Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama segunda: Los impostores
Capítulo 2. Hazme el chingado favor.
Comida en un salón de fiestas. Liza Cocoletzi llega puntual metida en una falda que sobredimensiona su trasero. La mesa estaba medio llena. Los meseros atendían a los pocos comensales. Rudy Kanán hablaba del exgobernador Guillermo Jiménez Morales, su amigo y protector hasta que llegó Mariano Piña Olaya, quien le cambió las lealtades en tres patadas.
—Con Piña Olaya fuiste maestro de ceremonias, ¿no? Yo te conocí en esa época —dijo Vergara con un sarcasmo velado.
—Con don Mariano fui de todo. También me hizo diputado local —respondió Rudy.
—¡Esa legislatura estuvo llena de corruptos! —escupió Liza mientras se comía un taco de chicharrón con pápalo.
A la charla se sumó Fredo Lucatero, el convocante.
—Pues para mí el único buen gobernador es don Fulgor Sedano.
—¡Cómo no! ¡Si te hizo director administrativo del DIF! —se burló Vergara.
Todos rieron, menos Liza. “A ese cabrón de Fulgor ya se le subió el cargo”, masculló en voz baja.
—¿En serio? Me parece un buen hombre —dijo Vergara.
—Es un hijo de la chingada ladino. Ya se subió a un ladrillo. De la noche a la mañana se volvió inalcanzable. Ya no quiere hacer giras. Dice que sólo va a despachar en el Palacio de Gobierno—susurró.
Vergara estaba sorprendido. Jamás había escuchado a Liza Cocoletzi referirse de esa manera a su mentor.
Cada vez que llegaba un nuevo comensal, ella lo deshacía con palabras: “Pinche pillo”, “pinche gandul”, “guárdate la cartera porque ya llegó ese hampón”, etcétera.
Casi al final de la comida, Liza regresó al tema de su mentor:
—Ya empezó a hacer negocios con sus amigos constructores. A uno de ellos ya le dio dos autopistas. ¿Sabes cuánto se va a meter el viejo con esas obras? Unos trescientos millones.
Vergara no entendía nada. Durante años había escuchado a Liza hablar maravillas de Fulgor Sedano. Estas revelaciones lo asustaron.
—Ahora le dio por quererme coger. ¡Después de veinte años de relación laboral se le ocurrió que yo lo caliento nada más de verme! ¡Hazme el chingado favor! ¡Yo, que le he servido de tapadera y le he peinado con saliva esos pelos necios que tiene!
En una siguiente comida en el restaurante del Mesón del Ángel, Vergara le recordó la charla.
—¿Quién te dijo eso?
—¡Tú! En la comida de los chicharrones con pápalo.
—Estabas pedo, Vergara. Jamás diría algo así. Don Fulgor Sedano es el hombre más honesto y decente que hay en Puebla.
(Continuará).