Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama sexta: El horroroso crimen del horroroso criminal
Capítulo 26. Sombras suele vestir
Lucio Quintana era pintor y tenía su estudio en el Distrito Las Ánimas, donde ejercían sus diversos negocios algunos de los hijos consentidos de la burguesía poblana. Ahí, por ejemplo, tenía su templo financiero Michel Domit, un poblano con acento francés que juraba que venía en línea directa del general De Gaulle, héroe de la Resistencia. Un mitómano. También, en su momento, alquiló una oficina, en lo que montaba su famosa postrería, Edy Bueno, ligado a una parte de la familia Regordosa.
El Distrito Las Ánimas estaba cerca del restaurante Kampai, y era el sitio perfecto para pasar de la embriaguez a los negocios. Lucio lo sabía, y utilizaba el restaurante para pescar mujeres —mujeres casadas con hombres ricos— deseosas de ser inmortalizadas en un lienzo. Entre sus clientas había de todo: buchonas del narco, niñas bien y señoras en edad de merecer.
Por su estudio, que en la primavera tenía como fondo una jacaranda, pasaron los ligueros más rosas de Puebla y las celulitis mejor cotizadas en el mercado libre. Lucio hacía que sus modelos se desnudaran por completo, cosa que sus maridos ignoraban. Durante la negociación, el pintor garantizaba dos cosas: precios elevados y pulcritud sexual. Esto significaba que la relación modelo–pintor no trascendería el campo de lo erótico. “Soy un profesional”, se jactaba.
Era mentira. A la menor provocación, se abría la bragueta y rompía los acuerdos. Muchos de los maridos que pagaron por su arte, jamás imaginaron lo que pasaba en los ámbitos oscuros del estudio Rothko, en homenaje al pintor nacido en Letonia.
Una célebre viuda poblana fue su amante durante varios meses, hasta que a su alma —y a su altar sexual— llegó una chipileña dueña de un atractivo brutal: Josefina —Jose— Galeazzi. Lucio supo que sería su mujer desde que se descalzó. Sus zapatillas no eran Manolo Blahnik, pero sus pies eran los de una reina. Cuando los vio, recordó la escena de la película “Él”, de Luis Buñuel, donde un pervertido Arturo de Córdova le besa los pies a Delia Garcés. Imaginó su sabor mientras la veía caminar descalza por la rugosa alfombra. Bien dicen que el deseo son dos pies flotando en el infierno. Jose Galeazzi había llegado a la pasión perfecta en el lugar perfecto. Sólo había un problema: Lucio estaba diagnosticado de esquizofrenia. Era dual como un deportivo de dos puertas. También padecía hemorroides.
(Continuará).