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domingo, julio 6, 2025

Trama Novena: No hables con extraños Capítulo 41. Un ojo negro, apagado

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama Novena: No hables con extraños

Capítulo 41. Un ojo negro, apagado

Matías Chandón, alcalde de Chichiquila, acababa de humillar a Pepe Iberdrola, su consuegro, y tomó un avión de ocho plazas con rumbo a la ciudad de Puebla. En un departamento de la Vista Tower se encontraría con Damiana Echegaray, su amante. Un día antes, ella había recibido en su oficina del banco Santander a un extraño hombre que tenía heterocromía. Es decir, una pigmentación del iris. Un ojo era profundamente negro —el derecho—, y el otro era más verde que una pera. El ojo negro, por cierto, era de un negro apagado, sin brillo, como el de un cadáver. La boca algo torcida. Bien afeitado. Rubio. Las cejas, oscuras, y una más alta que la otra. Tenía unos cuarenta años y pico. Traía una elegante boina gris. No era ni pequeño ni enorme: simplemente alto.

En cuanto Damiana lo vio tuvo una sensación inédita en la vulva. Su clítoris, más grande que el normal —era un pene pequeño perfecto—, tuvo una erección. Es decir: se llenó de sangre y se hinchó al ver a ese extraño personaje. Pocas veces le había pasado. Salvo con Matías Chandón y un exgobernador de Puebla, no había tenido esa sensación.

Damiana supo que se llamaba Mircea (Meercha se pronuncia) y que era de origen rumano. Cuando él se sentó en una silla, ya con la boina gris en la mano, sacó un vapeador y se puso a fumar sin pedir permiso.

Damiana sintió un hilillo que salía de la vulva y viajaba por la entrepierna como un tren cansado llegando a Transilvania. La tierra de Drácula. La tierra, también, de Meercha. Ella no lo sabía, pero sus glándulas de Bartolino —ubicadas muy cerca de la abertura de la vagina— estaban haciendo su trabajo. Estaba profundamente excitada.

Evadió la mirada para no caer en la voluptuosidad que le provocaba la pigmentación de aquel iris. Visiblemente nerviosa, le dijo al extranjero que le diera unos minutos. Al ponerse de pie, Mircea vio dos grandes troncos metidos en una falda negra muy ceñida y una cadera más ancha que la noche.

Damiana entró al baño y se masturbó en silencio, pero persistentemente. Sintió su pequeño pene de 8 milímetros de ancho y 12 milímetros de longitud severamente excitado. Se vino en cuarenta segundos, y en pleno éxtasis soltó algo así como el mugido de una vaca. Durante ese breve tiempo sólo tuvo en la mente los ojos (uno negro; otro, verde) de Mircea.

Sin limpiarse, subió la pantaleta negra y sintió que su pequeño pene seguía más erecto que de costumbre, tanto que rozaba con el encaje. Respiró, se pintó los carnosos labios, se roció de perfume (Kilian Paris), y abrió la puerta. Lo primero que vio fue que Mircea, al tiempo de soltar una ligera baba espesa de la boca, se tocaba el pene sin rubor alguno.

(Continuará).

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