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miércoles, abril 24, 2024

El gobernador Barbosa y el diputado Mier: aquel abrazo

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Dicen que el cuerpo no miente.

Si esto es cierto, el cuerpo del diputado Ignacio Mier dejó ver en su saludo al gobernador Miguel Barbosa Huerta demasiadas cosas.

Hablo del saludo que ambos se dieron el fin de semana pasado en el contexto del Congreso nacional de Morena.

El diputado vio que en el presidium estaba el hombre que más lo ha evidenciado en el último año.

El hombre que ha exhibido sus debilidades con la habilidad de un cirujano.

El hombre al que él mismo denunció por supuestamente haber filtrado documentos oficiales que tienen que ver con la pesadilla que vive su socio Arturo Rueda en un penal de mediana seguridad ubicado en Tepexi.

Mier vio que ahí estaba el gobernador y se le fue acercando.

¿Qué pasa por la mente en momentos como ése?

El caso es que el diputado llegó ante él y lo saludó festivamente, como si en la agenda de ambos no existieren los agravios o las diferencias.

Como si la normalidad democrática los habitara al mismo tiempo.

Festivo el saludo, pues, y festiva la respuesta.

¿Qué se dijeron?

Sólo ellos lo saben.

Lo cierto es que el gobernador no ocultó su sonrisa.

Esa sonrisa que lo ha venido acompañando sobre todo de junio de 2021 para acá, tiempo que le ha servido para acabar con sus frustrados enemigos en todos los terrenos: el electoral, el partidista, el social.

Antes del 21, el escenario lucía complicado.

Y cómo no si esos enemigos habían creado un solo bloque —con Tony Gali sumado a ellos— para quitarle el control del Congreso local.

(Eso presumían ellos en todas las mesas posibles).

¿Qué ocurrió finalmente?

Lo contrario.

El gobernador primero ganó el Congreso.

Luego fue quitándoles el control del partido y todos esos espacios públicos en los que los enemigos terminaron borrándose.

Como se borran las sonrisas cuando las derrotas se vuelven cotidianas.

Con esa sonrisa, pues, se encontró Ignacio Mier al saludar al gobernador.

El cuerpo no miente.

Y es cierto.

Cuando menos el gesto de Mier dejó ver —con esa inclinación al más viejo estilo priista— que en la vida, como en la política, hay jerarquías.

Tácito el reconocimiento del diputado al gobernador.

Y éste, generoso, magnánimo, correspondió el saludo de Mier como si de un feligrés se tratara.

Qué festivos se ven ambos.

Uno, desde la felicidad que dan las victorias consecutivas.

Otro, desde la feligresía de la derrota.

El cuerpo no miente.

Dicen.

Y es cierto.

Esa foto —filtrada a sus nuevos Arturo Rueda como pieza de museo— evidencia exactamente eso: que no miente, y que revela cosas ocultas en el alma.

Mier —inclinado, sonriente, sumiso— es la mejor traducción de sí mismo.

Los palos de la vida real lo han puesto así.

Y por si hiciera falta una confirmación, durante ese congreso nacional de Morena volvió a perder a la hora de intentar convertir en consejeros nacionales a su hija Daniela y a su nuevo huelelillo: César Addi Sánchez.

Ufff.

El cuerpo no miente.

Tampoco las manos de Mier apretando efusivamente la mano del gobernador.

(El saludo priista por excelencia: equivalente laico del abrazo de caguamo).

Faltaba más.

Faltaba menos.

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