Agotada de la intensa gira de promoción de mi libro, El pan de la vergüenza, el inicio de la perimenopausia y las cuestiones que implica ser mamá de dos adolescentes, se sumó la presión de los que me preguntaban (preguntan) para cuando mi siguiente libro.
Mi cerebro entró en fallo y decidió, sin mi permiso, tomar vacaciones.
Me puse a ver tele como loca y a maratonear series como Black Mirror, The Good Doctor, The Black Matter y cualquier película española que encuentren en las diversas plataformas a las que somos adictos.
(Por supuesto que estoy al tanto de los expulsados de la LCDLFMX y todo el revuelo que ha causado esta temporada)
El daño colateral de mi burnout fue un taller de poesía, con la escritora argentina Tamara Grosso y a quien, desde que sigo en redes sociales, admiro porque su escritura auténtica y fuera de todo corsé literario.
De cinco clases, el ánimo me dio para entrar
a tres y cuando le anuncié mi salida se lamentó
profundamente al igual que yo. De esas clases y
varias lecturas salieron cuatro poemas que mis
compañeros arroparon con buenos comentarios.
Recuerdo el enorme esfuerzo mental que me causó escribirlos y la terrible autocrítica que no me dejaba dormir con pensamientos de no estar a la altura porque mis compañeros eran poetas y yo apenas una aspirante.
El síndrome de la impostora carcomiendo mis neuronas y mi espíritu.
Les dejo uno de los poemas de ese junio/julio del terror porque como diría mi querida Miss P, siempre que no sepas el rumbo, regresa a la poesía y seguro que volveré.
Tarea
—¿Sabes qué es ungüento? te pregunté mientras hacías la tarea de la “U”
—Sí, respondiste con entusiasmo
Y yo imaginé un gran foco lleno de luz por encima de tu cabeza
—Ungüento es lo que me lees todas las noches antes de dormir
Respondiste con tus ojos sabios,
tus ojos de amor infinito
Reí a carcajadas
Reímos a carcajadas
Sacudiste el cuerpo en espiral
Hiciste esa mueca de alegría con los labios
Y volviste al cuaderno: uva, uñas, universo. . .
