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jueves, mayo 22, 2025

Trama segunda: Los impostores Capítulo 4. El Señor de los Alfileres

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.

Trama segunda: Los impostores

Capítulo 4. El Señor de los Alfileres

Con los años, Liza Cocoletzi logró entrar al corazón financiero de Puebla gracias a la información que sacaba del despacho del gobernador Fulgor Sedano. Esa cercanía le permitió conocer de primera mano las expropiaciones de tierras ejidales que se proyectaban en Palacio de Gobierno.

Antes que nadie, salvo don Fulgor, se sentaba con los más importantes desarrolladores inmobiliarios poblanos y les compartía borradores de los decretos, de los estudios de suelo y hasta de las opiniones de los asesores especializados.

Algunas veces llegó a grabar al gobernador para compartirles los audios a sus amigos empresarios. En reciprocidad, Liza recibió diversas propiedades —a titulo gratuito— en los fraccionamientos de lujo, y se volvió invitada frecuente a las exclusivas comidas que éstos organizaban, tanto en sus residencias como en los restaurantes.

En cierta ocasión, el empresario Rafael “Falín” Posada le presentó a Pedro Aspe Armella. Hábil como era, Liza le contó una anécdota que hizo reír al secretario de Hacienda de Carlos Salinas.

—Una noche, en El Desafuero, estaba usted, don Pedro, y a unos metros suyos: Jaime Serra Puche.

—¿En serio?

—Sí. De un lado, el que le puso alfileres a la economía. Y del otro lado, el que se los quitó.

Las carcajadas sellaron el primero de varios encuentros.

Las llamadas en clave de Liza se volvieron recurrentes en ese sexenio. Y a veces las hacía desde el despacho del gobernador.

—Me acaba de decir nuestro amigo que mañana que se vean te va a dar una noticia que te pondrá muy contento. Te lo digo para que esta noche duermas como angelito. Besos, amigui.

Cada vez que hacía esa clase de anuncios, llegaban a su oficina regalos, boletos de avión y reservaciones cubiertas en los más exclusivos hoteles.

La cercanía con esos hombres de poder le dio otro plus: el de saber invertir a bajo costo en terrenos que en el poco tiempo dejarían ganancias millonarias.

El procurador en turno era invitado recurrente en sus mesas. La información que de ellas salía se convirtió en oro molido para sus amigos periodistas. Y hasta los probables afectados recibían la información de las averiguaciones previas en aras de que se gestara alguna jugosa recompensa. Liza se volvió una artista en el arte de la simulación.

(Continuará).

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