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jueves, noviembre 21, 2024

El paso adelante del Museo Internacional del Barroco

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Una vez que Miguel Barbosa tuvo en sus manos el expediente de lo que significaba el Museo Internacional del Barroco supo que estaba ante el ícono de la corrupción del gobierno de Rafael Moreno Valle Rosas y el modelo de negocios que impuso para financiar cuanto capricho tenía en su obsesión por la presidencia de la República.

Detrás del Barroco estaban las manos de uno de los grupos empresariales consentidos de Enrique Peña Nieto, integrantes del dinosaurio conocido como Grupo Atlacomulco.

Asignarle a ese grupo la concesión de los servicios de agua potable y alcantarillado, así como el museo era una forma de seducir al Presidente de la República que, si no se le hubiera atravesado Andrés Manuel López Obrador, sin duda hubiera echa- do la carne al asador por el exgobernador panista en la carrera presidencial de 2018.

¿Se vale tener un museo único en el mundo y a cambio hipotecar las finanzas estatales por 30 años y todo lo que eso significa (obra pública, atención a la pobreza, recursos para el campo)? La respuesta es sencilla: No. Mucho menos cuando el proyecto responde a un modelo de negocios para alimentar un proyecto de gobierno que se basa en una idea aspiracional a costa de los sectores más desfavorecidos.

Rafael Moreno Valle Rosas nos engañó a los pobla- nos por la parte más sencilla: El orgullo y la aspiración. Por un momento sentimos que vivíamos en una ciudad de primer mundo. Todos hablaban bien de Puebla por todo el país y en varios países importantes en el mundo. Lo que se quiso ocultar desde un principio fue la corrupción que existía detrás de esa apuesta.

Insisto: Todo por un pinche proyecto presidencial.

Moreno Valle fue nuestro Carlos Salinas poblano y hasta que llegó Miguel Barbosa nos enteramos que nuestra realidad era la reedición del funesto 1994, con error de diciembre incluido.

Teníamos todo: Tren Turístico (igual que los países de primer mundo); un teleférico; una nueva planta de automóviles; un museo único que le compite a cualquier emblemática construcción en Sídney o Barcelona.

Teníamos a un gobernador que nos daba orgullo por su capacidad de ser admitido en los círculos del poder. “Es el consentido del presidente Peña”, se escuchaba regularmente en los corillos políticos. “Elba Esther, la mujer más poderosa, lo quiere como a su hijo”. “En el PAN todos van con él y en el PRI lo reciben con los brazos abiertos. El PRD ni se diga”. “Se lleva con todos: políticos, banqueros, brokers… hasta con Ángela Merkel”.

Lo que nunca dejaron ver es que todo estaba apuntalado en los palillos de las finanzas públicas. Se hipotecó el erario por 30 años. Todos los que obtuvieron contratos se llevaron una tajada del pastel y ninguno fue ajeno a los intereses políticos de lo que eso significaba.

El neoliberalismo salvaje cobijado en los deseos del poblano: soñar con el primer mundo sin importar lo que eso significara o costara.

Hoy sabemos que los incentivos para atraer a la armadora Audi salieron más caros que la propia instalación de la fábrica.

El tren turístico es un elefante blanco.

La rueda de la fortuna –que sirve para ver el techo de Angelópolis– está parada porque el armastrote estaba fijada sobre maderas que se pudrieron.

El Centro Integral de Servicios es la oficina más cara que un gobierno pueda tener y ahora nos enteramos que tenía deficiencias en su equipamiento que salió a relucir con la primera tormenta que cayó en la ciudad.

¿Y el Barroco? Pues, el morenovallismo tuvo la capacidad de hacer frente a la obra de arte que representa su estructura con piezas que fueron saqueadas de otros museos y se perdieron en las casas de varios funcionarios estatales y privilegiados de ese gobierno.

Hoy sabemos que Moreno Valle o sus emplea- dos nunca estuvieron a la altura del museo que diseñó Toyo Ito.

El Barroco fue calificado como el ícono de la corrupción de Moreno Valle, pero en realidad re- presenta su avaricia desmedida. Muy similar a su proyecto presidencial: Un cascarón sublime, pero sin contenido. O, más bien, un cascarón cuyo único contenido es el negocio a costa de la gente.

Hace 15 días acudí al Museo Barroco. Fue una verdadera desgracia. Un museo vacío, con un acervo en los huesos. Nada qué ver la majestuosidad que representó su inauguración. La primera vez que pisé el edificio, en marzo de 2016, salí maravillado. El museo me recordó que el orgullo de ser pobla- no está construido en su historia, su trascendencia mundial y ser el epicentro de algunos de los cambios más importantes de la historia universal.

Hace 15 días que regresé al Barroco salí francamente decepcionado. Me sentí timado, pero en realidad estaba enojado porque el vacío que encontré era la muestra palpable de que el sueño de opio de Moreno Valle era eso: un fugaz estado alterado de la consciencia.

Fue entonces que recordé de primera mano los datos y la historia que reveló Miguel Barbosa y que lo llevaron a definir con una precisión magistral al sitio: el ícono de la corrupción.

El inmueble, cabe aclarar, me maravilló como la primera vez que lo vi. Sus formas caprichosas que llevaron a Toyo Ito a escribir una carta de puño y letra para expresar su admiración y sorpresa por la capacidad de la ingeniería mexicana para hacer realidad una extracción de su mente y su espíritu. Y más aún: En un tiempo récord.

Así como el Tren Turístico, el Teleférico, las plataformas Audi o el CIS, el gobierno del estado tuvo que analizar el problema del Museo del Barroco. El reto no era sencillo: ¿Qué hacer con una obra de arte manchada de una corrupción obscena? Un ignoran- te que sólo sabe de drogas y el volcán Popocatépetl pensó que una función de lucha libre era la mejor opción para darle un alma popular a un edificio exquisito. Por eso fue echado del gobierno como se merecía: Con una patada y por la puerta de atrás.

Lo que no sabíamos es que, en los últimos tres años del gobierno de Miguel Barbosa, un equipo interdisciplinario de artistas y especialistas, así como funcionarios estatales discutían y analizaban la mejor opción para darle vida a la obra de arte que el morenovallismo ensució con la procacidad de sus negocios.

Miguel Barbosa conoció de primera mano la experiencia artística inmersiva. Inteligente y culto como es, procesó la idea como lo sabe hacer: a fuego lento y con mucha astucia legal.

El objetivo era dar una vuelta de 180 grados y vincular al museo con Puebla y su gente.

El cineasta Hugo Scherer fue el encargado de re- sumir esta visión: “El gobernador nos dijo: ‘¿Qué hacemos con los muros del museo?’ Que hablen, hay que hacer que hablen. En el mundo no hay nada igual, ni siquiera creo que el propio mundo haya imaginado algo así. Los que son muy asiduos, los que son fundamentalistas del arte digital, tendrán museos grandísimos en Las Vegas, pero no con un solo tema, aquí hay un tema: el Barroco”.

Otro cineasta, Luis Mandoki, fue más allá: “El arte y la tecnología confiuyen en un novedoso vértice imaginario y hoy podemos crear composiciones de piezas de arte vivas en singulares recorridos de arte digital que son fruto de una nueva vida, de una nueva proeza. Acaso este concepto futurista, artístico, busca en alguna medida liberarse de las limitaciones físicas, estamos, creo yo, presenciando el surgimiento de un escenario futurista altruista artístico”.

La propuesta de dar un giro de 180 grados se cumplió y vino acompañado de otro tema funda- mental: la política de gobierno.

Barbosa creó un grupo secretarial -en el que participaron muchos, pero destacaron María Teresa Castro Corro, Olivia Salomón y Sergio Vergara, es decir, Finanzas, Economía y Cultura- a fin de que desde el gobierno se diera forma legal y con esencia de la 4T poblana al nuevo giro.

Fue así que poner en marcha el arte digital inmersivo no tuvo un costo adicional para las arcas esta- tales. El gobierno estatal, que no sabe claudicar en su papel de autoridad ante el capital, sentó a la em- presa encargada de la administración del museo y la condujo para generar las economías necesarias que permitieran financiar el relanzamiento.

Detrás, además, hubo otra apuesta: el futuro. Puebla es un centro neurálgico en el país en arte digital. El clúster educativo tiene una rama imbuida en este mundo. Así pues, el Museo del Barroco se convertirá en el centro natural de exposición de los artistas poblanos y será su plataforma para lanzarlos a nivel mundial.

El arte digital inmersivo es constante y el museo tendrá que renovar sus contenidos de manera permanente. Es allí donde entra el talento poblano y es un guiño a las nuevas generaciones: El gobierno de la 4T sabe lo que hacen, sabe de los alcances de su apuesta profesional y está dispuesto a acompañarlos desde un museo que les ofrece la mejor plataforma mundial.

Luis Mandoki advirtió sobre esos alcances. “El Mu- seo Internacional Barroco hoy posiciona a Puebla como punta de lanza y es pionero con la incursión de un Hub de arte digital a nivel local y con proyección nacional e internacional sin precedente”.

Así fue como ayer se concretó el relanzamiento del Museo Internacional del Barroco que ahora tiene un nuevo apellido: Inmersivo.

Dos salas sirvieron para conocer de primera mano “ese mundo futurista” mezclado de arte e interactividad. A eso se sumará, en unas semanas, la exposición con las obras del Vaticano relativas a San Juan de Letrán.

La mezcla perfecta: El arte como lo conocemos todos y la tecnología que mueve los sentidos y estamos por descubrir, con los ojos puestos en los artistas poblanos. (Incluso un paisano fue responsable del diseño de diferentes obras en este relanzamiento).

Ayer que salí del Museo del Barroco nuevamente me sentí orgulloso de ser poblano. Y no porque me hiciera recordar el privilegio de vivir en una ciudad como Puebla sino porque comprobé que hemos dado un paso hacia adelante.

Es un paso hacia el futuro.

Y un paso muy lejano de la forma de gobierno que manchó una obra de arte (diseñada por un premio Pritzker) con su corrupción.

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