Yo no sé ustedes, pero hablar de comida y cocina me transporta inmediatamente a mi madre y al olor tan delicioso que desprendía la cocina un día cualquiera.
Los ingredientes que siempre usaba eran frescos y las charlas con mi madre en ese sitio fueron el preámbulo de lo que más tarde me depararía. Mi madre es la mejor cocinera que he conocido después de mis abuelas, y no es para menos después de que debía estar en la cocina para alimentar a todo un batallón.
Mi madre se dedica desde que tengo memoria a la cocina; es su pasión en todos los sentidos y también lo que más ama. Incluso puso diversos sitios que eran un boom siempre que los abría, pero por alguno u otro factor siempre cerraban.
Lo cierto es que mi madre es quien me ha enseñado lo minúsculo que he aprendido en la cocina: la importancia de tener bases como el ajo y la cebolla en las salsas, la caramelización de la cebolla para los bisteces encebollados, el punto exacto en el que unas picaditas deben estar semicocidas para que después acaben de cocinarse con las salsas de preferencia.
También es la culpable de que ame los chilaquiles blanditos y odie los que son crujientes; con su huaxmole de guajes verdes y tomate me ha hecho la persona más feliz, siempre acompañándolo de tacos de aguacate y limoncito.
A pesar de que no ama la cocina poblana siempre ha estado dispuesta a hacerme mis platillos favoritos de mi ciudad. Los chiles capones, por ejemplo, son mis imperdibles de su cocina, con esa salsa de harina que cuando hierve con el chile poblano hacen la mejor combinación del mundo; sin olvidar los chiles en nogada que son típicos en septiembre y de los que puedo decir son los mejores que he probado, aún por encima de los de Casareyna y de los del restaurante del Mural de los Poblanos, de los más conocidos en Puebla por su gastronomía poblana.
Mi madre también es conocida por su delicioso pozole blanco, el cual después de dos días es aún mejor cuando los sabores de la carne de puerco y el maíz concentran sus sabores con los de la cebolla y todas las hierbas de olor que lleva este platillo tan mexicano.
Cuando uno está lejos de casa, después de extrañar a la familia, la segunda cosa más entrañable es la comida. Mi madre y yo amamos comer sano y siempre pensamos en el platillo del día después con ese equilibrio de lo que nos hace falta consumir como proteínas naturales, vegetales, cereales y grasas.
Ella y yo somos el mejor equipo en muchos aspectos, pero en el de la cocina, he sido la aprendiz más afortunada; si no hubiera sido por ella nunca hubiera intervenido en el mundo de la gastronomía desde las letras y, sobre todo, desde la cocina, el primer escenario.
Porque como toda obra maestra, uno tiene siempre que estar con el maestro, quien debo decir siempre son exigentes para que seas el mejor en la rama y mi madre ha cumplido con esa función, no solo porque en realidad me ha exigido ser perfecta a la hora de picar los ingredientes, sino que me inculcó el amor a la comida, a compartirla, a hacerla con lo mejor sonrisa siempre y de la mejor manera.
Gracias doy a mi mamá porque sin ella mucho de mí no sería posible.