Jesús Zaldívar.
Mientras todo eso ocurría, en el Ayuntamiento de Puebla se desarrollaba otro conflicto: Adán Domínguez versus Jorge Castro Hinojosa, secretario Técnico de la Presidencia Municipal e hijo del secretario general.
Todo comenzó por una serie de malos entendidos entre ambos respecto a la operatividad y toma de decisiones. Ya sabe, Eduardo Rivera es adicto de poner a pelear a su gente a consecuencia de su timorato ejercicio de gobierno.
Luego vinieron los excesos de Jorge Castro que le valieron varias reprimendas por parte de gente muy cercana a Eduardo Rivera y, finalmente, el pleito escaló al ámbito personal, lo que obligó a que hubiera una intervención directa por parte del jefe del clan.
Cuando le digo que se convirtió en un asunto personal es porque así fue. Los agravios se generaron en las fibras más íntimas.
Después vino otra guerra de lodo. El grupo de Adán hizo correr la versión de fiestas y excesos cometidos por el secretario Técnico, mientras que éste arremetía con otras versiones sobre presuntos casos de corrupción y el bloqueo en el PAN.
Ahora que apareció el video que involucra a Marcos Castro la guerra escaló una vez más.
Es evidente que Augusta Valentina jugará sus fichas contra aquel que le garantice que su odiado enemigo sea defenestrado, mientras que el secretario general sigue con el control del partido.
Una muestra más de la bronca que se traen Adán y Marcos se hizo evidente cuando el segundo declaró públicamente que el nuevo dirigente estatal debe surgir por una consulta a la base y el respaldo del Consejo Estatal.
El mensaje entre líneas fue que el edil suplente podrá tener el respaldo como favorito, pero el control de la estructura y el consejo sigue en manos del secretario general que, como lo dije líneas arriba, también es el escudero de los intereses del Yunque. Eso significa que su fortaleza tiene una doble cualidad.
En medio de ese conflicto, Eduardo Rivera anda muy orondo en mesas de café con militantes del PAN vendiendo la idea de que es necesario un relevo generacional en el PAN y que Adán Domínguez le ha manifestado su deseo por contender por la dirigencia, es decir, no se trata de una imposición sino de darle juego al muchacho, una vil mentira.
Adán Domínguez, por lo mientras, ya prepara una reunión ultrasecreta con consejeros estatales que formen parte de la nueva generación de panistas, a fin de que lo ayuden a darle forma a esta versión del relevo generacional.
¿En qué terminará este conflicto? En la imposición, sin duda, de quien Eduardo Rivera necesite para tener el control del partido y cumplir sus caprichos. El problema es que el escenario se ha descompuesto a pasos vertiginosos y la influencia del exedil al interior del PAN no será suficiente para garantizar los acuerdos que legitimen el proceso.
Así pues, Eduardo Rivera se enfrenta a un doble problema: Ver cómo se despedazan al interior de su equipo y construir acuerdos con otras expresiones.
Puede quedarse solo si las cosas se complican todavía más y mantiene su cerrazón. En este escenario lo que más le conviene a Eduardo Rivera es garantizar un espacio en el CEN del PAN y pisar el acelerador a fondo. En realidad, le interesa muy poco la legitimidad del nuevo dirigente estatal, ya que entre más vulnerable sea, mayor posibilidad de que lo tenga domesticado.