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martes, marzo 19, 2024

Sigilo 57

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Capítulo 57

Las cintas del sigilo

 

Ahora sí, queridos asistentes. Después de un café para despertar, continuemos con esta charla en torno del tema que ha movido a la opinión pública mundial en las últimas semanas: las “cintas del sigilo” Sé muy bien que muchos de ustedes han venido atraídos por el sensacionalismo de las noticias, los mitos urbanos y, por supuesto, el miedo: Y cómo no, si estamos en el corazón de la Angelópolis, la ciudad de los ángeles y los misterios de una secta originada hace varios siglos. En la secrecía de catacumbas, sótanos, escondrijos y casas abandonadas de países como Hungría, Polonia, Alemania, Irlanda, Inglaterra, Argentina, Chile y México, las diversas hermandades aglutinadas en torno de la leyenda de ese artefacto creado o concebido por el mago, alquimista y matemático John Dee gestaron una leyenda no escrita jamás en ningún soporte material: los ángeles encarnados, quienes al parecer entablaron una relación de aprendizaje con el mago y su ayudante Edgar Kelly. Más bien con este último, porque el gran alquimista fue incapaz de establecer contacto con las entidades angélicas, y todo lo que de ellas recibió o aprendió fue a través de su astuto colaborador quien, en aras de la sabiduría arcana y de acuerdo con las “órdenes “ del arcángel Uriel, lo obligó a compartir esposas.

Pero ni Dee ni su asistente hablaron de ángeles encarnados, ni siquiera como una consecuencia no buscada ni imaginada de la invitación a seres incorpóreos a pasar, no sólo a conversar, a través del sigilo, elevado a puerta o portal de nuestra dimensión material. Encriptados en el llamado “idioma de los ángeles” o lenguaje enochiano, los conocimientos compartidos con los seres permanecieron más ocultos todavía. Sólo los iniciados en la “cámara de la muerte” podían aprender a comunicarse con las entidades angélicas. De acuerdo con algunos estudiosos del tema, los ángeles de luz y oscuridad llevan entrando y saliendo de nuestro mundo mucho más tiempo del que podemos imaginar. Ha sido hasta ahora, en nuestro país y en Puebla, que un grupo de adeptas contemporáneas encontraron la forma de atrapar a los ángeles en un cuerpo humano vivo. Y hablando de este peculiar grupo, podemos inferir, gracias a la información contenida en las “cintas del sigilo”, que la secta de las hermanas de la luz se conformó, para sorpresa de quienes negaban la posibilidad de una destrucción del mundo marcada en un calendario (en este caso el maya), el 21 de diciembre de 2012.

Esta hermandad o cofradía femenina habría estado asentada en la residencia de la antropóloga Catalina García López, un enorme inmueble con habitaciones subterráneas y un vasto jardín feraz donde se mantenía en cautiverio a varios especímenes en peligro de extinción. La mujer vivía ahí, en la 2 Oriente, centro histórico de Puebla, con una sirvienta y el hijo de ésta quien, según algunos testimonios indirectos, era uno de los pocos varones involucrados en los rituales, siempre bajo la dirección de Nicoleta Kovács. Ambas se encontraban en ese sitio el día del juicio final, como le han llamado los periodistas a esa extraña jornada caracterizada por la instauración o agudización del caos en la Angelópolis, la violencia irracional que asoló la ciudad antes y después de la tormenta eléctrica, la inusual cantidad de lluvia en unas cuantas horas y, como nadie lo olvidará, el temblor de 7grados que, a medianoche, dio fin a la serie de estragos. A partir de ese momento, una calma impensable se posó sobre las ruinas de edificios derruidos, casas y automóviles incendiados, aguas pluviales renuentes a irse por el drenaje, y habitantes muertos de rayo, bala o ahogamiento.

La casa del sigilo no podía ser la excepción. Como todos ustedes saben, el incendio que acarreó la destrucción de la residencia se ha atribuido a diversos motivos. El más frecuente es el climatológico: la caída de más de 10 rayos, desusadamente, en el mismo lugar. Circula por ahí también la hipótesis de un corto circuito o un accidente derivado de las docenas de cirios y veladoras negras que ardían en la sala ceremonial de la secta. Hay, sin embargo, quienes lo atribuyen a un atentado y, finalmente, la versión subrepticia pero no menos divulgada que nos habla de la intervención de fuerzas sobrenaturales.

La meteorológica y las accidentales son posibilidades no privadas de viabilidad, pero exigen la opinión de peritos en la materia, los cuales no pudieron certificar ninguna de ellas. Para los fines de mi investigación me interesan las otras dos.

Comenzaré por la del atentado. Esta explicación se relaciona con la irrupción en la casa de la 2 Oriente del esposo de Nicoleta Kovács, alias Julieta Martínez. El hombre, cuyos restos dispersos no se encontraron en su totalidad, fue identificado, mediante análisis de ADN, como uno de los capos más buscados por la policía mexicana. Violento y fácilmente irascible, se enteró de que su esposa se encontraba en esa casa, protegida por la antropóloga García López, y hasta ahí la habría ido a buscar. De acuerdo con el testimonio del chofer del contador Ruiz Melgar, trasmitido a un sacerdote en sus últimos minutos de vida, Vicente Centurión entró con violencia, metralleta en mano y buscando a Julieta. Ella se encontraba en las inmediaciones del jardín, encaminándose al encuentro de la señora Valentina que había llegado minutos antes.

Afuera, el temporal se convertía en diluvio y el drenaje de la urbe comenzaba a colapsar. El antiguo río de San Francisco reventó el entubamiento que lo mantenía cautivo desde la década de los 60 del siglo pasado e inundó la mitad del centro histórico con niveles de hasta metro y medio de altura. Los rayos azotaron el zócalo y la plancha de la catedral, como en la época novohispana cuando se recurrió al patronazgo de San José para librar a la ciudad de esa calamidad constante. Los camellones, imprevistamente, aparecieron cubiertos de azucenas, única especie vegetal que durante esa crisis climática resistió la fuerza del vendaval.

Vicente avanzó hacia Julieta, decidido a matarla, quizá por un tema de celos o de venganza. Lo sucedido a partir de ese momento es algo que el único sobreviviente de la catástrofe narró en jirones incoherentes a un cura bisoño cuando le administró los santos viáticos.

Cuando el supuesto narcotraficante estaba a la distancia necesaria para dispararle a su esposa, desde la oscuridad de la tupida vegetación que constituía el jardín de la casa se precipitaron cuatro sombras animalescas que, en medio de la cortina de agua, atacaron entre rugidos al visitante y comenzaron a devorarlo. Todavía vivo y sin parar de gritar, una de las bestias lo arrastró a lo profundo del jardín, una fronda oscura e imposible de revisar de noche. El chofer aseguraba en su delirio que uno de esos animales era, nada más y nada menos, un dragón, y otro de ellos un lobo enorme. Datos pocos confiables, aunque concuerdan con algunas de las descripciones de la autora de las grabaciones, Valentina Acosta Suárez, cuya credibilidad no puede considerarse irrefutable, si se consideran los episodios, narrados por ella misma, en los que escuchaba diversas voces con las cuales incluso mantenía continuas conversaciones.

Julieta avanzó, imperturbable bajo la torrencial lluvia, chapaleando entre arroyos de sangre, para tomar la mano de la señora Acosta, quien a su vez miraba con terror el horrendo destino del esposo de su amiga. Ambas caminaron hacia la casa, entraron y entonces se escuchó el pestillo al cerrar con seguro. El chofer, sin pensarlo dos veces, se escurrió por la puerta de la cocina y, llegó hasta una habitación desde la cual pudo ver de nuevo a las dos mujeres. Ahí, entre las sombras, escuchó la ríspida plática entre Julieta y Valentina, y de quienes entraron en seguida a la casa. Sin embargo, no estaba seguro: el escándalo de la tormenta le impidió escuchar bien la conversación. Lo que sí escuchó más tarde fue cuando los guaruras de Vicente Centurión, cansados de esperarlo en el exterior de la casona, entraron en su búsqueda y, supuestamente, al encontrar los restos desgarrados de su jefe, se lanzaron a la caza de los casi seguros culpables de aquella carnicería. Pero, minutos antes de arrojar dinamita para volar el lugar, un terremoto de 7 grados Richter derrumbó la parte media del inmueble. Un cortocircuito hizo lo demás: la casa se incendió y el paisaje nocturno se iluminó con las llamaradas del fuego liberador de la venganza.

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