Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama quinta: ¿No sientes que el corazón se te ensancha al ver esto?
Capítulo 21. El monstruo en la cama de su hija
La primera vez que Lucero fue atacada sexualmente por su padre tenía quince años de edad. Mario trabajaba en un taller de Artes Gráficas ubicado en la colonia del Obrero, cuyo dueño era su hermano mayor: Gabriel. Ambos portaban los apellidos García Márquez, por lo que Gabriel usaba la homonimia para jactarse de ser el escritor. Nadie le creía.
Mario García Márquez estaba casado con Juanita. Ambos eran padres de Lucero, Rosalba, Gabriela y Perla. Las cuatro vivían en una casa de interés social de la Unidad Habitacional CTM, cerca de Indios Verdes. Lucero, la mayor, fue la primera en enfrentar el deseo enfermizo de su padre una madrugada. Ella dormía con Rosalba, ‘La Chata’, cuando él se acercó a tocarle las piernas. Al ver su reacción nerviosa, Mario le dijo al oído: “No te apures, mija, soy tu papá”.
Al día siguiente, ella no podía ver a los ojos a su padre, por lo que se fue a la escuela sin desayunar. No le dijo a nadie lo que había sucedido esa madrugada. Horas después, su padre ingresó una vez más al cuarto donde dormía y deslizó la sábana para tocarla. Ella estaba despierta y temerosa de que la acción se repitiera. Otra vez le habló al oído y esta vez le tocó los senos. Ella quiso retirarlo, pero él insistió. Esa madrugada le tocó también las piernas y le bajó las pantaletas.
Los días pasaron. Mario atacó de nuevo una noche que Rosalba y sus hermanas se quedaron a dormir con doña Lucha, su abuelita materna. Ella tenía un puesto de comida en un mercado de la colonia Del Parque. Lucero también quiso quedarse con ella, pero fue su propia madre la que le dijo que tenía que irse a la casa para que le ayudara a lavar la ropa, como todos los sábados.
Cuando llegó la noche, Lucero no sabía cómo impedir que su padre se acercara. Trató de cerrar la puerta con seguro, pero éste no servía. Entonces puso un sillón para que no pudiese entrar. Error. Una vez ante la puerta, un empujón bastó para abrirla. Se acercó con mucha confianza y se metió a la cama de su hija. Ella se enconchó para evitar el ataque. Fue imposible. La sometió muy fácilmente, y al tiempo de que le quitaba la ropa, le decía al oído que le iba a gustar lo que le haría. Esa noche la penetró por primera vez.
(Continuará).