Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.
Trama segunda: Los impostores
Capítulo 5. ¡Pinche mugroso!
—¿De qué vive Liza Cocoletzi? —preguntaban quienes la conocían.
—Vende gente —era la respuesta de Juan Pablo Vergara.
—¿Gente o información?
—Información mutada en gente. Vende nombres propios, espejismos, ilusiones, datos precisos, mentiras piadosas y posibles soluciones. Éstas últimas las administra directamente ella. Moraleja: vende gente. Se vende a sí misma.
La soledad llegó a la vida de Liza. Los nuevos gobernadores terminaron por aislarla pese a que ella los buscaba con ahínco. Su agenda se llenó de promesas incumplidas. Por primera vez en mucho tiempo sólo tenía dinero. Nada más.
Empezó a hablar pestes de todo mundo. La discreción se alejó de sus mesas. Sus interlocutores palidecían cuando ella despotricaba en contra del gobernador en turno. Dejaron de tomarle las llamadas. Liza empezó a representar un personaje de opereta.
—¿Ya viste lo que hizo este hijo de la chingada? —dijo alguna vez en referencia a Manuel Bartlett. No sabía que uno de los comensales de una mesa vecina era precisamente el hijo del exgobernador: León Manuel. Sin cuidar el tono de voz, vociferó en contra de Bartlett, de su pareja sentimental y de su parentela.
—¿Qué es de León Manuel Bartlett? —le preguntó su interlocutor.
—¡Es un pinche drogadicto! ¡Se está rehabilitando en Narconón! ¡Pinche mugroso!
El hijo de Bartlett se acercó a la mesa y tras decir buenas tardes dijo quién era. Liza palideció.
—¿Puedo sentarme un momento?
—Claro —respondió ella cuajada en la perturbación.
León Manuel le dejó en claro en dos minutos que todo lo que había dicho eran mentiras. Y lo hizo con una permanente sonrisa en los labios. Y al detalle. Al final, le dio una tarjeta y se despidió con una ironía: “Este mugroso drogadicto espera verla de nuevo”. Liza se quedó muda toda la comida. En un momento fue al baño a vomitar bilis amarilla. Al regresar, León Manuel inclinó la cabeza desde su mesa con aire de saludo. Inevitable la sonrisa. Inevitable, también, la mirada cargada de sarcasmo.
—¡Vámonos! —eructó nerviosa. Tomó su bolso Jane Birkin, dio tres pasos y cayó al suelo, estrepitosamente, entre las risas de los comensales. Entre las risas, estruendosas, de León Manuel Bartlett.
Liza Cocoletzi no volvió a ser la misma. La caída no sólo le rompió dos costillas, sino que le generó una fractura en el cráneo, lo que a la larga le produjo lesiones en las arterias y las venas. Poco a poco se fue enterando que éstas habían empezado a sangrar en los espacios cercanos al tejido cerebral. La acumulación de sangre entre el cerebro y el cráneo le causó un hematoma intracraneal.
Juan Pablo Vergara supo por el doctor Alfredo Victoria que a Liza se le había hinchado el cerebro, lo que le provocaba mareos, ansiedad, dolor de cabeza, convulsiones y pérdida de memoria.
Una vez se la encontró comiendo en El Parrillaje de Angelópolis. En su mesa estaba una enfermera, quien con gran paciencia cortaba un bife de chorizo en porciones pequeñas para que Liza no se fuera a atragantar. Vergara se acercó a saludarla, pero ella no lo reconoció. El periodista insistió y sacó al tema al exgobernador Fulgor Sedano.
—Ah, mi amigo Fulgor… Era mi compadre. ¿Qué fue de él?
Vergara entendió que Liza Cocoletzi se había ido a vivir entre las sombras. Ya no insistió. Le dio un beso en la mejilla y descubrió que seguía usando su perfume favorito: un dupe (perfume hechizo de origen árabe) con fragancias de jazmín.
(Continuará).