Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama octava: Antes de que el diablo sepa que has muerto
Capítulo 36. La muerte en calcetines
Bobó Gutiérrez reventó una madrugada en Madrid, España, en un hotel de lujo al término de una fiesta, que, fiel a su costumbre, estiró como un calcetín. Tanto la estiró, que, al llegar a su habitación, reventó la cuerda. Murió en el momento. Y cayó como una tabla.
Venía de días enteros de tensión dramática. Y ésta consistía en dejar para mañana lo que se tenía que arreglar el mismo día. Era un experto en eso. Incluso la mentira era una herramienta recurrente en sus negociaciones. Cuando algo se trababa, mentía. Y mentía también cuando no había necesidad. De esta manera hizo negocios impensables con gente impensable en contextos impensables. Y siempre cayó parado. Hasta que se vino abajo… como una tabla.
El 2 de febrero de 2023, en el hotel Único de Madrid, España, Bobó entró a su habitación, se sintió extraño, caminó unos pasos, se miró en el espejo, se desanudó la corbata, tomó agua, se lavó la cara, sudó frío, pensó que algo le había caído mal, volvió a sudar frío, vio sus ojos desorbitados en el espejo, vio su enorme vientre, la vista empezó a nublarse, un olor a cloroformo llegó a su nariz, sintió sus piernas frágiles… y cayó a la alfombra víctima de un infarto fulminante. No tenía 40 años. Apenas los iba a cumplir.
Su familia era una caja china. Su tío, Chicho Gutiérrez, había comprado el título universitario en la casa de estudios en la que fue porro varios años. Luego montó un negocio de alfombras y tapices, pero el periodista Juan Pablo Vergara reveló en una columna que lo suyo era el contrabando.
Otro tío suyo, Gus Gutiérrez, conocido como ‘Lopitos’, era reportero de la nota roja y protegía burdeles. En ese contexto conoció a quien sería su amante durante años: Gladys García, una madrota que reclutaba mujeres en la Central Camionera de Puebla. A las chicas más pobres y solitarias, las abordaba con sonrisas y luego las llevaba supuestamente a hacer quehaceres domésticos al “Madelaine”, un prostíbulo disfrazado de centro nocturno. A la menor provocación, Gladys —a quien llamaban ‘La Caponera’— las ponía a fichar y a hacer privados de cincuenta pesos. Esos privados estaban cubiertos por cortinas llenas de ácaros. Todo se oía, incluso las voces tipludas de los clientes que a la hora de venirse musitaban, entre gemidos, “¡ay, mamacita!”.
Bobó Gutiérrez creció en ese ambiente. No fue raro, que, un día, en una fiesta de niñas bien poblanas, alguien lo acusara de haberse robado un celular.
—¡Yo vi que Bobó se lo metió a la bolsa del pantalón! — gritó una chica.
Él quiso correr. Lo detuvieron, lo esculcaron, lo exhibieron. También le dijeron que se fuera de la fiesta. Tenía trece años de edad. Al mes siguiente, sin embargo, estaba sentado en el presidium del Desfile de Las Hortalizas—en la zona de Plaza Dorada—, a unos metros del gobernador Melquiades Morales. ¿Qué hacía ese adolescente con cara de niño en la zona reservada a los invitados especiales? Sencillo. Era el representante de su tío Gus Gutiérrez, regidor del ayuntamiento de Chichiquila.
(Continuará).