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viernes, abril 26, 2024

Arte en Ucrania

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Cuando se escuchan los tambores de la guerra, los hombres enrollan sus obras de arte y marchan con ellas bajo el brazo. Al inicio de la guerra. Esto fue lo que sucedió en el palacio Naryshkins, uno de los edificios más antiguos y bellos de Odesa, en Ucrania, y hogar del Museo Nacional de Arte que reunía en su colección más de diez mil piezas. 

Al alba, los trabajadores del museo descolgaron los retratos de Kramskói que observaban desafiantes a quienes les devolvían la mirada. Bajaron las pinturas del genial Kandinski, las marinas de Aivazovski que parecían salpicar agua y contar sobre terribles tormentas pasadas. Descolgaron, también, a hermosas damas saliendo de la cama y a medio vestir, a cocineras en plena faena, a héroes que luchan y a moribundos en sus camas, todos magistralmente pintados. 

Los encargados de empacar las obras, las metieron en guacales, las cubrieron con sacos y les encimaron puertas y ventanas rotas para despistar. Transportaron el arte, sin mayor ceremonia y a la carrera. En circunstancias normales, cualquiera hubiera pensado: “¡Madre Santa, qué sacrilegio!”. Aunque, en esta ocasión, fue bien justificada la acción en aras de salvaras de la aplanadora rusa. El arte ucranio forma parte de los objetivos bélicos de Putin quien trata de probar que no existe tal. 

El arte es la prueba de que nosotros, habitantes de este planeta, quienes somos capaces de las peores atrocidades, estamos tocados por la mano de Dios y poseemos divinidad. El arte nos separa de las tinieblas y evoca nuestra humanidad. Putin lo sabe y en su agenda está borrar esta prueba de divinidad a toda costa. 

Para los ucranios, salvar el arte es una manera de preservar su identidad, de mostrar quiénes son y la forma en la que han evolucionado como comunidad. Destruirlo es acabar con su historia y su legado. 

Quisiera pensar que la fuerza vital, inherente en estas piezas, disuadiría a cualquiera de la estupidez de destrozarlas, sin embargo, el soldado que es capaz de mirar dentro de los ojos de un niño y de los de su madre y de meterles una bala en la cabeza, también es capaz de cegar estas obras maestras.  

Vasili Kandinski escribió en su día: “Todos los métodos son sagrados si son internamente necesarios. Todos los métodos son pecados si no están justificados por la necesidad interna”. 

Obviamente el maestro ruso se refería al proceso creativo de la obra de arte, sin embargo, pareciera que Putin tomó prestadas estas palabras y las enarbola en la guerra. Se le ve guiado por una necesidad interna mayor que él mismo, sin que le moleste la devastación que va dejando a su paso. Seguramente Kandinski, quien dedicó su vida a crear belleza, se sentiría afligido por los acontecimientos. 

Ahora las obras del museo de Odesa se refugian en un lugar secreto y seguro, lejos de las bombas y en espera del día en que puedan salir nuevamente a la luz y contar su historia. Aguardan para regresar a una sala de exhibición a fin de convencer a quienes las miren de que, los que habitamos esta tierra, no somos solamente perros de guerra, sino que poseemos grandeza. 

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