Desde hace varias décadas, cada año, el 4 de octubre, la entidad vivía la expresión máxima de la opulencia, el despilfarro y el ansia de poder disfrazado de actividad universitaria.
Era el Día del Rector y su esencia era enviar mensajes al poder.
Por ejemplo, que la universidad era la mejor aliada que un mandatario pudiera tener; que representaba uno de los pies de la gobernabilidad estatal; que su rector era una opción ciudadana para lo que el poder necesitara porque, entre otras cosas, era un soldado del régimen.
En la época de los 60 y 70, era más o menos lo mismo pero revestido de comunismo. La universidad, en ese sentido, era el principal apéndice del Partido Comunista. Sus recursos, su fuerza social y su importancia histórica estaban al servicio de un solo hombre: el rector.
Ambos estilos del gobierno universitario, en esencia, compartían la conquista del poder, con la diferencia de que los comunistas lo querían para sí mismos, para su reducido grupo; mientras que los otros formaban parte del sistema priista que les brindaba la oportunidad de saltar a la arena política. Eran invitados a las mieles del otro poder.
Con el paso del tiempo, la política universitaria se consolido como un poder imperial, más sanguinario, frío y cruel que la disputa del poder en el área pública.
Todo giraba alrededor del monarca, el emperador (el rector). Alrededor de éste se movía la corte, cuyos integrantes se asemejaban más a los personajes de la exitosa serie Juego de Tronos que a académicos o funcionarios universitarios.
El vasallaje aglutinado en unidades académicas -antes facultades y escuelas- recogía la pluralidad del reino: opositores, aliados, simpatizantes. Por algunos años, la oposición había quedado de lado por los priistas, pero era solo una venganza por la marginación que los comunistas infringieron a todos aquellos que no se sumaran a sus filas.
Los tiempos fueron cambiando y hubo la necesidad de incorporar a los opositores a las tareas universitarias. Los últimos cotos de resistencia se extinguieron ante la seducción del poder. Esos comunistas trasnochados cayeron redonditos en la trampa: ser ahora quienes luchaban y estaban obligados a dar respuesta a las demandas de su propia base.
Hubo tiempos en que los rectores soñaban con la Silla del Águila. Célebre es el caso de Samuel Malpica que una vez acomodado en la silla de la rectoría confió a sus allegados: “De aquí a la presidencia de la República”.
Los siguientes rectores no desvariaban tanto, pero sí ansiaban ser recompensados por el poder externo a la universidad: Una diputación local o federal; la inclusión al gabinete estatal; cargos suculentos donde amasar fortuna.
Enrique Doger Guerrero ha sido el único en cumplir el sueño de arribar al segundo puesto de gobierno más importante en Puebla: la presidencia municipal capitalina. Pero muy pronto se desinflaron sus aspiraciones futuras al demostrar que él y su camarilla estaban más interesados en el dinero que en el poder.
El exedil no podía ocultar su origen. Como rector convirtió a la universidad en un modelo de negocios. Se creó una burocracia dorada que se asemejaba a una mezcla de priistas y tecnócratas. El ruido de fortunas al amparo de la casa de estudios creció y creció. Los relojes de miles de dólares, las mansiones, los negocios y la extraordinary life que se daban los funcionarios universitarios confirmaba que la realidad había cambiado.
Enrique Agüera Ibáñez quiso ser alcalde y no pudo. Rafael Moreno Valle se atravesó en su camino, a pesar de mantener una extraordinaria relación con el gobernador y su equipo. Inteligente como es, supo que su historia política había terminado y actuó en consecuencia. Se olvidó de la entidad, se fue a disfrutar a su familia y desactivó toda amenaza de auditorías que le hicieron llegar por todas partes.
Alfonso Esparza Ortiz, para desgracia de todos, no supo entender nunca el momento que le tocó vivir y maximizó obscenamente el modelo de negocios de sus antecesores. La soberbia y la red de complicidades que tejió dentro y fuera del estado lo llevaron a su propia desgracia política. No supo quién era Miguel Barbosa Huerta, así como tampoco los vientos de transparencia que llegaron a Puebla.
Por eso es muy interesante, agradable y plausible lo ocurrido en el informe de Lilia Cedillo Ramírez. En un par de horas puso fin al Día del Rector. Sin ser política envío un gran mensaje al reunir a todos los actores gubernamentales y políticos más importantes de Puebla, quienes asistieron a presenciar no un acto político sino un ejercicio de rendición de cuentas.
Contrario a años anteriores tampoco hubo mensaje político. Ya no es necesario. Lilia Cedillo lo sabe y la clase política tomó nota.
Tampoco hubo despilfarro para un acto rimbombante. La publicidad corresponde a lo que un funcionario puede invertir según la ley.
Con su primer informe, la única rectora en los más de 400 años de historia universitaria en Puebla concluyó la política imperial de comunistas y priistas.
Una mujer menudita, sencilla, humilde, pero una verdadera especialista en el ramo científico le dijo a toda la clase política de la entidad cuál es la nueva realidad de la máxima casa de estudios.
Lilia Cedillo le dijo a todos sus invitados que la mejor política que puede haber en la BUAP es trabajar por tu propia universidad.