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jueves, diciembre 5, 2024

La Tercera Voz 21

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La semana transita irascible.

Lunes

Esa mirada siempre atenta y llena de sorpresa. La pupila
que siempre se dilata. Así es la mirada de Ella, en constante asombro.
La madre de Ella está de nuevo en el hospital. Ella va
a visitarla y hace una escala técnica en el consultorio del
neumólogo. Él es cándido y dotado de mansedumbre. Ella
se percata que durante la conversación él se come las uñas
y le dice:
–Doctor lo primero que vemos algunas mujeres en los
hombres son las manos.
El sonríe y continúa con el enraizado tic.
El retorno a la casa del árbol….
Splash, blaghhhh, salpica la sangre de las vísceras de ese
perro de tantos sin dueño, sin rumbo, aventado a la mala
vida, gargajeado a la existencia, atropellado a medias en
la Recta a Cholula. Con el dolor a medias emite un berrido
el animal y se arrastra agónico a la orilla a la espera de
ser rematado. Uno de los quince o más perros que atropellan a diario en la recta. Sin nombre. Nacen mutilados
de vida. Con el destino trazado. Los sentidos de Ella todos
se crispan ante el desafortunado espectáculo. Tensa ante
el volante esquiva la desvida del moribundo animal. Ella
permanece trémula. Bien decía Ciorán “La tristeza, un
apetito que ninguna desgracia satisface”.

Martes

¿Cuánto valen los hijos? No hay precio que alcance, no
hay cifra. La sola pregunta lastima, lacera las entrañas
más profundas. Pero con abogados de por medio hay
que ponerle precio a los críos porque el padre se empeña en no cumplir sus obligaciones morales. Es decir, no
le alcanza, se va a ir de viaje al viejo continente con su
mujer, compraron muebles nuevos y ajuararon la nueva
casa. Tras toda la perorata, el trillado y muy masculino
discurso de: “aguántame tantito, me gasté cincuenta mil
pesos en muebles en una nueva recámara de forja que nos
diseñó la decoradora, no obstante los críos son mi vida y
muero por ellos, tengo que hacer cuentas, déjame ver…”
le escupe a Ella la voz del cinismo, de la no palabra. Ella
no tiene otra opción más que solicitar la “protección” de la
ley. La ley y sus trampas. La ley y sus vericuetos. La ley y
sus laberintos. La ley y sus torsiones y retorsiones. Esa ley
que “protege”. La Disneylandia de la ilegalidad.

Miércoles

Condenada está Ella al glorioso circo de la domesticidad.
El padre no firma el permiso para que salgan del país los
críos por miedo a que “Ella los secuestre y nos los traiga de
regreso porque son su vida”. Así que Ella se queda con los
boletos de avión comprados para esas anheladas Islas del
Caribe, para reposar sus pies en ese aeropuerto “El Embrujo”. Se queda entonces habitada de rabia. Hay sueños que
nunca llegan a serlo del todo.
Ella, energúmena, marca el número telefónico de la Notaría donde queda el permiso sin firma, sin la autorización
del patriarca. Su amiga la “Pelusita” le dice:
–Mira Ella estás al borde del llanto, permítete ya llorar,
¿para qué guardar tanta fortaleza? El dolor es parte de la
vida. Llora mamacita, estás de luto. Llora todo lo que tengas que llorar. Por algo suceden las cosas.
Fin de la conversación.
Ya no hay voz. Ella cuelga el teléfono juagada en lágrimas y desconsuelo.

Jueves

La historia con el Kili se acerca a su irrevocable fin. La
sentencia se asoma como un laudo definitivo. Al menos
eso parece. Al menos por un rato. De esos ratos infinitos.
Tras el más reciente desencuentro Ella decide no tomar
más sus llamados. Y eso es –cosa grande caballero–, palabras mayores. La historia es la siguiente. Él la invita al
DF a una cena con sus amigos. Ella hace todos los arreglos
–que no son pocos– para poder irse; contratar nana para
el cuidado de los críos, acordar con ese amigo asesor de
la logística existencial de Ella que le choferee a los críos en
sus múltiples actividades de la tarde etc…etc…etc. Una
vez lista para partir el Kili la llama:
–Hola preciosa, te espero mañana tal como quedamos a
las 12:00, sólo que me tengo que ir a Pachuca a presentar
un libro pero regreso en la noche para la cena. Te dejo las
llaves del departamento y ahí me esperas yo regreso tipo
9:00 de la noche.
Ella no da crédito a la propuesta.
–¿O sea que me invitas a que me encierre en tu depto. a
esperarte? –inquiere Ella en tono harto sofocado. No olvidemos que Ella es de mecha corta.
–Bueno, si quieres puedes ir conmigo a la presentación
del libro.
–De ninguna manera, ese no era el plan. No pienso ir a enclaustrarme a tu departamento cinco horas para ver si llegas
o no. ¿Quién me garantiza que sí vas a regresar? No puedo
fiarme de ti. Estamos condenados al desencuentro. No se
vale. No hay hombre al que yo espere tanto tiempo. No voy.
Fin de la conversación y del ineluctable desencuentro.

Viernes

Ella es invitada a una cena a casa de su amiga A. Frances
Heald con Lalo, Pepe, el fotógrafo y J.–esa J. que la inquieta ya someramente–. Opíparo el menú, elaborado por las manos de Ana dueña del difunto Pallawatsch:

Aperitivo: Glühwein vino tinto caliente estilo europeo con
aromáticas especias
Entradas: Rollos Saigón de pollo a las cinco especias, albahaca, aderezo de hoisin y abanicos de Geisha ravioles
de carne estilo japonés con aderezo agridulce de jengibre
Ensalada Arugula con avellanas y aderezo de mango
Sopa Siam suave curry de vegetales y camarón seco con
aroma de té limón y albahaca
Plato Fuerte: Tagine de carnes y frutas acompañado de
Pollo Katakana ligeramente capeado sobre arroz jazmín
y vinagreta de jengibre
Lassi bebida fresca y ligera a base de yogurt con especias cardamomo, anís verde, comino y semilla de hinojo.
Postres: Strudel de frutas de temporada, queso de cabra y
miel, pie de pétalos de rosa con helado de té verde.

La cena es todo un festín. La música espléndida. Del album “The Essential” Johny Cash entona junto a Bob Dylan
Girl from the north country:
Well, if you’re travelin’ in the north country fair,
Where the winds hit heavy on the borderline,
Remember me to one who lives there.
She once was a true love of mine.

Well, if you go when the snowflakes storm,
When the rivers freeze and summer ends,
Please see if she’s wearing a coat so warm,
To keep her from the howlin’ winds.

Se enaltece el silencio entre los comensales. Imposible
no permanecer en la mudez ante una rola tan poética.
De nuevo en la sala J. se roba lo que queda de la noche con
ese finísimo y espléndido sentido del humor que Ella desconocía. Desconocía porque lo ha tratado poco. Tan poco que
no había detallado ese lunar en el ojo izquierdo. Ni tampoco había detallado esos intensos ojos color miel. Tan poco
que es nada. Sin embargo, merece la pena mencionar que
J. se pasa cuatro eternas horas en una proxemia hacia ella
casi sospechosa. Es decir, en cada palabra, cada frase, cada
concepto que enuncia, mira a Ella, busca sus ojos y también
la reconfirmación en su mirada. Pero, además, aprovecha
para –con esas manos finas y delicada– dar breves palmaditas en la rodilla de Ella. Breves y constantes. Tanto que Ella
las cuenta; veintiséis en una hora.
Ella se retrae porque si la toca más la quema. Una voz
desde muy dentro le grita: –estás de luto respeta tu duelo.

Sábado

Ella va con Raquel a que le hagan ese meticuloso spa de
pies de cada nueve días y recuerda lo que le decía Adrián,
aquel primer amor: “Si quieres asomarte un poco a la
interioridad de una mujer, a su vanidad, a su Ser y a su
erotismo basta con que atisbes sus pies. Descúbrelos con
tu mirada y allí se asomará su SER MUJER”. Desde entonces, los pies son una fascinación al grado de obsesionarse por ellos. Vive en función de ellos, los ha dotado de
voluntad propia. En los pies de Ella comienzan inevitablemente las grandes historias. Ella tiene muy claro que
los pies son el placer y que el placer es una herramienta
fuerte y poderosa.

Domingo

Ella va al terreno de Tonatzintla a visitar a ese amigo asesor de su logística existencial cotidiana. Entre otras babas
de la vida conversan sobre J. y el más reciente encuentro
en casa de A. Frances Heald.
–¿Sigue acaso poniéndote nerviosa la J? –pregunta el
amigo con tono suavemente irónico.
–Pues mira, en una hora me dio dieciséis palmaditas en
la rodilla.
–Conociéndote Ella si con una sobadita de pie te inventaste toda una historia, con dieciséis palmaditas ya hiciste toda una épica. No olvides que estás de luto, tienes un
dolor fuerte y eres presa fácil.
Ella lo mira y con toda la saña del mundo le pregunta:
–¿Te casarías conmigo?
–¡No, yo no me casaría ni con mi madrecita aunque volviera a nacer!
Rompen la tarde a carcajada.
De regreso a la casa del árbol Ella no duerme, como es
ya su costumbre.
…Voz sin sangre, que no palpita. Desorientada voz,
vacía y sin promesa. Voz mortuoria. De color púrpura
es mi voz. Bañada en aflicción. Voz herida, incorpórea…
malditas palabras.

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