Norma Ávila Jiménez
Si te dijeran que un grupo de manglares en el futuro pueden valer más que un hotel en la playa, ¿lo creerías? Lo más seguro es que no, aunque probablemente es lo que sucederá.
¿Qué son los créditos de carbono?
¿Alguna vez has solicitado un crédito para comprar un coche, una casa, irte de vacaciones o solucionar algún imprevisto? Actualmente ya se solicitan estos créditos para tratar de frenar el cambio climático que sufre nuestro planeta, producto del calentamiento global, detonado sobre todo por el aumento de las emisiones de los gases de efecto invernadero (esencialmente, el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso) que la humanidad produce al realizar sus actividades: comer, vestir, transportarse, desarrollar y usar tecnología, etcétera. “Esa es la huella de carbono que vamos dejando y su unidad de medida es el dióxido de carbono equivalente (CO2 e), y es igual a una tonelada de ese contaminante. Se le ha llamado así debido a que ese gas está presente en mayor cantidad que los otros gases de efecto invernadero”, explica el maestro Jorge Acevedo, especialista de la Agencia Mexicana de Estudios Antárticos (AMEA).
Ha habido intentos por concientizar a la gente y a los dirigentes de empresas acerca del cambio climático para que hagan suyos ciertos hábitos con el objetivo de neutralizar la presencia del carbono –entre estos, la colocación de paneles solares, el cambio de focos tradicionales por los led, el uso de bicicleta o el transporte eléctrico, etc.), pero falta un mayor esfuerzo. Por ello, a nivel mundial se han generado instrumentos financieros para tratar de resolver el problema. “Lo que no cuesta no se valora y contaminar no ha tenido un precio, por lo tanto, los economistas señalan la necesidad de adjudicarle uno”, asegura Acevedo.
¿Y cómo se logra eso? Veamos lo que sucede en México: con el objetivo de cumplir con lo firmado en el Acuerdo de París en 2015 –con lo que 196 naciones pactaron llevar a cabo acciones para limitar el incremento del calentamiento global–, nuestro gobierno estableció el límite de emisión de dióxido de carbono equivalente en 100 mil toneladas al año para las empresas. “Esta regulación, dirigida principalmente a las que más contaminan –entre éstas las refresqueras y cerveceras, las dedicadas al transporte, las cementeras y automotrices, las fábricas de vidrio y de manejo de la basura–, inició en 2018 con una fase piloto que concluiría en 2021, pero que se ha retrasado por la pandemia”.
¿Qué pasaba si, por ejemplo, alguna de esas empresas emitía 110 mil toneladas de contaminantes al año o más? ¡Venía la multa! ¿Qué podían hacer? Podrían pagarla o comprar créditos de carbono a algún organismo o consultoría desarrolladora de proyectos de carbono. Vámonos más despacio, con un ejemplo.
Mejor un manglar que un hotel
Imaginemos que una cadena hotelera quiere construir un hotel en la costa de Yucatán en donde hay manglares, los cuales están dañados porque recientemente pasó un huracán. Hablan con los dueños de los terrenos para que se los vendan pero un organismo o grupo en pro de la sustentabilidad les aconseja que mejor entren a los proyectos de carbono. ¿Qué tendrían qué hacer los dueños? Iniciar una rehabilitación y protección de esos manglares, invaluables porque capturan dióxido de carbono y liberan oxígeno, es casa y refugio de animales marinos, generan agua y sombra, protegen a los corales y a la costa contra fuertes vientos, y además regeneran playas. Remueven el dióxido de carbono de la atmósfera hasta cinco veces más que los bosques.
Los responsables de esa zona protegida, ya convertida en un proyecto de carbono (después de seguir una metodología con estándares internacionales para verificar que efectivamente ese proyecto está reduciendo, destruyendo o “secuestrando” emisiones de carbono) pueden vender créditos de carbono a la empresa que rebasó el límite de emisión establecido por el gobierno.
Por ejemplo, si este proyecto de manglares jaló 50 mil toneladas de dióxido de carbono, y la empresa emitió 10 mil toneladas más de las permitidas, le compra esa cantidad. Estos son los créditos de carbono, y lo que paguen los contaminadores –a un precio aproximado de entre 350 dólares y 100 euros por una tonelada, dependiendo del tipo de proyecto–, se utilizaría para continuar con la rehabilitación de los manglares. La empresa contaminadora evitaría la multa y lo deseable es que implementara acciones para reducir los contaminantes.
Jorge Acevedo asegura que México tiene un potencial de 100 millones de dólares anuales en créditos de carbono y 8% del producto interno bruto generado el año pasado fue resultado de este tipo de transacciones. Nos quedan ocho años para alcanzar la acordado en París: disminuir 50% de esas emisiones y así limitar el aumento de la temperatura global en este siglo a 2 grados y de ser posible, a no más de 1.5.“El gobierno va a ir reduciendo el límite permisible de emisión de los gases contaminantes cada año para alcanzar esa meta”, asegura el experto en sustentabilidad.
Existen cuatro tipo de proyectos de carbono, a los cuales se les han asignado “colores” para distinguirlos: los de tono café, son esfuerzos industriales, tecnologías para disminuir la propagación del CO2 e de las empresas; los rojos están dirigidos a las tecnologías innovadoras como las granjas eólicas o los sistemas solares; los verdes implican la conservación de los bosques y otros ecosistemas terrestres, y los azules, involucran la conservación y rehabilitación de los océanos y las costas. ¿Hay esperanza para el futuro?
En la Antártica está sucediendo un fenómeno inesperado, puntualiza el entrevistado: el calentamiento global produce deshielo en los polos, por lo que los espejos de nieve de los glaciares se están derritiendo, el mar absorbe la radiación solar y como consecuencia, aumenta su temperatura. Eso ha dado lugar a que muchos nutrientes estén generando un incremento del fitoplancton (organismos de origen vegetal acuáticos). “Las microalgas (fitoplancton) producen fotosíntesis que requieren de dióxido de carbono para crecer y por lo tanto, lo jalan.
El aumento de esas algas –que consecuentemente demanda mayor cantidad de ese gas para su desarrollo– ha atraído al zooplancton (organismos animales marinos) que llegan a comer el buffet. Este proceso ha dado lugar a que millones de toneladas de dióxido de carbono están siendo secuestradas, la Antártica está generando de forma natural un proyecto de carbono azul”.
Eso suena bien, sin embargo, hay riesgos de perderlo porque el aumento del zooplancton atraerá a muchos peces chiquitos que se alimentan de éste y poco a poco esa actividad atraerá a otros peces más grandes, lo que llamará la atención de las grandes empresas pesqueras. “Es algo que se debe evitar, por lo que es urgente legislar y limitar el uso de las aguas antárticas”, enfatiza Jorge Acevedo. Como tantas veces, el humano puede ser su peor enemigo.