Maestro Roncador
—He leído una novela en la que aparece una guitarra con la caja de forma cúbica –dice Ave, mientras los demás la contemplan extasiados.
—Pues yo tengo una guitarra cúbica, —asegura Cram, —el problema es que tiene mástiles en cada uno de los seis lados, con una única cuerda y para tocarla se necesitan seis intérpretes.
—Qué dices, —salto yo—, no puede ser que exista una guitarra cúbica, es la peor forma para hacer sonido. La caja de resonancia con un cubo por volumen, no es de recibo, ya que las frecuencias propias coinciden en los tres ejes del espacio y por ello se favorecen más unas notas en detrimento de las otras.
—Pues aquí está, —dice Cram, —aquí la tienes.
De una extraña funda saca una guitarra de seis cuerdas pero con seis mangos, cada uno con una única cuerda
En esto que Sora, aparece llamando a la puerta acompañada de Al quien dice que no puede interpretar música porque no sabe, en cambio, Sora, que ya es una magnífica pianista como Cram, intenta ahora aprender ukelele.
Tsemon, que está a mi lado, dice que ella sí, que puede tocar la guitarra, e interpretar la melodía, aunque a ella se le da mejor tocar los acordes.
—Pues esto es lo que tenemos, —digo yo mirándome de reojo ese extraño instrumento.
—¿Y como va a sonar la interpretación? —Pregunta Sora.
—Hay que escucharlo, porque va a depender de los sonidos que le saquemos los seis intérpretes. Si estamos totalmente de acuerdo, entonces quizás salga algo positivo.
Lo acabo de decir y no sé si estoy del todo convencido de ello. Pienso que si los intérpretes no están de acuerdo, será muy difícil que salga algo.
Al quisiera programar la interpretación.
—He encontrado esta partitura en internet, que es para guitarras cúbicas —dice, y prosigue—: Aquí tenemos una canción que puede interpretarse con los seis participantes que somos. Es el Ave María de Schubert.
A mi lado todos realizan una expresión extraña, sorprendidos de que alguien haya realizado una versión de dicha obra para una guitarra con seis mangos con una cuerda por mango, para seis intérpretes.
—Pues vamos a ello —digo yo—, pongámonos a tocar esta guitarra.
En eso que los seis nos ponemos a tocar ese instrumento. No sé cómo lo hacemos para que todos quepamos a la vez, y resulta que el sonido que le sacamos es …
En este momento me despierto y observo que a mi lado están todos mis familiares y amigos con las manos en los oídos debido a mis fuertes ronquidos.
Estoy tendido en la cama del hospital, y todos esperan la llegada de los médicos Dr. Joseph Lenam y la Dra. Taber con los resultados de las pruebas y analíticas que me han practicado.
Cram tiene una extraña funda en sus manos, y saca una guitarra de seis cuerdas, pero con seis mangos, cada uno con una única cuerda.
¡La caja de resonancia de esa guitarra es cúbica!
Por la puerta aparecen unos jóvenes teenagers: Timar y Repe. Este último lleva un ukelele en la mano. La caja de resonancia también es cúbica.
No entiendo nada. Debe ser la medicación que me han suministrado. Que yo sepa no existen guitarras cúbicas con seis mangos y una única cuerda por mango, ni ukeleles con la caja de resonancia cúbica.
Miro el reloj situado encima de la puerta. También tiene la forma cúbica, y en cada lado las agujas avanzan con velocidades diferentes, marcando horas distintas. Empiezo a observar que las personas y objetos se van transformando en versiones cubistas. Parece que Picasso haya tomado las riendas y lo transforme todo a su capricho. Cierro los ojos e intento relajarme a pesar de las conversaciones de todos los presentes. Me llegan voces que pierden sus significados y se convierten en extraños sonidos complejos.
¿Lo estoy soñando también?
Abro los ojos. La habitación del hospital es distinta a la de mis sueños. Me pellizco. Es real.
El Dr. Lenam y la Dra. Taber me observan de cerca. Ella de pie. A pesar de su juventud es ya una eminencia en su área.
Mientras, el médico se ha sentado a mi lado y tiene en sus manos los resultados de mis pruebas. Su cara es siempre afable. Podría ser mi mejor amigo, aunque es más joven que yo. Quizás nos llevamos unos diez años.
Ambos me miran, ahora con una mirada condescendiente.
No son necesarias las palabras. Es increíble cuando uno comprende que el silencio ya lo expresa todo. En mi vida profesional, la importancia del silencio siempre ha sido muy valorada. Pero cuando te lo debes aplicar a tu caso resulta extremadamente dolorosa.
En el pasillo escucho la inconfundible voz de Niadu.
—¿He oído algo referente a una guitarra cúbica? ¡Eso es una desfachatez!
Los doctores estaban sorprendidos, ya que quien había hablado era la directora de planta, que se encontraba en el pasillo, mirándome fijamente.
Pero Niadu no se callaba, porque seguía insistiendo.
—No es posible que exista una guitarra cúbica, solamente si el luthier que la fabricara se hubiera vuelto loco.
Tanto el Dr. Leman como la Dra. Taber se miraron entre sí y prefirieron mantener silencio y no volver a hablar de ese extraño instrumento que también habían visto antes.
Entiendo que no tengo remedio. Que la intervención no ha solucionado mis problemas y que mis ronquidos me perseguirán hasta el final de mi vida.
Vamos a ver los grandes almacenes. Se acerca Navidad y todo el ambiente es festivo, engalanado de luces tintineantes y de colores, así como de sonidos de campanas y músicas. Timar y Repe me acompañan para que no tenga ningún problema con mi ausencia de voz en medio de la muchedumbre que nos acompaña.
—Maestro –dice Timar–, en esta tienda tienen todos los juegos de ordenador del mundo. El escaparate es realmente espectacular, lleno de cajas, volantes, pedales, mandos manuales tipo joystic y otros elementos impresionantes. Pero en medio de todo ello, presidiendo el centro de atención e iluminado con unos potentes haces de luz láser de color rojo, aparece una caja cúbica de medio metro de lado, que ostenta la palabra KUBIK.
Me acerco a leer la descripción de la caja, mientras Repe entra en la tienda a preguntar por ella. Entro en la tienda con Timar y veo a Repe junto a un mostrador. El empleado tiene una de las KUBIK encima del mismo, la ha abierto, y antes de que yo llegue, extrae su contenido. Es como un cubo de Rubik, pero de unos cuarenta centímetros, con muchísimos elementos por cara. Tantos, que no creo que alguien sea capaz de poner en orden cada uno de los seis colores.
Repe tiene la boca abierta. Le seduce la posibilidad de removerlo y dejarlo desordenado. Mientras, Timar tiene en sus manos el manual de instrucciones.
Yo no sé lo que hago, pero pregunto el precio
No hace falta que me lo piense, porque Repe lo ha tomado en sus manos y ya lo ha desordenado en un instante en que el empleado y Timar estaban hablando.
El empleado me obliga a comprarlo.
Sin voz no puedo discutir, y debo admitir que estaba atraído por todo lo que me recordaba esa forma.
Pues bien, ya tengo mi cubo.
Maestro roncador
Experto en psicoacústica y aprendiz de lo que sea menester.