He llorado de alegría pocas veces. Hablo de aquella sensación de júbilo que no te cabe en el cuerpo y sientes que el corazón te va a explotar.
Las dos primeras que recuerdo son el nacimiento de mis hijos. Ahí, en la plancha gris de un frío quirófano, y después de oler mi propia piel cauterizada, saludé con un beso en la frente a mis dos bebés, con dos años de diferencia cada uno.
Seis años después, mi hermano me llevó como chaperona a un concierto de heavy metal en Toronto, Canadá, y aprovechando mi posición de hermana mayor le “sugerí” un tour por la ciudad.
Ataviados en un poncho de plástico rosado, nos subimos al barco que nos llevaría justo al pie de las Cataratas del Niágara.
Lo siguiente que recuerdo fue limpiarme las lágrimas del rostro al verme tan pequeña y vulnerable en comparación con la fuerza y fiereza del agua.
Y ya que hablamos de fuerza y fiereza, recibir mi diploma de la Máster Class en teatro musical de manos de Lola Cortés no solo me hizo llorar, también gritar y brincar de alegría al sobrevivir tres días intensos de entrenamiento.
Mi libro, El pan de la vergüenza, pero sobre todo las historias de los lectores me han conmovido hasta las lágrimas.
En este año y medio de promoción he escuchado cantidad de comentarios, entre ellos, el de una chica de preparatoria que, después de leer el relato que le da nombre al libro, descartó la idea de quitarse la vida.
¡Qué maravilla saber que la escritura puede tocar tan hondo vidas ajenas!
Las lágrimas más recientes, queridos hipócritas lectores, es porque fui seleccionada para ser parte de la residencia artística Under the Volcano 2025 en Tepoztlán.
¿Recuerdan que solicité sus plegarias en agosto? Pues funcionaron porque obtuve uno de los seis lugares para la Máster Class de Alberto Chimal; así que lloren, griten, bailen o aplaudan mientras sean felices.