Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.
Trama cuarta: La Casa de los Enanos
Capítulo 19. La mala entraña de Edy Bueno
Para echar a andar la postrería, Patricia y su papá tuvieron que prestarle a Edy una fortuna. Una vez inaugurada, hubo otra petición de préstamo. Y una más para adquirir algunos vehículos. Pepe Rodoreda no decía nada. Sólo mascullaba con doña Matilde, quien rápido le callaba la boca. “Edy es un gran muchacho. Pronto te devolverá tu cochino dinero”.
Una mañana, Edy salió corriendo a la postrería. Hubo, le dijo, un intento de robo. Patricia lo quiso alcanzar porque había olvidado su celular, del que jamás se separaba. No lo alcanzó. Lo dejó en el buró mientras se bañaba. Una y otra vez escuchó el sonido del WhatsApp cuando salió del baño. Al principio lo dejó sonar, hasta que imaginó que era Edy que se quería comunicar con ella. Lo tomó entre las manos al tiempo que se secaba el cabello. Vio un primer mensaje. Luego un segundo. Y un tercero…
Hasta ese día, hasta esa hora, hasta ese mes, hasta ese año, la relación pintaba como el agua cristalina, señor. Más clara que el azul radiante de una mañana de verano.
Ofuscada, con las venas abiertas, con el corazón roto, Patricia Rodoreda empezó a descubrir que un monstruo habitaba las entrañas de Edy Bueno, su esposo, el hombre al que le había entregado, incluso, el patrimonio familiar. Hincada en la alfombra de su recámara, con la bata húmeda en el cuerpo, miró durante horas su celular: el del marido ejemplar, el del hombre que en el apellido paterno llevaba su definición más generosa.
¿Qué fue lo que encontró? La vida secreta y oscura de su amado. La otra vida que alternaba con la vida que compartía con ella. Fotos, videos, mensajes obscenos. Edy fumando crack vestido de chef en la postrería. Edy siendo penetrado por un tipo en la sala de su casa. Edy, drogado, hablando pestes de ella. Edy presumiendo en WhatsApp que se había metido fentanilo, crack y opio en una sola sesión. Edy pidiéndole sexo a un prostituto de la Ciudad de México, que le mostraba una polla de 19 centímetros. Edy sodomizado por un cocinero de la postrería. Edy chupándole los genitales a un negro. Edy cogiendo con otro hombre en la cama en la que dormían todas las noches. Edy en una orgía masculina en su propia sala. Edy inyectándose algo parecido a la heroína en unos de sus brazos.
Patricia Rodoreda recordó la castidad célibe de la que le habló Edy durante su viaje a Mónaco, y se vio a sí misma mendigando, sin éxito, un poco de sexo, unas pocas caricias, en la extraordinaria suite del hotel Métropole, en Montecarlo (pagada, por supuesto, por su padre, Pepe Rodoreda).
(Continuará).