¿No les ha pasado que cuando no se sienten cómodos en alguna circunstancia o en algún lugar no pueden cocinar? A mí me pasó y realmente es algo horrible.
Desde que empecé un poco mi vida nómada siempre que llegaba a un lugar lo primero que hacía era cocinar, esa actividad del ser humano primordial que realiza para alimentarse a sí mismo, así que con este ritual es que yo inauguraba y ponía mi esencia en un hogar.
Recuerdo perfecto la cocina del primer sitio en donde viví en Bacalar, tenía una pequeña parrilla eléctrica en donde hacía todo tipo de comida que a mí me gusta y es que realmente yo soy muy práctica y todo lo que tenga que ver con verduras es mi platillo favorito, así que en mi casa a lado de la laguna cociné desde mis desayunos de huevito a la mexicana hasta mis deliciosos esquites y pasta a la bolognesa.
Después me mudé a otra casa en el pueblo de Bacalar en donde tenía una cocina mucho más equipada y hacía más ceviches y aguachiles que otra cosa, pero al final, en mi querido Chemuyil en donde también tenía una pequeñita parrilla eléctrica cocinaba el pollo con verduras que tanto me gusta, la sopa de elote con poblano y claro siempre los huevos por la mañana, además las frutas era algo que nunca nunca podía faltar, sobre todo la piña, sandía y mango que eran base fundamental de mi alimentación.
A pesar de que eran las cocinas más prácticas y sencillas fui tan pero tan feliz en ellas cocinando y siempre gastando mis mañanas, tardes o noches preparando lo que me hacía bien para mi salud, pero cuando llegué a mi departamento en Chicago esto cambió radicalmente.
Desde que lo vi me enamoré de la cocina, era súper grande y espaciosa, pero después, cuando conocí a mis compañeras de apartamento me limité a ir a lo indispensable a la cocina, de hecho, era mejor ni estar ahí porque ellas mantenían desorganizado y sucio y aunque teníamos lavadora de trastes siempre era un caos, así que una de las partes más importantes del hogar se fue haciendo cada vez gris.
Dejé de hacerme mi café, mi té y mi desayuno, así que siempre trataba de no desayunar en casi y hacerlo fuera, y la comida también siempre la conseguía hecha, justo para no cocinar nada en casa, incluso dejé de prepararme bebidas deliciosas que solía hacerme o de tomarme un vino en la comodidad de mi casa.
Con estas circunstancias me di cuenta de lo importante que es vivir en un ambiente sano y amigable porque a pesar de que las personas somos diferentes entre sí siempre se puede llevar un hogar cordial, pero en este caso no fue posible, aunque nunca hubo otros problemas, simplemente no me sentía en casa, ese sitio en donde cocinas y quieres siempre estar.
Así que decidí que el siguiente paso que diera tendría que percatarme de que fuera un lugar sano en todos los sentidos, en donde cocinar fuera lo más importante y compartir también lo que de ahí sale, porque siempre recuerdo tanto a mi madre y es que todo lo que ella cocina lo comparte con quien esté en ese momento, así se puede lograr conocer más a las personas y sobre todo, mantenerlos cerca de tu corazón.