Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.
Trama cuarta: La Casa de los Enanos
Capítulo 18. La castidad célibe
La boda entre Edy Bueno y Patricia Rodoreda se realizó en la exhacienda de San Agustín, en Atlixco, donde en septiembre de 2013 se casaron Mario Marín hijo y Nadja Ludmer. Pepe Rodoreda dedicó buena parte de su discurso a destacar las virtudes de la pareja. “Edy, mi yerno, se ganó mi corazón cuando llevó a casa un vino húngaro que sirve para endulzar mi vida al final de las comidas”.
Los novios se fueron de luna de miel a Montecarlo. Se hospedaron en el hotel Métropole (dos mil euros la noche). La piscina tiene un mural fotográfico diseñado por el poeta maldito de la moda, Karl Lagerfeld, quien recrea la travesía de Ulises por el Mediterraneo. Además, en el Métropole hay una audaz y hermosa cocina japonesa, obra de Didier Gómez, excantante de ópera y diseñador exclusivo de Bernard Arnault, uno de los hombres más ricos del mundo.
Edy y Patricia se la pasaron metidos en el teatro de ópera Salle Garnier, donde en 1879 actuó la maravillosa Sarah Bernhardt, quien, ya anciana, representó a la joven Julieta Capuleto en una silla de ruedas. Esto lo narró Edy tres o cuatro veces durante el viaje. En la ópera Garnier vieron a una envejecida, y muy entrada en carnes, Elvira de Hidalgo cantar “Norma”, de Bellini. Esta soprano española —susurró Edy— fue maestra de María Callas.
Todos los días, Patricia Rodoreda admiraba más a Edy Bueno. Casi no hablaba. Se dedicaba horas enteras a escucharlo hablar sobre sus héroes trágicos: Harvey Weinstein, Woody Allen y Jeffrey Epstein, entre otros. ¿Qué tenían estos personajes en común? Una doble vida aparatosa. Edy se entretenía en los detalles morbosos. Con un poco de sentido común, Patricia habría detectado los renglones torcidos del amor de su vida. No lo hizo, y se ganó una buena temporada en el infierno.
—El corazón es un terreno en disputa —dijo Edy con un Davidoff en la boca—. El problema es que siempre se le ha vinculado con una cuestión doméstica para restarle importancia, cuando en realidad el corazón es un dispositivo ideológico. ¿No te parece, amor?
—Si tú lo dices —respondió Patricia, francamente un poco harta de los rodeos filosóficos de su pareja.
En todos momentos, Edy tenía una reflexión que hacer. Eso empezó a cansar a Patricia, y le dio por extrañar en momentos su apacible y aburrida vidita poblana. Cuando por fin volvieron, se instalaron en una casona antigua de su padre ubicada en la Avenida Juárez: un lugar conocido como la Casa de los Enanos. Al mismo tiempo, Edy se metió de lleno a instalar la postrería junto con su socio.
—¿Y qué tal el sexo con Edy, Pat? —preguntó su amiga Daniela.
—¡Qué morbosa, Danny!
No le dijo gran cosa. Lo cierto es que al hacer las cuentas descubrió que había habido muy poco tocamiento. Dos o tres veces lo hicieron en toda su luna de miel. Y siempre fue sexo exprés: rápido y un poco ríspido. Recordó que Edy le dijo durante el vuelo a Mónaco que él vivía una especie de castidad célibe. Es decir: que era más adicto al corazón que al sexo. Lo que no entendía era que siendo tan espiritual hablara todo el tiempo de sexo sucio.
(Continuará).