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martes, julio 15, 2025

Trama Décima: Alguno de los dos no estará mañana en este mundo Capítulo 48. Un gato negro como el hollín

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama Décima: Alguno de los dos no estará mañana en este mundo

Capítulo 48. Un gato negro como el hollín

—Alguno de los dos no estará mañana en este mundo —le dijo Mircea a Andrés Roemer en una mesa del exclusivo restaurante Le Train Bleu, en Gare de Lyon, mientras comían con las manos unos langostinos Rôties y bebían un albariño de las Rías Baixas —un Martín Códax Vindel.

—¡Deja de pontificar, Mefistófeles! ¡Comamos y bebamos como si nos fueramos a morir!

París, circa 2016. Roemer celebraba con Mircea que había sido nombrado profesor asociado en la prestigiada Singularity University, en Silicon Valley. Esa tarde, recién llegado, y al final de la comida, el rumano le leyó los restos dibujados de una taza de café turco a Roemer. Una taza de cobalto azul profundo. Le dijo que venía un pasaje oscuro en su vida, que enfrentaría señalamientos de acoso y violación, que su nombre se apagaría como la noche del alma, que nadie metería las manos a ese fuego por él.

Roemer soltó una carcajada tan grande que bañó el rostro de su acompañante con el whisky que bebía: un Macallan M.

—¿Tienes amigos, Roemer?

—Muchos. Tengo tantos amigos como cisnes blancos.

—Todos te van a dar la espalda. Empezando por el tío de Loreto.

—¿El tío Richie? ¡Jamás! Me ama como no tienes una idea, Meercha.

—El café turco dice que te dará la espalda. Te quedarás más solo que mi gato Popota. (Risas). Y la policía mexicana te va a perseguir. Huirás a Israel, a Tel Aviv, donde hay una calle con tu nombre. El alcalde ordenará quitar la placa. Tu calle desaparecerá como tu pedantería, Roemer. Serás un apestado. Veo una carga negativa en tu vida. Querrás suicidarte. Y vete olvidando también de Pamela Bitcoin. O Pimpinela. Como quiera que se llame tu esposa.

—(Risas). ¡Basta de augurios sombríos, Meercha! ¡Acabó de conocerla! Es pareja de Bobó Gutiérrez. ¿Me casaré con ella? Esa sí que es es una buena noticia.

—En unos años, aquí, en París, conocerás a una chica que te hundirá, Roemer. Veo una calavera. La vas a violar… Vete y no vuelvas. Estás a tiempo de darle la vuelta a tu destino marcado en el café turco.

Roemer soltó varias carcajadas y estornudos. Estaba ebrio.

—¿Popota se llama tu gato, Meercha?

—Sí.

—¿Es una cosa peluda, negra como el hollín, grande, enorme, y con bigotes de general francés? (Risas).

—El mismo.

—Lo acaban de sacar del restaurante mientras me leías tus malos augurios. (Risas).

Años después, cuando el escándalo ya lo perseguía en México —tal como se lo vaticinó Mircea—, Roemer conoció en París a Anita Beckmann, ligada a los herederos de Tequila Cuervo en una cuarta rama, con quien entraría (sobre todo ella) en una oscuridad alcohólica víctima de los martinis sucios (unos de Beefeater y otros de Tackeray) servidos por manos diligentes.

A ella, Anita Beckmann, con una fortuna olorosa a tequila —Tequila Cuervo, de agave azul Weber—, buscaría penetrarla en un oscuro departamento con olor a humedad —nadie sabe si era un departamento pequeño o una casa—. Una vez ahí, según la carpeta de investigación de la policía francesa, Roemer, loco de deseo, tiraría a Anita en un sofá, le prepararía un café cargado, la descalzaría, encendería una lámpara, le quitaría las bragas, lamería su coño —como el gato Popota su oscuro sexo—, y procedería a penetrarla.

Luego, tras el festín sexual, la abandonaría a su suerte y sobrevendría, al pie de la letra, todo eso que años atrás, en una mesa de Le Train Bleu, en Gare de Lyon, le leyó Mircea Voland en los restos dibujados del café turco servido en una pequeña taza de cobalto azul profundo con algunos vivos dorados en la parte superior.

(Continuará).

 

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